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El exarzobispo de Madrid y expresidente de la Conferencia Episcopal Española vive ahora junto a la catedral de la Almudena.
Las condiciones de Rouco

Las condiciones de Rouco

El cardenal se negó a dejar el Palacio Episcopal cuando el Papa le sustituyó en el cargo. Una actitud «inaudita y escandalosa». Después puso algunas condiciones para mudarse: coche nuevo, secretario y dos monjas a su servicio

daniel vidal

Viernes, 17 de abril 2015, 16:57

Magdalena. Así se llama el único escándalo que hasta ahora empañaba la hoja de servicios de Antonio María Rouco Varela (Villaba, Lugo, 1936) al frente de la Archidiócesis de Madrid. Magdalena Rouco, su sobrina, se desnudó en Interviú y puso a parir a su tío por el maltrato que le había dispensado durante toda su vida: «No es una buena persona». Cosas de familia. Siete años después de aquello, que pasó como una fugaz tormenta de verano, son los propios curas y los feligreses, las ovejas del pastor, los que arremeten contra el cardenal. Con escrache incluido, como el que van a realizar a finales de esta semana no quieren precisar el día para evitar la presencia de grupos violentos varias asociaciones religiosas, apostadas «de forma pacífica» tras una gran pancarta en la que se podrá leer: «Rouco, lee el evangelio».

La protesta tendrá lugar frente al nuevo domicilio del jefazo de la Iglesia madrileña durante los últimos veinte años, un ático de 370 metros cuadrados junto a la catedral de la Almudena, con seis habitaciones y cuatro cuartos de baño, valorado en 1,5 millones, y cuya reforma a gusto del cardenal le ha costado a la Iglesia alrededor de 400.000 euros. «Un disparate», critica Evaristo Villar, portavoz de Redes Cristianas, una plataforma que aglutina a más de 200 grupos y movimientos católicos. «Yo estaría el primero en el escrache», se lamenta desde Málaga el padre José Sánchez, miembro de la organización Fe Adulta: «¡Es una vergüenza!». Aunque, como dice Jesús Pastor, miembro del Foro Curas de Madrid, quizá «lo más escandaloso» no sea el piso en sí, ni la reforma, «sino la vergonzosa manera que está teniendo el prelado de dejar el cargo».

A Rouco Varela, de 78 años, expresidente de la Confederación Episcopal Española y alineado con el ala más conservadora del poder eclesiástico, se le atribuye la famosa frase «el cónclave se nos ha ido de las manos», tras la elección del Papa Francisco. Quería llegar hasta los 80 rigiendo un arzobispado que ha gobernado con puño de hierro. Pero el nuevo pontífice frustró su deseo al designar a Carlos Osoro, un Bergoglio español, como nuevo responsable de la Archidiócesis de Madrid. Aquello le dolió profundamente, más que las palabras y las fotos de su sobrina Magdalena. Osoro, representante de esa institución «pobre y para los pobres» que quiere Francisco, cántabro, de 69 años y antiguo alumno de Rouco en Salamanca, tendría que haberse mudado al Palacio Episcopal a finales del verano. En cambio, Rouco Varela, «con un comportamiento inaudito, vergonzoso y escandaloso», critican en el seno de la Iglesia, decidió enrocarse en sus aposentos.

Ni corto ni perezoso, se negó a abandonar la segunda planta del palacio de la calle San Justo, la más noble del inmueble, con terrazas y galerías, y empezó a acondicionar la primera planta como futura residencia de su sustituto. «Piensa que la Iglesia le debe mucho por los servicios prestados y cree que tiene ciertos derechos adquiridos por ello», valora José Manuel Vidal, director de la web Religión Digital y autor del libro Rouco, la biografía no autorizada (Ediciones B). Vidal asegura que no es de esos prelados «que tienen que oler a oveja», como proclama Francisco. «Rouco huele a poder. Un poder aplastante solo comparable al del cardenal Cisneros». Osoro, al ver el panorama en el Palacio Episcopal y quizá por su respeto hacia su antecesor, decidió buscar alojamiento en una residencia de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Allí sigue todavía, incluso después de que Jorge Bergoglio le preguntara, en un encuentro y no sin cierta sorna, si ya tenía «un sitio para vivir».

