Un pescador de Maine examina un ejemplar de langosta americana para determinar su sexo. A la izquierda, el ‘roll’ que McDonald’s sirve en Nueva Inglaterra.

Langosta en el McDonald’s

La cadena de hamburgueserías ha incorporado este marisco a su oferta en Nueva Inglaterra y Canadá. El bocadillo cuesta solo siete euros, pero dicen que se nota el paso por el congelador

carlos benito

Lunes, 19 de octubre 2015, 00:36

En Europa solemos contemplar la langosta como el colmo de la exquisitez, del refinamiento, del lujo. Aunque sea un ingrediente esencial en cocinas tradicionales como la menorquina, su nombre ha quedado ligado a los menús caprichosos y un poco decadentes de la clase alta, desde el cóctel de langosta que se sirvió en la boda del rey Juan Carlos hasta la langosta con vieiras y guisantes que se zamparon este año en la de Carlos Felipe de Suecia, pasando por ese molde de huevo, galantina y langosta que tanto entusiasmaba a la reina madre inglesa.

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En algunas regiones de Norteamérica, en cambio, el estatus de este crustáceo es diferente. En el litoral atlántico de Canadá y en Nueva Inglaterra, al noreste de Estados Unidos, la langosta americana, más parecida al bogavante que a su prima lejana de Europa es un ingrediente relativamente popular que se suele consumir en rolls, bocadillos de apariencia similar a la de un perrito caliente. El Instituto de Investigación del Golfo de Maine, estado dominante en las capturas de este marisco, recuerda que hubo un tiempo en el que la langosta fue un alimento despreciado: los nativos americanos lo usaban como abono y cebo y los colonos se lo solían dar a los presos y los criados, hasta el punto de que una revuelta de sirvientes en Massachusetts reclamó no comerla más de tres veces a la semana. Hoy en día, dos ferias canadienses del marisco las celebradas en la isla del Príncipe Eduardo y en Shediac compiten por elaborar los rolls de langosta más largos, interminables bocatas de carne suculenta que superan los veinte metros.

Y, sin embargo, allí también están sorprendidos ante la incorporación de la langosta a la carta de los McDonalds de Nueva Inglaterra. Desde este verano, la cadena ofrece allí sus propios lobster rolls, que además del marisco llevan lechuga y mayonesa, a un precio de siete euros. También se sirven en algunos establecimientos de Canadá, aunque a ese lado de la frontera se añade a la receta apio y un toque de limón y se utiliza el nombre obvio de McLobster, es decir, McLangosta. La iniciativa tiene fascinados a los estadounidenses: una cosa es que este marisco no sea tan elitista como en Europa y otra muy distinta, que comparta espacio y público con el Big Mac, el cuarto de libra y el doble cheeseburger. En los establecimientos convencionales de la región, los rolls más asequibles cuestan más o menos el doble que en McDonalds.

Lo cierto es que la langosta parece una obsesión particular de los responsables de esta cadena. En 1993 intentaron consolidar los bocadillos de langosta a nivel nacional y obtuvieron uno de sus fracasos más recordados. En Nueva Inglaterra, siguieron sirviéndolos en temporada hasta 2005, cuando los retiraron de una manera que parecía definitiva. Su inesperado retorno a las hamburgueserías está ligado a dos coyunturas: por un lado, los malos resultados que ha registrado McDonalds en los últimos ejercicios espolean las ganas de innovar; por otro, las capturas de langosta llevan dos décadas de crecimiento continuado, con unas cifras que tienen asombrados tanto a los profesionales del sector como a los biólogos. El año pasado, en Maine, se pescaron 56.000 toneladas de langosta, frente a las 31.000 de 2005, las 11.000 de 1989 o las 8.000 de 1950.

Piscolabis de arenque

La clave de esta abundancia sigue siendo un misterio, pero los expertos apuntan hacia el calentamiento del océano, que ha convertido el Golfo de Maine en un hábitat todavía más acogedor para estos crustáceos, y destacan también que la acción del hombre ha diezmado a los enemigos naturales de la langosta, sobre todo el voraz bacalao. Hay un tercer factor que puede resultar chocante: las propias trampas con las que se captura a las langostas sirven de comederos para muchas de ellas, ya que la inmensa mayoría devora tranquilamente su ración de arenque y se larga de las jaulas antes de que las retiren.

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Está por ver si, esta vez, la propuesta de McDonalds logra cuajar entre la clientela. En España, no resulta difícil encontrar a personas que no han probado jamás la langosta, pero en Nueva Inglaterra son auténticos expertos en su sabor y su textura. Mientras que los establecimientos tradicionales cuecen a diario las langostas que utilizan en sus rolls, los McDonalds reciben el marisco congelado «para una frescura óptima», una diferencia de la que son muy conscientes los comensales con criterio. Aun así, las críticas no han sido del todo negativas: «Desde luego, no es excelente desde ningún punto de vista, pero son generosos con la cantidad de carne, aunque se note que ha estado congelada», comenta la bloguera gastronómica Sarah Gelber. Y, a falta de champán, el maridaje con una Coca-Cola gigante tampoco tiene que estar nada mal.

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