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La afición del Real Madrid no tiene piedad con él a pesar de ser una leyenda. El portero explotó el sábado en el Bernabéu al recibir una nueva pitada.
El ocaso de los campeones

El ocaso de los campeones

La mejor generación del fútbol español se acerca a su fin. El Bernabéu pita a Casillas, Xavi se marcha a Catar, Villa apura su carrera en Estados Unidos...

fernando miñana

Miércoles, 13 de mayo 2015, 23:57

El mundo llegó a rendirse a sus pies. Fue el 11 de julio de 2010, cuando, noche fría y cerrada en Johannesburgo, Iker Casillas se alzó como una antorcha sobre el estadio Soccer City y levantó eufórico el anhelado trofeo dorado. España era campeona del mundo y el planeta balompédico admiraba su estilo. Eran los mejores. Un lustro después aquella rosa se marchita. Los pilares de aquel equipo triunfal se agrietan. El reloj no tiene ídolos. Y el ángel de aquella selección fascinante, Iker Casillas (33 años), soporta cada vez que entra en su feudo, el Bernabéu, los pitidos de una afición cruel que no quiere entender de intocables.

Casillas volvió a escuchar esa hiriente música de viento el sábado y explotó. El portero, una leyenda, campeón de todo, levantó el brazo y masculló: «A tomar por culo, pesados, con los pitos de los cojones». Y al acabar el partido, hastiado, la Liga casi perdida, se marchó, cabizbajo y dolido, como nunca hace, sin despedirse.

Casillas sigue siendo un buen portero, pero ya no encuentra aquellas manos y piernas milagrosas que salvaban a sus equipos. Su ocaso se acerca implacable. Pero no es un caso único. Otros referentes también se mustian y empiezan a replegar sus alas. Como Xavi, que la semana pasada disputó su último partido de la Copa de Europa en el Camp Nou. Los románticos sueñan con una despedida en Berlín abrazado a la orejona, la copa de la Champions. Un adiós en consonancia a su talla futbolística. Porque Xavi (35 años) ya no juega lo que le gustaría y como es un adicto del balón ha preferido marcharse a Catar que mendigar las migajas. Luis Enrique ha sido honesto. Ya se lo advirtió. «Si te quedas, perfecto. Pero si no te pongo, no me toques las pelotas».

Xavi, honrado y humilde, los valores que aprendió en su casa, un piso de 80 metros cuadrados en el que convivían apretujados, abuelos incluidos, ocho personas, no abusó de sus galones para tener más protagonismo, pero quiere colgar las botas desgastadas y por eso se mudará a Catar, donde jugará envuelto en petrodólares.

Después ya podrá volver tranquilo a Barcelona, a su céntrico piso de 180 metros cuadrados no necesita una mansión para ser feliz con Nuria, su mujer, para prepararse como entrenador y escaparse al monte cuando quiera a coger setas. Y seguirá hablando por teléfono con Iker Casillas, el portero que no logra despertar de la pesadilla que empezó en enero de 2012, cuando crujió su mano, la lesión que aprovechó Mourinho para chincharle con el banquillo, y el momento que eligió para romper con sus padres y tomar el mando de la sociedad (Ikerca SL) que constituyó en 2000.

Aquella decisión le costó más de cinco millones de euros, algún valioso inmueble y una ruptura familiar que llegó a provocar, incluso, que fuera Florentino Pérez quien tenía que invitar a José Luis Casillas y María del Carmen Fernández al Bernabéu porque su hijo ya no les daba entradas.

Pero su relación con la celebérrima Sara Carbonero culminó con su primer hijo, Martín, que le ha vuelto más tierno. Hasta el punto de reconciliarse con sus padres. El fútbol, en cambio, no le hace tan feliz. Keylor Navas, en el Madrid, y David de Gea, en la selección, amenazan su supremacía y a San Iker le han entrado las dudas. Hace unos meses, incluso, como le reconoció a Iñaki Gabilondo, estuvo a punto de cambiar de equipo después de 18 temporadas de éxitos y fidelidad.