Un okupa en el Palacio

La noticia del atrincheramiento de Rouco le sentó como una patada al Papa, que vio «prepotencia» en el gesto. Y en la Archidiócesis de Madrid, donde algunos pasaron a llamarle el cardenal okupa, se consideró, cuanto menos, «de mal gusto». Desde el Vaticano, y a través del Nuncio Apostólico en España, Renzo Fratini, se le invitó a deponer su actitud y a trasladarse a alguno de los muchos pisos que la Iglesia tiene en la capital. El vicepapa español, como le apodaron hace tiempo, dio marcha atrás. Pero puso condiciones.

«Le ofrecieron mudarse a un piso de la calle Manuel Becerra, donde vivió el cardenal Suquía, su antecesor, con todas las comodidades. Rouco dijo que era demasiado modesto para él. Se está comportando como la reina madre», revela Vidal. También pidió coche nuevo (Passat o Audi) y dos monjas que vivirán con él y que se encargarán de las tareas del hogar. También dispondrá de secretario personal. Los cerca de 1.000 euros mensuales que seguirá cobrando como cardenal jubilado tampoco se los quita nadie. «Esto en la Iglesia no se hace. Lo normal es que los obispos y arzobispos, tras sus años de servicio, vuelvan a sus diócesis de origen o a las casas de sus familiares», opina Vidal. «Rouco no tiene contacto con la familia y tampoco tiene amigos, siempre ha estado muy solo». Por supuesto, no quería moverse de Madrid. «Exigió quedarse en la zona donde siempre ha vivido. Es decir, al lado del Palacio, junto a la Almudena». Así que no le hizo falta buscar mucho para encontrar su nuevo hogar, en el mismo inmueble donde le harán el escrache y a pocos metros de la catedral, en la calle Bailén. Se mudó hace unas semanas, seis meses después de haber dejado el cargo.

El antojo del cardenal obligó a desalojar a cuatro sacerdotes, profesores de la Universidad de San Dámaso, que se repartían los 370 metros cuadrados del ático, un piso antiguo pero enorme y con una situación privilegiada. Evidentemente, está libre de cargas (fue donado por un particular) y facturas como las del IBI (tributo del que la Iglesia está exenta, que en una vivienda de estas características oscila entre los 3.500 y los 4.000 euros) nunca llegarán a su buzón. Aunque Rouco sí que tendrá que pagar la tasa de basuras. Un ahorro considerable, teniendo en cuenta la inversión que ha tenido que realizar la endeudada Archidiócesis de Madrid para acondicionarlo. Entre otras cosas, había que hacer espacio para albergar la inmensa biblioteca del prelado, que aún sigue llegando por tomos. También se rumorea que el suelo se ha cambiado por madera de la India y se ha construido una chimenea de mármol. Rouco, por supuesto, ocupará la habitación principal, con baño y vestidor.

La verdad es que no todo son voces en su contra. El arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez, ha cerrado filas en torno al antiguo jefe de la Curia española: «Se ha abierto la veda y Rouco está en el disparadero». Incluso el arzobispo de Valladolid y actual presidente de la Confederación Episcopl Española, Ricardo Blázquez, aseguró en su última entrevista que Rouco «siempre ha tenido una forma de vivir sencilla y normal», pero que necesita una vivienda de ciertas calidades «porque tiene una trascendencia importante en la Iglesia y en la sociedad» y como tal debe «invitar a determinadas personalidades».

La defensa numantina en este entorno no sorprende a Vidal: «Muchos de ellos le deben la mitra. Es normal que le apoyen públicamente, aunque después no compartan su actitud». Blázquez, de hecho, pidió en la misma entrevista «una Iglesia pobre y para los pobres». En internet, por otro lado, casi 2.000 personas han firmado ya la petición, lanzada por la organización Fe Adulta, para reclamar «que cese el escandaloso comportamiento de Rouco Varela, que pretende vivir como un rico entre los ricos».

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