En la oscuridad de los estantes de la Biblioteca Nacional se guardan 33 millones de libros. Se ordenan por tamaños para que sufran menos.

El laberinto de las letras

La Biblioteca Nacional hace recuento de parte de sus 33 millones de libros para evitar sustos con los cacos. Es una operación gigantesca con 400 expertos

francisco apaolaza

Martes, 2 de febrero 2016, 00:05

Madrid es a veces una ciudad orquesta en pleno trámite de afinación: los motores de los coches, las sirenas de la policía, el bramido hondo de un autobús... Todo es ruido en una mañana de lunes, pero allí dentro no se escucha nada. Se entra por una puerta enorme de forja y unas escaleras bajo una fachada presidida por la diosa de la sabiduría que ofrece al visitante su corona de sapiencia. Dentro, una estatua rotunda de Menéndez Pelayo sentado, una puerta y ya solo el silencio de la sala de lectura de la Biblioteca Nacional de España, el corazón tranquilo de un edificio imposible, apasionado y laberíntico. Se ordenan hileras de mesas de madera, un reloj de esfera amarillenta y los escudos de las provincias y colonias que fueron de España.

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Cuando la directora Ana Santos Aramburo entró allí, se dio cuenta de que era un lugar especial y se sintió «como en el útero materno. Tienes la sensación de que estás a salvo, de que aquí dentro nada puede pasarte». Esa misma sensación la han tenido miles de silenciosos habitantes desde que en 1896 Isabel II inaugurara el palacio del Paseo de Recoletos 20-22. En alguna de esas mesas de inclinación discreta escribió Mario Vargas Llosa La Ciudad de los perros y allí, en el escritorio 99, pasa sus días Pepe Nieves, que en realidad se llama John Snow y es uno de los mayores especialistas de literatura española medieval. Conoció el rincón en el 74 y allí pasó todas sus vacaciones. En el 99 se jubiló y ahora, en horario de apertura vive allí.

Su sitio está vacío y se puede hablar en voz alta. La pasada fue la única semana en la que se puede hacer esto, porque la Biblioteca Nacional se cierra para someterse al recuento. Se trata de una operación gigantesca en la que los 400 trabajadores del centro se ponen manos a la obra para verificar los títulos.

51.869. Poesías de Roberto Brenes...

...Sí.

Susana y Ernesto son dos de los que vigilan que las obras se correspondan con el título en el catálogo, que estén en buen estado y sobre todo, que estén. Este año han repasado en torno a 9.000 títulos. Entre todos, han revisado 311.600 obras de los más de 33 millones de referencias que guarda la biblioteca entre el edificio de Recoletos y el moderno centro de Alcalá de Henares, un almacén gigantesco.

Cámaras en las mesas

Esa revista se lleva a cabo desde 2008, cuando un ladrón de nacionalidad húngara sustrajo 47 mapas históricos de varias bibliotecas españolas, entre ellos varios del Atlas de Ptolomeo de 1513. Eso sucedió en la sala Cervantes, un recinto de madera con bibliotecas de dos pisos que recuerda a las salas del castillo de Hogwarts. Ahí se consultan las piezas más antiguas y valiosas. Los mapas se recuperaron en Australia, pero por si acaso en las mesas hay pequeñas cámaras de seguridad disimuladas en aparatos de cobre parecidos a lámparas y no se puede utilizar bolígrafo para trabajar. Si a uno se le escapa un rayón, tiene más arreglo si usa un lápiz. Los agentes de seguridad no quitan ojo a nadie.

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Cualquiera en tres minutos puede sacar un carnet de usuario y tener acceso a todo lo que sea posterior a 1958, la fecha a partir de la cual se entregan dos ejemplares de cualquier cosa a la biblioteca: libros, discos, periódicos, carteles, cedés, deuvedés, partituras, vídeos de boda, anuncios, revistas... Llega, pide la obra, le asignan un escritorio, espera a que se encienda un piloto rojo y puede recoger lo que busca. Si quiere consultar algo más antiguo necesita un carnet de investigador.

