irma cuesta
Lunes, 27 de abril 2015, 00:12
El 25 de octubre de 2013, a Benjamin Clementine (Londres, 1988) le pidieron que actuara en el famoso programa de la televisión británica 'Later with Jools Holland'. El director había visto un vídeo de aquel chico negro, alto y delgado que parecía cantar con el corazón y decidió contratarlo, de modo que, cuando le llegó el turno, salió al escenario descalzo, se acercó al piano y tocó 'Cornerstone'. Al terminar había dejado al público a las puertas del éxtasis y al inquilino del camerino de al lado emocionado. «Nunca dejes esto», le dijo. Era Paul McCartney. Al día siguiente, Clementine se convertía en el artista más compartido en Spotify y solo una semana después tenía sobre la mesa un contrato con Virgin.
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Aquella noche, este jovencito inició una carrera que la industria discográfica ya anuncia plagada de éxitos y puso fin a una vida sembrada de sinsabores. Y es que el músico revelación de la temporada, el mismo al que los iniciados presentan como la reencarnación masculina de Nina Simone, forjó su música y su voz -bella y atormentada- en las calles de Londres y París, donde fue uno de los muchos sin techo que pueblan la ciudad de la luz.
De todas formas, cuando le preguntan por ese episodio, trata de desmontar la leyenda de que tocaba en el metro de París cuando alguien se le acercó y le dijo algo así como «eres fantástico, ¿qué haces tú aquí?», y le ofreció grabar un disco. No porque no tocara en el metro -que pasó meses haciéndolo-, sino porque también actuó en bares, fiestas y pequeños teatros y su vida no ha sido muy distinta de la de los cientos de artistas que vagan por el mundo en busca de una oportunidad.
Clementine es el más joven de los cinco hijos de un matrimonio británico de ascendencia ghanesa extremadamente religioso y estricto con el que nunca se llevó bien. A pesar de todo, cuando toca hablar de su padres, contesta con un prudente: «¿Qué otra cosa puedo hacer más que darles las gracias por haberme alimentado y cuidado? Lo que ocurre, simplemente, es que no creo haber recibido una buena educación». Sin embargo, por más que trate de quitarle hierro al asunto, lo cierto es que fue la mala relación con sus padres lo que le llevó, cuando solo tenía 16 años, a dejar su casa y un colegio en donde nunca se sintió a gusto, para tratar de ganarse la vida cantando por las calles del barrio londinense de Camden Town.
Cuenta que un buen día, enganchado a la televisión en el salón de casa, vio un concierto en directo de Antony & The Johnsons que emitía la BBC y que a partir de entonces en su cabeza ya solo encontraba música. De hecho, le gusta pensar que su historia como compositor y cantante comenzó cuando, con solo 6 años, se enamoró del piano. «Vi a una muchacha de mi clase con un piano de juguete. Le pregunté si me lo dejaba y me dijo que no. Entonces esperé a que se fuera a almorzar, lo cogí y me lo llevé a casa. Tocaba, escuchaba los sonidos y me gustaba. Fue una revelación. Al día siguiente, obviamente, lo devolví después de tener un problema enorme con mis padres. Casi me detienen, pero fue uno de los mejores días de mi vida».
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Un billete a París
Aunque por aquel entonces el niño tímido al que siempre le costó hacer amigos descubriera la música, su carrera no comenzaría hasta que, cansado de pelarse con sus padres, cogió una mochila y se marchó de casa. La aventura por las calles de Londres acabó un buen día en que, tras discutir con su compañero de piso, acabó en un cibercafé y gastó todo lo que tenía en un billete de avión a París.
En la capital francesa durmió en la calle, en el metro, en el suelo de la casa de algún colega y en varios hostales, y tocó allí donde le dejaron: el metro, fiestas de cumpleaños y pequeños bares con música en directo, hasta que en 2012 logró cantar en el Festival de Cine de Cannes. Fue después de aquella actuación cuando el productor Lionel Bensemon le ofreció grabar su primer disco y cuando su vida verdaderamente dio un giro inimaginable. Solo dos años más tarde, en febrero de 2015, este sin techo fue galardonado con un 'Victoires de la Musique' al artista revelación, el equivalente del Grammy en Francia, aunque lo verdaderamente importante llegaría la noche de su intervención en 'Later with Jools Holland'.
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Ahora, de vuelta en Londres, con los billetes para Nueva York en el bolsillo y a punto de comenzar a escribir un nuevo capítulo de su carrera, el trovador al que le gusta tocar el piano descalzo lucha porque la historia de su vida no lo devore. «Tengo la impresión de que todo aquello que parece estar alimentando el mito está también ensombreciendo mi música. No debería hablar de mi vida como si fuera algo especial. Todos los días vemos a gente durmiendo en la calle y tocando en la calle. Nadie debería pensar que hacerlo te convierte en alguien especial».
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