joseba vázquez
Lunes, 30 de enero 2017, 00:02
Abismo Challenger. El primer término del nombre ya impacta lo suyo; llegar siquiera a plantearse la posibilidad de descender hasta los estimados once kilómetros del punto más profundo de la Tierra parece propio de mentes muy fuera de lo común. Una gruesa vena aventurera, espíritu descubridor, trazos de inconsciencia... El ingeniero y oceanógrafo suizo Jacques Piccard y el teniente de la Armada estadounidense Don Walsh debían tenerlos. No se explica, si no, que tal día como hoy de 1960 se embarcaran en la locura de alcanzar el fondo marino más abisal del planeta. Embutidos literalmente en una esfera de tres metros de diámetro y paredes de aleación metálica de diez centímetros de grosor en el batiscafo Trieste se exponían a un cara o cruz: si todo iba bien su osadía habría de llevarles hasta un lugar ignoto donde la presión es 1.072 veces mayor a la soportada en la superficie terrestre, el equivalente al peso de cinco aviones Jumbo. Si la cosa salía mal, es fácil adivinar la consecuencia...
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Y faltó poco para el desastre. No fue el suyo un descenso a los infiernos, pero casi: a 6.000 metros de profundidad, un estallido alarmó a la pareja. El cristal blindado exterior de los dos que formaban la escotilla se había agrietado. ¡Pánico! «Fue como un gran big bang explicó Walsh años después. Nos asustamos mucho y tuvimos que revisar todos los cálculos de resistencia». A esa profundidad, cada centímetro cuadrado de la cápsula soportaba ya ocho toneladas de presión. Pero los pioneros decidieron continuar. El cristal interior resistió y, finalmente, el aparato tocó fondo en el denominado Abismo Challenger, la zona más baja de la gigantesca Fosa de las Marianas 2.550 kilómetros de largo por 70 de ancho y de todos los océanos. Situada en el Pacífico noroccidental, esa sima debe su nombre al navío británico HMS Challenger, que casi un siglo antes inició los estudios sobre esa gran depresión. A Piccard, de 37 años, y Walsh, de 28, la medición del Trieste les indicó 11.034 metros, aunque sondeos posteriores parecen consensuar la profundidad de ese punto en los 10.994.
Metro arriba, metro abajo, los dos aventureros emplearon casi cinco tensas y claustrofóbicas horas en el descenso y permanecieron en el fondo apenas treinta minutos. Solo les dio para ver un pez similar a un lenguado «plano y de unos treinta centímetros», según Walsh porque el propio batiscafo levantó una nube de sedimentos que impidió mayor visibilidad. Tres horas y cuarto después estaban de regreso en la superficie. Sanos y salvos.
El ingenio en el que se introdujeron el explorador suizo y el oficial norteamericano, el batiscafo, es un invento diseñado en los años cuarenta por el padre del primero, Auguste Piccard. Su desarrollo derivó en la construcción del Trieste, bautizado como la ciudad italiana en que fue montado en 1953. Cinco años más tarde Piccard lo vendió a Estados Unidos por 250.000 dólares y la Navy puso en marcha un ambicioso proyecto que mantuvo en secreto para evitar que nadie se enterara en el supuesto de un fracaso. Pero este no sucedió.
Un mundo «alienígena»
Al contrario, el éxito tiene pocos equivalentes. Baste decir que solo tres hombres han llegado al Abismo Challenger, la cuarta parte de los que han pisado la Luna, por ejemplo. Junto a Jacques Piccard fallecido en 2008 y Don Walsh, con 85 años en la actualidad, el trío de insensatos lo completa el director de cine James Cameron, un amante de los documentales de Jacques Cousteau que no ha ocultado su obsesión por las profundidades oceánicas en películas como Abyss o Titanic.
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El 26 de marzo de 2012, el cineasta canadiense descendió en solitario hasta los 10.908 metros en una misión sufragada por él mismo, National Geographic y Rolex. Empleó dos horas y media en la inmersión, hora y diez en regresar a la superficie y permaneció 180 minutos en la oscura y fría sima. No ha dado muchos detalles de lo que vio allí, aunque sí ha hablado de «animales blancos, transparentes, algunos luminosos» y... de ¡basura! «Es un mundo totalmente alienígena. Me sentí como si en un día hubiera viajado a otro planeta y regresado», contó el autor de Avatar.
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