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fernando miñana
Viernes, 12 de agosto 2016, 00:07
Lewis Swift era un niño cuando el 13 de noviembre de 1833 las estrellas empezaron a arañar el cielo del oeste de Estados Unidos de una manera asombrosa. Casi al mismo ritmo que caen los copos durante una nevada. Algo inaudito. Aquel chiquillo se despertó en mitad de la noche como muchos otros del país y, abrumado y atemorizado por aquella rareza, se quedó abrazado a su padre. La fecha está grabada en los libros de astronomía porque fue una de las lluvias de meteoritos Leónidas más fantásticas que se han visto nunca.
Lewis debía empezar a ayudar a sus padres en la granja cuando se fracturó la cadera. El accidente fue determinante porque al no poder hacer grandes esfuerzos acabó dedicándose a estudiar. La providencia quiso que, dos años después de aquella fabulosa lluvia de estrellas, el cometa Halley atravesara Estados Unidos, alimentando la fascinación de Swift por el firmamento.
Lewis Swift acabó abriendo una ferretería sin descuidar su afición. En 1855, ya con 35 años, compró sus dos primeros libros de astronomía, fabricó un telescopio artesanal y comenzó a mirar el cielo con regularidad. Esa curiosidad le permitió, una noche que observaba hacia el noreste, descubrir un nuevo cometa. Poco después averiguró que, al mismo tiempo que él, Horace Parnell Tuttle, un astrónomo profesional de la Universidad de Harvard, realizó el mismo hallazgo en el cielo. Desde entonces aquel cometa es conocido como el Swift-Tuttle.
Esa enorme roca tiene 26 kilómetros de diámetro, tarda 133 años en dar la vuelta al sistema solar y la última vez que pasó por el punto más próximo a la Tierra fue en 1992. No regresará hasta 2126, pero su estela dejó un rastro de polvo en el espacio mucho del que limpiamos en casa es extraterrestre que nuestro planeta atraviesa cada verano. Esas partículas, diminutas, milimétricas, se desintegran al entrar en contacto con la atmósfera terrestre y confluyen hacia una radiante en Perseo una constelación al noreste que da nombre a las Perseidas, pero fruto de esa explosiva fricción, a 59 kilómetros por segundo, se produce un brillo que desde algunos lugares despejados de la tierra y alejados de las ciudades se contemplan como estrellas fugaces.
Miquel Serra nunca fue un niño intrigado por el Cosmos en su Barcelona natal, pero ahora, ya de adulto, a sus 50 años, es capaz de emocionarse como un chaval mientras retransmite por internet el último eclipse total de sol desde Indonesia, y, extasiado, se maravilla al ver que el día se transforma en noche y cómo el contraste permite admirar la corona solar.
Por todo el mundo
Este catalán es el responsable del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), el mejor lugar del hemisferio norte, junto a Hawái, para contemplar el firmamento. De niño se interesó más por la física que por la astronomía y sus padres no le hubieran comprado un telescopio ni queriendo, pues vivían de la venta ambulante con muchas apreturas. Pero un día pensó en aplicar al cosmos la ciencia aprendida en la Universidad de Bella Terra y logró una beca del IAC. Se marchó a Canarias con sueños a corto plazo y un cuarto de siglo después aún sigue en aquel balcón al universo.
Allí fue quedándose prendado de los grandes espectáculos del cielo. «En 1998 pensé: Ostras, sería muy interesante observar un eclipse total de sol. Por aquel entonces comenzaba a mirar las estrellas con el ojo desnudo y me rodeaba de astrónomos aficionados», recuerda. Aquel deseo primerizo lo mezcló con su afición a la vela y se plantó en medio del Atlántico para ver la superposición de la luna y el sol.
Desde entonces no ha parado. Zimbabue, la Patagonia, la isla de Pascua, Java... Lugares remotos desde donde deleitarse con eclipses, lluvias de estrellas, auroras boreales. Cada año, uno o dos viajes. Este año han tocado el tránsito de Mercurio el planeta pasa entre la Tierra y el Sol y, como buen cazador de auroras boreales, una escapada a Groenlandia para disfrutar de este fenómeno. «Es difícil elegir el mejor momento. Han sido muchos. Un eclipse total de sol en Zimbabue, otro en la Isla de Pascua al lado de los moáis, otro eclipse desde la Gran Muralla, la Antártida, un tránsito de Venus desde la gran barrera de coral en Australia...».
Serra no quiere guardarse esas maravillas de la Naturaleza para él y una de sus obsesiones es la divulgación. Las nuevas tecnologías han impulsado el fervor por compartir estos espectáculos explicados por un experto como él. Así que ha incorporado las retransmisiones por internet (sky-live.tv) a sus viajes para ayudar a la difusión. Su próxima emisión será mañana (a partir de las 21.30, hora peninsular) con motivo de las Perseidas y coordinará la retransmisión desde los observatorios del Teide (Tenerife) y de Roque de los Muchachos (La Palma).
Las noches más favorables para la observación de los meteoritos fue la de anoche y, sobre todo, la de este viernes. «Las Perseidas es otro de los grandes espectáculos, aunque hay otras lluvias de estrellas iguales o mejores: la primera semana de enero, las Cuadrántidas, y a mediados de diciembre, las Leónidas». Y advierte que este verano las Lágrimas de San Lorenzo como también se conoce a este fenómeno por la proximidad con el 10 de agosto, el día que se conmemora a San Lorenzo, que murió quemado en la hoguera serán especialmente abundantes. «Existe una alta probabilidad de que el número de meteoritos por hora se multiplique por dos o incluso por tres».
El astrofísico tendrá el mejor material que existe para rastrear el cielo, pero asegura que la contemplación del científico no tiene nada que ver con la del aficionado. «Con un telescopio ves otras cosas, con otros filtros, hay más física, pero con el ojo humano hay más belleza. La verdad es que echo de menos tumbarme a ver las Perseidas con tranquilidad».
Tantas horas mirando al cielo tienen que haber servido también para encontrar algo misterioso, aunque Serra, como buen científico, mantiene amarrada su imaginación. «Todas las cosas que vemos las explicamos. Alguna vez ha habido algo raro, una luz que no sabíamos lo que era, pero siempre acaba siendo un globo sonda o un satélite».
¿Y a qué pregunta le gustaría encontrar una respuesta?
A cualquier astrónomo nos gustaría que, antes de acabar nuestra vida, se descubriera si hay vida fuera de la Tierra. Es la pregunta más sencilla y que todos queremos que se resuelva: ¿Estamos solos en el universo?
¿Y usted qué cree?
Yo no creo, eso lo dejo para los curas.
¿Y qué sospecha?
Sí que me pregunto qué probabilidad hay de que exista vida en otros lugares y la respuesta es que es muy alta. El universo es muy grande y el sentido común nos dice que debería haber otros lugares con vida, pero no se han descubierto, ni siquiera un resto fósil de una posible vida.
Esta noche, miles de personas mirarán al cielo para ver la lluvia de estrellas (quizás pidan también algún deseo), que no es más que picadillo del cometa que descubrió Lewis Swift hace 154 años y que provoca cada verano una especie de fuegos (no)artificiales. Lo que muy pocos conocen es que el cometa Swift-Tuttle es una de las mayores amenazas para el planeta Tierra. Aunque puede ver tranquilo las Perseidas, hasta 2126 no habrá que preocuparse...
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
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