La idea de guardar libros fue de Felipe V, pero aquella primera biblioteca no tenía nada que ver con esta. Se guardaban en el Pasadizo de la Encarnación, un lugar que ya no existe que se ubicaba en lo que es hoy en día la Plaza de Oriente, junto al Palacio Real.

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Desde fuera, en el elegante edificio se cuentan tres plantas. Los pisos de depósitos son doce. El código de cómo se organizan las alturas con otras es imposible y hay trabajadores que salen del ascensor y no saben dónde están. La cámara secreta, ignífuga, aguarda en un lugar recóndito que no conocen ni siquiera todos los empleados. En el sótano, como todas. Defiende algunas de las joyas nacionales: un manuscrito del Cantar del Mío Cid, un códice de La divina comedia de Dante, los códices de Leonardo Da Vinci o el manuscrito de El Aleph de Jorge Luis Borges, que quemaba sus manuscritos. Menos este.

El resto de los estantes (400 kilómetros) no son tan noveleros. Los libros se agrupan por tamaños, para que el libro sufra menos, con lo que se puede encontrar una novela erótica junto a un misal. Huele a goma y a papel y casi a polvo, aunque el lugar está limpio como una patena y lo recorren tipos con batas de médicos que tocan todo con las yemas de los dedos.

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Parece unlugar de paz, pero tienen muchos enemigos, no solo los ladrones. El principal se llama papel ácido, hecho de pasta de madera de mala calidad que comenzó a fabricarse a mediados del XIX en adelante. Las páginas se resquebrajan, el papel se craquela, se parte, se pierde. Dos millones de obras tienen firmada esa sentencia de muerte que se contagia a otras, pues la enfermedad pasa a otros libros que se almacenan cerca. Hasta hay un grupo dedicado a esto, una suerte de cazafantasmas que hacen batidas por los fondos en busca de obras en peligro. Las reparan y las meten en cajas de un cartón especial que frena la enfermedad, pero no hay cura. La jefa del taller de Reparación y Encuadernación, Fuensanta García, y los suyos parecen los 300 de Leónidas en las Termópilas, pero en realidad son solo once científicos enfrentados al tiempo, a los hongos, los papeles ácidos, el trabajo de las polillas de hace quinientos años y a los recortes presupuestarios. «Uno de los mayores enemigos de los libros son los cambios de humedad y temperatura». En los depósitos hay detectores de movimiento para que la oscuridad reine el mayor tiempo posible y unos sensores vigilan los saltos de humedad. Lo ideal son entre 18 y 21 grados y entre 45 y 65% de humedad. Si llueve y se cuela aire húmedo, es un desastre. Rehacer lo roto es un trabajo de chinos. Para rellenar los huecos existen máquinas a las que se les dicta textura, composición y color, pero sigue sigue siendo laborioso y delicado. En restaurar los códices de Leonardo Da Vinci tardaron dos años enteros.

Un salto de humedad en uno de los cantorales de misa de la época de los Reyes Católicos puede ser fatal, pues los pergaminos se hinchan. Cada página de esos libros enteros que servían para seguir los cantos gregorianos está hecho con la piel de un animal entero. Estos esperan en uno de los lugares menos conocidos de la Biblioteca: la sección audiovisual. Pocos saben que en la Biblioteca se pueden consultar libros pero también ver películas y escuchar música. En las estanterías hay literalmente de todo y la sección de vídeo, con 170.000 obras en Beta, VHS, DVD y hasta Super 8 es una ensalada gloriosa de géneros. Comparten estantería películas X, miles de reportajes de bodas de los años 80 y series de dibujos animados: La abeja Maya, Enlace de María y Juan en Talavera de la Reina y Paraíso porno. Los arqueólogos del futuro se van a poner las botas.

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