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INÉS GALLASTEGUI
Lunes, 13 de junio 2016, 00:45
Hay dos versiones, la fina «el amor mueve montañas» y la basta «tiran más dos tetas que dos carretas», pero ambas podrían servir para explicar la espantada del papa de la iglesia de El Palmar de Troya, que el 22 de abril se largó en su BMW de 75.000 euros tras su novia granadina. Ginés Jesús Hernández, el verdadero nombre de Gregorio XVIII, dejó atrás una nota de despedida y un terremoto en la orden de los Carmelitas de la Santa Faz. Ahora asegura que perdió la fe al descubrir que los presuntos milagros sobre los que se fundó la iglesia en 1978 eran mentira, el pretexto para un negocio redondo. «Todo fue un montaje», afirma. Pero su sustituto, Pedro III, le acusa de haber robado joyas y dinero y compara su codicia con la del primer papa, Clemente, un ciego con mucha vista que predicaba moralina mientras se beneficiaba a curas y monjas y en los ambientes gays de Sevilla respondía por la Voltio.
Malos tratos a niños y adultos, normas absurdas que la jerarquía no cumple, un férreo hermetismo y un régimen económico basado en la donación de ingresos y bienes por parte de los adeptos, so pena de excomunión, caracterizan el pontificado de el Desertor, como ahora le llaman allí. Así que muchos no se han tragado lo de la huida romántica. «Ginés es un gánster, el mayor mentiroso del mundo», asegura Joe Savage, un exmiembro británico de 28 años que abandonó la iglesia después de comprobar que el anticristo no llegaba a la Tierra en 2012, como el papa murciano había profetizado. Nueve de sus diez hermanos lo dejaron antes que él, hartos de su fanatismo; el décimo, Michael, es sacerdote y sigue allí, igual que los padres.
Por el principio. El 30 de marzo de 1968, cuatro niñas dijeron haber visto a la Virgen en un lentisco de la finca La Alcaparrosa, a un kilómetro de la aldea de El Palmar, pedanía de Utrera. En los días siguientes hubo una epidemia de apariciones, éxtasis y estigmas entre los lugareños. De nada sirvió que el obispo de Sevilla negara la veracidad de sus testimonios. Se construyó un altar y se encontró un pozo de agua milagrosa, un hallazgo «fundamental para hacer cash desde el principio», resalta el periodista Jorge Molina, uno de los mayores expertos en los palmarianos. En aquellos años, miles de peregrinos llegaron a aquel paraje inhóspito ansiosos por presenciar hechos sobrenaturales.
El contable sevillano Clemente Domínguez y el vendedor de seguros extremeño Manuel Alonso fundaron la orden bajo el amparo de la Iglesia católica y, junto a media docena de sacerdotes, varios de ellos extranjeros, fueron ordenados obispos por un arzobispo vietnamita que se retractó meses después. Demasiado tarde. Cuando Pablo VI murió en 1978, Clemente declaró que, tras el concilio Vaticano II, Roma había sido usurpada por comunistas, masones y ateos, se autoproclamó pontífice y consagró el cisma. Él y sus seguidores fueron excomulgados.
40 años de obras
Para entonces, la iglesia de El Palmar, que celebra sus misas en latín, ya tenía miles de seguidores en España y en varios países europeos sobre todo en Irlanda, Suiza y Alemania y americanos. Generosas donaciones empezaron a llegar de todas partes del mundo. Compraron la finca e iniciaron la construcción del faraónico santuario, un monstruo de ocho torres de 40 metros de alto cuyas obras interminables les permiten seguir recaudando fondos sine die.
La organización ultra que considera santos a Hitler, Franco, el fundador del Opus Dei y Evita Perón ha llegado a tener 5.000 fieles en todo el mundo apenas quedarían la mitad y cien monjas y curas viven en su megalómana basílica de la localidad sevillana.
Las relaciones con el pueblo, de unos 2.000 habitantes, son tirantes. «Nosotros no sabemos nada, estamos lejos», despistan en los dos restaurantes contactados por este periódico. La administración educativa y el Ayuntamiento han alertado a la Fiscalía de la posible vulneración de los derechos de los veinte menores integrados en la organización. Estos hijos de fieles algunos viven en el interior de la muralla, otros en el pueblo asisten al colegio con el resto de los niños de la pedanía, pero tienen prohibido hablar con ellos. Faltan a las asignaturas que sus padres consideran incompatibles con su fe y arrancan de los libros las páginas que abordan temas con cuyo enfoque no están de acuerdo, como el franquismo o la reproducción. Respetan los extravagantes preceptos de la secta: proscritos internet, los medios de comunicación y el cine. Los vaqueros y el chándal están vedados, solo se admiten camisas cerradas o polos de cuello alto y las chicas llevan faldas hasta el tobillo. «El trámite se inició por absentismo escolar, pero pidieron más información. Estamos a la espera de la respuesta de la Fiscalía», revela la concejal de Bienestar Social, María Jesús Castro.
El psicólogo experto en sectas Miguel Perlado comparte su preocupación: disciplinados en un miedo atroz a Satanás, los niños no tienen referentes fuera de ese grupo aislado. «A mí no me han hecho daño, pero he visto a gente suicidarse o arrastrar una depresión durante años», afirma Joe Savage, que vivió con su familia en Portaferry (Irlanda del Norte) hasta los 20 años y visitaba cuatro veces al año El Palmar. Él acabó los estudios y tiene una empresa de fontanería con diez empleados, pero varios de sus hermanos pequeños no lo consiguieron por culpa de las absurdas directrices de Ginés. «Tengo dos hijos y no quiero que crezcan así», asegura.
Apaleado por criticar
El expapa presume de haber flexibilizado las reglas más rígidas, pero los testigos le acusan de legislar a capricho. «El 80% de las normas extremas y fascistas son suyas. Lo que hace con los niños es asqueroso», asegura John Sheeha, que dejó la secta en octubre y a quien el «pequeño ejército» de Gregorio XVIII propinó una paliza en la puerta de su casa de Lichtenstein por enviarle críticas por whatsapp. «Me amenazaron con matarme si volvía a hacerlo», asegura este dublinés de 28 años, tercera generación de fieles de los Carmelitas de la Santa Faz.
«Es malo. Puede destruir a la gente. A mi cuñada embarazada le dijo que era mejor que su hijo muriera a que naciera con un padre fuera de la iglesia», asegura Savage. «Si había perdido la fe, ¿por qué no lo dijo?», se pregunta Sheehan, aún tocado por el trauma que representa abandonar sus creencias de toda la vida y que sus padres y hermanos hayan dejado de hablarle.
En su primera carta pastoral, el nuevo papa, el suizo Joseph Odermatt, acusa a Ginés de haber robado las joyas de las imágenes de Jesús, la Virgen, San José y Santa Teresa y calcula su fortuna en 2 millones de euros. Con la huida de la «maldita bestia», afirma, se cierra «uno de los capítulos más tristes» de la historia de El Palmar.
El Desertor, en cambio, lo niega todo y asegura que se fue con lo puesto, mil euros y unos cuantos documentos comprometedores por si a alguien se le ocurría fastidiarle. Pero ya no desea hablar más. «Quiere pasar página», afirma Nieves, la funcionaria por la que el antipapa dejó atrás 34 años de su vida y se fue a vivir a los pies de Sierra Nevada.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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