fernando miñana
Lunes, 4 de julio 2016, 01:05
Cuando el canadiense Steve Nash, dos veces mejor jugadorde la NBA, tenía seis años, lo primero que hacía al levantarse era ir corriendo al televisor para ver por dónde iba Terry Fox. Décadas después dirigió un documental donde contaba la fabulosa historia de este joven que emocionó a un país entero. Millones de ciudadanos consideran a Fox el mayor héroe que ha conocido Canadá. Perdió una pierna por culpa de un osteosarcorma, pero lejos de rendirse afrontó un reto gigantesto: cruzar el país de punta a punta con su pierna ortopédica, recorriendo cada día 42 kilómetros. Su idea era concienciar a la sociedad y recaudar fondos para la lucha contra el cáncer, la enfermedad que le impidió completar su reto y que acabó con su vida un mes antes de cumplir 23 años. Esta semana se han cumplido 35 de la muerte que emocionó a toda una nación.
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Terry Fox (Winnipeg, Canada, 1958) era un joven deportista a quien apasionaba el baloncesto. En 1976 sufrió un grave accidente de coche del que salió ileso. Solo se llevó un golpe en la rodilla derecha. Meses después sentía un fuerte dolor en esa pierna y decidió acudir al hospital. Le diagnosticaron osteosarcoma y para evitar que se expandiera el cáncer de huesos le amputaron la extremidad por encima de la rodilla. Este joven canadiense no se arrugó ni se encerró en casa, y durante tres años logró proclamarse campeón nacional con su equipo de baloncesto en silla de ruedas.
La víspera de la intervención, su entrenador le llevó un artículo que contaba la gesta de Dick Traum, el primer corredor amputado que logró cruzar la meta del maratón de Nueva York. Aquella lectura lo cambió todo y Terry comunicó a sus padres y a sus tres hermanos que iba a prepararse durante catorce meses para correr la mítica distancia de Filípides: 42,195 kilómetros. El chaval no falló y en agosto de 1979 logró acabar, en el último lugar, la carrera de Prince George.
Lo que Terry no había compartido con nadie era una aventura mucho más disparatada, que daba vueltas en su cabeza como una lavadora. Pretendía cruzar Canadá de punta a punta, del Este al Oeste, recorriendo cada día un maratón, 42 kilómetros, para concienciar al país y recaudar fondos con los que investigar una solución contra el cáncer. Pidió ayuda a varias empresas y consiguió lo mínimo para emprender su osada aventura. Ford donó una caravana, la empresa Imperial Oil la gasolina y Adidas unas rutilantes zapatillas azules con tres bandas blancas para atravesar Norteamérica.
El 12 de abril de 1980, Terry introdujo su pierna ortopédica en aguas del Atlántico y a continuación empezó a correr desde la costa de Terranova. Tenía por delante 8.000 kilómetros y un montón de obstáculos. Los primeros días fueron terribles. El corredor, que tenía que saltar con la pierna izquierda para hacer avanzar la prótesis, se enfrentó a ventiscas, bajas temperaturas, aguaceros y alguna nevada. Nada pudo con él. Ni siquiera las ampollas y las rozaduras que sufría en el muñón.
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Cada mañana, a las cinco en punto, emprendía la marcha. Y cada dos millas (3,2 kilómetros) se detenía a beber agua en la caravana que conducía su amigo Doug. Y cada tres horas, después de recorrer 22 o 26 kilómetros, descansaba durante 180 minutos. Luego volvía a la carretera hasta terminar. Tardaba once minutos en recorrer una milla (unos 1.600 metros).
Llueven los donativos
Pero lo que más le dolía a este intrépido atleta era la indiferencia de los canadienses. Terry dedicaba las tardes a conceder entrevistas y dar charlas que animaran a la población a realizar donativos para la sociedad contra el cáncer. Pero tenía poco éxito. Hasta que llegó a Port aux Basques y sus 10.000 habitantes aflojaron 10.000 dólares canadienses. El 22 de junio alcanzó Montreal y completaba un tercio de su desafío con 200.000 dólares recolectados.
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La historia conmovió a Isadore Sharp, fundador de la cadena hotelera Four Seasons, que meses atrás había perdido a un hijo por un melanoma. Este millonario dio un gran impulso al proyecto. Sharp ofreció a Terry y a su acompañante alojamiento y comida en sus hoteles a lo largo del camino, prometió dos dólares por cada milla recorrida y animó a otras 999 empresas a imitarle.
Terry comenzaba a ser una celebridad en Canadá, como comprobó cuando llegó a Ottawa y le recibió el primer ministro, Pierre Trudeau. O el día que finalizó en Toronto, donde le esperaban 10.000 personas, incluido Darryl Sittler, una estrella del hockey hielo. Como más adelante le recibió su ídolo, Bobby Orr, otro fenómeno del stick, que le entregó un cheque con 25.000 dólares de una empresa.
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Su cuerpo se iba resintiendo, pero cada día, después de superar el umbral del dolor, conseguía completar los 42 kilómetros. Hasta que el 31 de agosto, atormentado por un ataque de tos seca y un fuerte dolor pectoral, lo llevaron al hospital en Thunder Bay. A la mañana siguiente, flanqueado por sus padres, informó en una rueda de prensa que el cáncer había vuelto y que se había extendido a los pulmones. Después de 143 días de carrera y 5.373 kilómetros tenía que abandonar.
El héroe de Canadá tuvo que ser ingresado, pero su gran propósito, más allá de llegar al Pacífico, se había cumplido con creces. No consiguió exactamente que cada uno de los 22 millones de canadienses donara un dolar, como él rogaba, pero en abril ya sumaban 23 millones, los galardones se sucedían y hasta el Papa Juan Pablo II rezaba por él.
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Todo acabó el 28 de junio de 1981. Su muerte conmocionó al país y el Gobierno decretó que todas las banderas del territorio ondearan a media asta. Su funeral se retransmitió en directo de costa a costa mientras llovían las donaciones. Hoy, 35 años después, el 90% de los tratamientos por el osteosarcoma no precisan de una amputación y Canadá está salpicada de monumentos de Terry Fox, calles con su nombre y hasta una moneda de un dolar con su figura.
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