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Rafael Guerrero, exlinierleonés de 53 años, muestra una típica pose arbitral para recordar este aniversario.
El penalti más largo

El penalti más largo

El ‘Rafa no me jodas’, uno de los lances más comentados del fútbol, cumple 20 años. Sus dos árbitros quedaron marcados. «Se aprende a convivir con el fracaso», cuenta Guerrero

antonio corbillón

Lunes, 26 de septiembre 2016, 00:15

Sherlock Holmes nunca dijo aquello de «Elemental, querido Watson». Al menos no en las novelas de sir Arthur Conan Doyle. Y el exlinier de fútbol Rafa Guerrero tampoco escuchó exactamente aquello de «Rafa no me jodas...» de boca de su compañero, el colegiado Enrique Mejuto González. Pero la expresión se pegó a su historia y a su vida como un apellido. «Una vez fui con el equipo arbitral a Grecia y en la ficha del partido me inscribieron como Rafael Nomejodas», rememora. El próximo jueves se cumplen 20 años de uno de los incidentes que más huella han dejado en el anecdotario del fútbol español. También fue la jugada del «penalti y expulsión». Un dicho que no hay futbolero que no haya pronunciado para sentenciar algún lance en un partido cualquiera desde entonces.

Aquel 29 de septiembre de 1996 se enfrentaban en el estadio de La Romareda el Zaragoza y el Barcelona. Mediada la segunda parte (3-2 ganaban los maños) hubo un embotellamiento en el área del equipo local en un saque de esquina. El portero del Zaragoza atrapó el globo que llegó desde el córner al tiempo que el blaugrana Couto acabó en el suelo tras ser empujado. Desde la banda Rafael Guerrero llamó la atención del colegiado. Ese día se estrenaban los micrófonos de ambiente en el estadio. En realidad, el equipo arbitral fue víctima de las nuevas tecnologías, que a este paso se cargará el factor humano que encarnaron como nadie el dúo Mejuto-Guerrero. Lo que toda la vida había quedado para el cuello de sus camisas negras y borde blanco, lo pudo oír toda España. En medio de una bronca monumental, este fue el diálogo literal:

Rafael Guerrero: ¡Penalti y expulsión!

Enrique Mejuto: Vaya, joder Rafa. Me cago en mi madre. ¿Expulsión de quién?

R. G.: Quique, ven (refiriéndose a Mejuto).

E. M.: ¿Expulsión de quién?

R. G.: Del número 6. Seguro.

E. M.: ¿Seguro?

R. G.: Seguro.

Pero fue una seguridad engañosa. Acosados por los jugadores de ambos equipos, la tangana acabó con la expulsión de aquel 6 (Aguado) que no tuvo nada que ver con la jugada. Además el Barcelona no solo empató de penalti, sino que le dio la vuelta al partido para acabar ganando por 3-5.

Tras el lío, Rafa Guerrero lo pasó fatal. Necesitó escolta durante días y llegó a firmar una carta de renuncia al arbitraje que nunca llegó a cursar. Hasta su mujer, que fue futbolista hasta más allá de los 40, le persuadió de que no podía tirar el banderín casi recién estrenado de la Primera División. Si lo hubiera hecho se habría perdido una de las carreras más atípicas y exitosas del estamento arbitral español. Cuando se jubiló en mayo de 2008 por haber cumplido la edad reglamentaria (45 años) en su currículum acumulaba casi 500 partidos profesionales, muchos de ellos internacionales. Y encima se jubiló en San Mamés en un Athletic de Bilbao-Deportivo. En ese mismo estadio cumplió la cuarentena de un mes al que le condenó la Federación por lo de Zaragoza. Al verle, la catedral gritaba «¡Rafa no te vayas!»... «Nunca olvidaré aquel recibimiento», confiesa. Antes no habría podido hacer pública su «simpatía» por los leones. «Una de las mayores satisfacciones fue cuando me jubilé y me llamó Iríbar para desearme suerte». Y no solo el Chopo, el portero del equipo bilbaíno; otros como el madridista Raúl le confesaron que «te vamos a echar de menos». El propio Aguado, su víctima en La Romareda, fue a verle un día a León y se dieron un abrazo.

