borja olaizola
Domingo, 6 de marzo 2016, 11:47
Los empleados franceses que van en bicicleta a su trabajo no levantan el ojo de sus cuentakilómetros desde hace un par de semanas. La aprobación el pasado día 13 de un decreto que bonifica a los ciclistas con 25 céntimos de euro por kilómetro recorrido ha transformado una parte de su cerebro en un taxímetro. Los más alejados de sus empresas emulaban ya a la lechera del cuento y hacían cábalas con un pellizco que equivaldría por lo menos al importe de una paga extra, aunque finalmente la imposición de un límite de 200 euros anuales a la gratificación ha rebajado sustancialmente sus expectativas.
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La iniciativa ha metido de lleno a Francia entre los países que tratan de poner fin al monopolio del coche particular como principal medio de transporte al lugar de trabajo. Los cada vez más frecuentes episodios de contaminación extrema en conurbaciones como París han convencido a la ministra gala de Ecología, Segolene Royal, de que hay que ofrecer alternativas a un modelo que conduce al colapso. La humilde bicicleta ha vuelto a emerger como solución más sencilla y eficaz, sobre todo a la luz de los resultados que han cosechado otros países que han hecho una apuesta decidida por su promoción. El plan francés mira de reojo al modelo de Bélgica, que en poco tiempo ha conseguido duplicar el uso de la bici en los desplazamientos laborales ofreciendo una gratificación de 22 céntimos de euro por kilómetro recorrido.
Los belgas son a su vez deudores de sus vecinos holandeses, los grandes paladines de las dos ruedas y los que primero introdujeron bonificaciones fiscales y subvenciones para favorecer a los ciudadanos que iban a trabajar a golpe de pedal. Como resultado de esa política, el 25,5% de los holandeses se desplazan en bicicleta a su puesto de empleo, un porcentaje sin parangón en ningún otro lugar del mundo y que hace de los Países Bajos el gran referente del transporte sostenible. El Gobierno holandés, curiosamente, retiró el año pasado la ayuda que concedía a la adquisición de bicicletas con la excusa de cuadrar las cuentas públicas. No parece que la supresión haya tenido una repercusión directa entre los usuarios dado el arraigo que tiene el uso de las dos ruedas en la sociedad holandesa. Una tradición que tiene también mucho que ver con unas infraestructuras excepcionales: carriles-bici por doquier y servicios de alquiler y aparcamientos en estaciones de tren y aeropuertos.
La Unión Europea también está apostando por el uso de las dos ruedas con una gran red de rutas ciclistas, que en 2020 pretende alcanzar los 70.000 kilómetros. Eurovelo, como se llama el proyecto, permitirá recorrer el continente a través de 14 itinerarios señalizados y alejados de las carreteras, por ejemplo, entre Cádiz y Atenas.
Pero volvamos de nuevo la vista hacia Francia. Como en España e Italia, allí el porcentaje de ciudadanos que van a trabajar en bicicleta es casi testimonial y ronda el 2,2% (2008). Hace un par de años, el Gobierno galo puso en marcha un ensayo en 18 empresas con el fin de testar el comportamiento de sus 8.000 trabajadores ante una gratificación en metálico por el uso de las dos ruedas (25 céntimos por kilómetro recorrido). La experiencia, que duró seis meses, dejó un buen sabor de boca y el número de empleados que acudían en bici a trabajar pasó de 200 a 419. El recorrido medio fue de cinco kilómetros y la gratificación resultante ascendió a 35 euros mensuales, un pellizco capaz de hacer que algunos empleados cambiasen el mullido asiento de su coche por el espartano sillín de la bici.+
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El ensayo puso de manifiesto que la recompensa por kilómetro recorrido es capaz de modificar las dinámicas de transporte. El 19% de los que se desplazaban al trabajo en coche y el 54% de los que lo hacían en transporte público se pasaron a la bicicleta. En el test, sin embargo, no había límite a la indemnización por kilometraje, de suerte que el uso de la bici podía representar un sobresueldo anual por encima de los 500 euros. El establecimiento de un tope de 200 euros anuales ha decepcionado a los colectivos involucrados, que recuerdan que el transporte es el responsable directo del 27% de las emisiones de gases de efecto invernadero en Francia.
Los colaboradores de la ministra Segolene Royal apuntan que el plan tiene una limitación presupuestaria de 170 millones de euros y que su cuantía podría incrementarse si tiene una acogida favorable. Los incentivos son aplicados de forma voluntaria por las empresas, de ahí que la gran incógnita será determinar cuántas se adhieren a la iniciativa. París no se atreve a hacer un balance a poco más de dos semanas vista aunque las primeras impresiones son positivas. «De momento las cosas van mejor de lo que pensábamos», han señalado fuentes oficiales. A la adhesión de un buen número de empresas públicas se han sumado muchas firmas privadas deseosas de proyectar una imagen más verde. El abono de las gratificaciones corre a cargo de las empresas, que recuperan el montante con deducciones en las cotizaciones sociales.
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Las razones de Riesgo
En España, donde el porcentaje de ciclistas laborales es casi igual que en Francia (2,3% en 2011), no hay visos de que se vaya a hacer algo parecido. Las diferentes administraciones intentan promover el uso de la bici con iniciativas cargadas de voluntarismo que apenas tienen efecto práctico. Lo sabe bien Juan Pablo Riesgo, uno de los pocos altos cargos que va todos los días a trabajar a golpe de pedal. Secretario de Estado de Empleo, Riesgo, de 36 años, adoptó la costumbre de desplazarse en bici durante el año que vivió en Londres. «Como el metro o el autobús no eran muy asequibles, me acostumbré a moverme en bici porque me daba más libertad de movimiento, era mucho más entretenido y encima hacía deporte».
Cuando en 2013 entró a trabajar al Ministerio de Empleo, no se lo pensó dos veces. «Como tengo la ventaja de que en mi lugar de trabajo hay vestuarios, vengo en la bici, me doy una ducha, me pongo un traje y estoy listo para empezar la jornada laboral». Riesgo vive en un pueblo de la periferia madrileña y pedalea todos las mañanas 13 kilómetros para llegar a los Nuevos Ministerios, en el centro de Madrid. No es un trayecto muy duro aunque sí algo incómodo por la ausencia de carriles bici. «Lo más gratificante es atravesar la Casa de Campo, que es como un oasis en medio de la jungla de la ciudad». Utiliza una ligera bici de ciclo cross y va siempre con casco y chaleco reflectante. «Ahorro en gimnasio y encima gano tiempo», sonríe. Si viviese en Francia, se embolsaría al día 6,5 euros, el resultado de multiplicar por 25 céntimos los 26 kilómetros que suman sus trayectos de ida y vuelta.
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¿Cree que alguna vez será recompensado por venir pedaleando al trabajo?
Para mí es recompensa suficiente poder hacer un poco de ejercicio al empezar y al acabar mi jornada laboral. Lo que ha hecho Francia me parece muy interesante por lo que tiene de ahorro energético y mejora del medio ambiente, pero también porque contribuye a implantar hábitos saludables. Hemos encargado un estudio que nos marque con claridad los beneficios que tendría para la salud y la productividad de los trabajadores una medida así, sobre todo porque casi la mitad de los accidentes laborales que se producen ahora tienen que ver con infartos y patologías susceptibles de corregirse con el ejercicio físico.
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