El primero en retirarse fue Carles Puyol (37 años). Su exquisita ética de trabajo no le permitía seguir en activo si no estaba, y su rodilla se lo impedía, en plenitud. Al principio probó a matar la nostalgia como adjunto a la dirección deportiva, pero en cuanto el club despidió a su jefe y amigo, Andoni Zubizarreta, Puyol, otra vez la ética, cesó en su cargo.

El central de la larga melena, su seña de identidad, sigue su vida de asceta, desayunando esos batidos verdes de espinacas y vete a ser tú qué más, haciendo yoga con su mujer, la modelo Vanesa Lorenzo, y saliendo a entrenarse con su amigo Javi Pérez. Sin el tute del fútbol, la rodilla ha dejado de doler y Puyol, siempre tan competitivo, se está planteando regresar al fútbol (o mejor dicho, al soccer) en la joven liga estadounidense.

En la opera y Wall Street

Allí se encontraría con David Villa (33 años), el goleador de aquel Mundial de Sudáfrica, que apura la pólvora de sus botas en el mítico estadio de los Yankees, en el Bronx, donde juega el New York City, que cuelga unos cartelones enormes con la foto del asturiano, su icono, por los rascacielos de la Gran Manzana como reclamo.

El delantero de Tuilla se despidió de Europa ganando la Liga y alcanzando la final de la Champions con el Atlético de Madrid. Antes, Barcelona, Valencia, Zaragoza y Sporting. Un saltimbanqui del fútbol. Ahora aprovecha la oportunidad de vivir en una ciudad como Nueva York para aprender inglés y corretear por Central Park con sus tres hijos. Pero también para ver a Plácido Domingo en la ópera o a José Manuel Calderón y sus Knicks en el Madison.

Villa es la estrella de la liga, la MLS, y eso le da un estatus que le ha permitido asistir a la gala Icons of Style en el deslumbrante hotel Mandarin Oriental, abrir la sesión de Wall Street y hasta grabar una canción con Sarah Packiam y Tim Mitchell. El hijo del minero asume que el Mundial de Brasil fue el cierre de su exitosa singladura en la Roja, donde el potente Diego Costa ha sacado los codos por delante de Villa, el máximo goleador de la historia de la selección, y Fernando Torres, el origen de todo con su gol en la final de la Eurocopa de 2004.

Torres (31 años) es un suplente rentable en el Atleti del Cholo Simeone, pero poco más. Su caché está lejos de los 58 millones de euros que pagó el Chelsea para llevárselo del Liverpool. Y su final también se presume próximo pese a no ser de los más veteranos. Ha regresado a su ciudad y a su club del alma para retirarse.

Su vida no espera grandes giros. Torres es feliz en su mansión de La Finca disfruta de un dormitorio de 70 metros cuadrados con dos cuartos de baño con jacuzzi y sendos vestidores, la segunda que se compró la otra la tiene alquilada, 25.000 euros al mes, al madridista Toni Kroos en este elitista rincón de Pozuelo de Alarcón donde vive con Olalla, su chica de toda la vida, y los dos niños. Tan feliz como su peluquero, un gallego que ya no tiene que viajar a Inglaterra para pulir su peinado, o Leo Miralles, el tatuador que se ha recreado con su epidermis.

A Víctor Valdés (33 años) también le fascinan los tatuajes. Por eso decidió rasgar sobre su antebrazo, debajo del símbolo de capricornio, una frase premonitoria: Mi destino está escrito. Porque él ha contado que ya sabía que se iba a romper la rodilla, la lesión que quebró la carrera del que muchos pensaban que era, entonces, el portero más en forma del mundo.

El arquero, casado y con tres hijos, se fue a Alemania para que le operara el doctor Ulrich Boenisch. Y durante semanas, solo, cogía el tranvía para ir del hotel al centro de rehabilitación donde coincidía con un jubilado que se recuperaba del hombro. El solitario Valdés completó su trabajo con una máquina en casa, en Gavá. Así forzó su última oportunidad, un contrato de año y medio en el Manchester. Allí coge la palma de su mano y, más rudimentario que un tatoo, escribe a bolígrafo su lema, su secreto: Entreno y... entreno!!. Se resiste al final. Como Iker, Xavi y los demás.

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