En su reciente ensayo El fútbol (no) es así (Ed. Sotelo Blanco), el antropólogo Manuel Mandianes destaca el papel del deporte rey convertido en «un instrumento de cohesión social y escuela de valores individuales y colectivos». Unos fundamentos vitales que este todavía humilde conserje en un colegio público leonés tiene interiorizados. «Nunca devolveré al fútbol todo lo que me ha dado. Fue la ventana por la que lo vi todo. Aunque no tuve tiempo para procesarlo».

Con la cantada a cuestas

A veces, como en el incidente de Zaragoza, era mejor no poder procesar y desear que llegara el siguiente partido para que tapara la cantada previa. Pero Guerrero, un hombre que procura no hacerse trampas a sí mismo, siempre ha tenido claro que «el error viaja en tu maleta» y por eso la escuela de la vida que es un rectángulo verde le ha «ayudado a convivir con el fracaso».

La suya fue una vocación a la contra. Hijo de una presidenta de club y de un padre entrenador, se metió a árbitro por su ansia de ser un hecho diferencial, porque «faltaba en el entorno el elemento crítico, en realidad una condena a mí mismo». Aunque en principio no le quisieron y se tuvo que comprar él mismo el traje de árbitro, el doctorado en esos campos de Dios en los que a veces se encontraba a un cuadrúpedo que hacía las veces de cortacésped le llegó pronto. «Un día tuve que expulsar a mi padre porque se metió con el linier».

¿Aquello duraría más allá de los 90 minutos del partido?

Estuvimos dos meses sin hablarnos. Tuvo que mediar mi madre.

Y es que a Rafa Guerrero (Trobajo del Camino, León, 1963) nunca le asustó la jerarquía, ni familiar ni deportiva, de quien estaba enfrente. En el campo los galones y el Reglamento eran suyos, como pudo comprobar también Zinedine Zidane, galáctico pero no siempre tan caballeroso, al que expulsó en 2003 en un partido de la Copa del Rey.

O cuando acudió a arbitrar la Copa de África 2000 en Nigeria y advirtió al colegiado del codazo del ídolo local Okocha a un senegalés. No hubo penalti pero sí expulsión. Y también invasión de campo y una huida precipitada hacia el aeropuerto. «Se desató el infierno... No he pasado más miedo en mi vida».

Fue uno de los 46 países a los que le ha llevado el útbol y que le ayudaron a cambiar el eje de sus prioridades. Las salidas al exterior, África, Latinoamérica, Asia, le descubrieron un mundo que se apasiona por el balompié igual pero desde diferentes espacios. «Aquí dramatizamos por una jugada, mientras en otros sitios sí que está en juego la vida». Nació así el trencilla solidario, que tan pronto busca camisetas, botas y material debajo de las piedras para enviarlas a Nigeria, como visita los campamentos saharauis de Tinduf (Argelia) y acaba adoptando al único niño que pasa las vacaciones en España y que no quería nadie.

Y mientras, siguió con su manera de entender el arbitraje español. Ala contra. «Sigue siendo una burbuja en un deporte en el que todo el mundo habla, menos el árbitro». Y reclamando visibilidad para un colectivo que en sus tiempos cobraba 500 euros por partido (cien veces menos que muchos jugadores pendientes de su silbato). «Es una profesión que, a día de hoy, todavía no existe. Nadie puede poner en su curriculum profesional que es árbitro».

Pero todo ese mundo solo pudo cimentarlo tras superar aquel lance de Zaragoza. No debió ser tan malo porque tanto él como su compañero Mejuto desarrollaron dos de las carreras con más proyección del silbato español. Pero mientras Rafa dice que «pudo con ello», Mejuto se niega a comentarlo con la misma determinación con la que pitaba.

Ninguno ha sabido vivir sin el olor de la hierba y las mariposas en el estómago dos horas antes de un partido «sabiendo que muchos van a vivir de tu error». Los dos siguen enganchados al planeta fútbol. En el caso de Guerrero, charlas y arbitrajes a las nuevas generaciones y comentarista de prensa (ahora en Marca, El Chiringuito y RNE). Nadie olvida a este verso libre, siempre protagonista, en un trabajo en el que el mejor elogio suele ser para su invisibilidad.

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