carlos benito
Sábado, 18 de abril 2015, 00:41
Al cabo de 44 presidentes y más de 200 años, ya no quedan muchas voces que cuestionen la procedencia de que una mujer aspire a gobernar Estados Unidos. Uno contempla esa galería de rostros de señores, desde el George Washington de los billetes de dólar hasta la fotogenia a prueba de bombas de Barack Obama, y se da cuenta de que los tiempos y los peinados han ido evolucionando, pero nunca lo suficiente como para que cambie también el sexo del líder. Parece que, a estas alturas, todo el mundo acepta ya que esa muralla invisible caerá más pronto que tarde, pero a Hillary Clinton, que hace unos días confirmó su participación en la carrera presidencial, le han surgido críticas por otro flanco, más inesperado y quizá igualmente machista: algunos dicen que se ha hecho ya demasiado vieja para el cargo, se muestran insistentemente convencidos de que -entre rodeos y fracasos- se le ha pasado la hora de sentarse en el Despacho Oval.
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Hillary es abuela desde septiembre y el próximo 26 de octubre cumplirá 68 años, así que, en caso de triunfar en su empeño, acabaría jurando el cargo con 69 años y tres meses. En esos dos siglos y pico de presidentes, solo ha habido uno que superase esa edad en el momento de acceder al puesto, y por muy poco: Ronald Reagan estaba a un mes de cumplir los 70 cuando se puso al frente del Gobierno en 1981. Los republicanos, convencidos de que Hillary iba a terminar presentándose, llevan ya un par de años lanzando cargas de profundidad referidas a este asunto. Uno de los comentarios más viperinos lo pronunció el senador Mitch McConnell, que comparó las filas demócratas con «una reposición de 'Las chicas de oro'», y eso que él mismo es un pimpollo de 73 años que está en la Cámara desde mediados de los 80.
Ronald Reagan se ha convertido en una referencia inevitable. La analista Linda Chavez, que en su momento formó parte del equipo del presidente actor, proponía hace unos días en 'The New York Post' una singular comparación entre ambos personajes: «La edad fue más amable con Reagan, como sucede a menudo con los hombres. Reagan se las arreglaba para transmitir energía y vigor a base de montar a caballo y cortar madera en su tiempo libre y de relacionarse con los votantes y debatir durante la campaña. Clinton no parece tener ese mismo don. Ya, no es justo que las mujeres sean juzgadas más severamente por su edad, pero probablemente sí importa en unas elecciones, aunque poca gente lo quiera decir». Curiosamente, el argumento más eficaz contra este desdén por lo veterano lo aportó el propio Reagan. Cuando aspiraba a la reelección, enfrentado a Walter Mondale, le preguntaron si se sentía capaz de soportar una hipotética situación de crisis mundial: «Quiero que sepan que no convertiré la edad en un asunto de campaña -respondió, todo fino-. No voy a explotar con intenciones políticas la juventud y la inexperiencia de mi oponente». Arrasó en las elecciones y juró su segundo mandato a un paso de los 74.
Ciertamente, en las últimas décadas, el mundo prefiere gobernantes con pocas arrugas. La revista 'The Economist' ha analizado esta tendencia calculando la media de la edad de los líderes de EE UU, Reino Unido, Alemania y Francia desde mediados del siglo pasado. Por aquel entonces, en los años 50, el promedio solía situarse por encima de 70; actualmente, está en 55. Los Ejecutivos europeos aparecen dominados por eso que se denomina mediana edad: los presidentes y primeros ministros suelen estar en esa tierra de nadie en la que no son ni jóvenes ni viejos, con contados casos de treintañeros como el estonio Taavi Roivas (tenía 34 años cuando tomó posesión), el belga Charles Michel (que llegó al cargo con 38) o el italiano Matteo Renzi (que hizo lo propio a los 39). Pero tampoco puede decirse que, históricamente, abunden tanto los gobernantes provectos: un caso peculiar es el de Japón, donde se cuentan once primeros ministros que debutaron ya cumplidos los 70, frente a solo tres que lo hicieron por debajo de los 50.
En EE UU no han andado escasos de aspirantes talluditos. Ahí están Bob Dole, que tenía 73 años cuando se enfrentó sin éxito al mismísimo Bill Clinton -y este, por cierto, no se cortó a la hora de explotar la baza de la juventud vigorosa-, o John McCain, que a los 72 perdió frente a Obama. Pero referentes como estos, ambos del bando republicano, no frenan a los adversarios de Hillary Clinton a la hora de atacarla con el ahínco despiadado de la política: traen a colación sus problemas de salud -el coágulo en la cabeza del que fue tratada hace dos años- e incluso recuerdan los de su marido, que mantiene una apariencia espléndida a sus 68 años pero ha sido sometido a varias intervenciones cardiacas. Mientras tanto, los partidarios de la candidata han esgrimido réplicas de todo tipo. Incluso han recurrido al caso del presidente Warren Harding como muestra de que nadie tiene garantizada la lozanía: solo tenía 55 años cuando llegó a la Casa Blanca, en 1921, pero falleció dos años después. También han tirado de tablas de esperanza de vida para explicar que los 69 de hoy vienen a ser como los 60 de Harry Truman.
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Desgaste o experiencia
Al final, lo que cuenta es la mirada del electorado hacia una situación que se plantea un poco anómala. La opción demócrata, más progresista y tradicionalmente más cercana a la juventud, puede quedar en manos de una mujer de 69 años -o, en el caso de que el vicepresidente Joe Biden acabe presentándose y se imponga en las primarias, en manos de un hombre de 74-, mientras que entre los aspirantes republicanos figuran ambiciosos cachorros como Ted Cruz y Marco Rubio, que tienen 44 y 43 años. Un sondeo realizado el año pasado por el Pew Research Center demostró que «para un candidato es mejor ser joven», ya que un 36% de los encuestados manifestó resistencia a votar a un septuagenario, frente al 6% que presentaba la misma actitud hacia alguien cuarentón. Claro que la misma institución ha publicado un llamativo estudio sobre la percepción de la edad de Hillary que tienen los jóvenes estadounidenses: el 53% respondió que la aspirante a presidenta aún no ha cumplido los 60, y todavía hubo otro 16% que la situó por debajo de los 50.
«Los estadounidenses no miran tanto la edad sino el talento. Además, muchos atributos tienen una doble cara. 'Serio' puede ser riguroso o mustio, y lo mismo ocurre con la edad: la diferencia entre 'desgastado' y 'experimentado' es sustancial», valora el politólogo Yuri Morejón, autor del documental Hillary Clinton: el lado humano de una líder. «No obstante -añade-, mostrarse activa y actual le ayudará a proyectar una imagen más rejuvenecida. De ahí que anunciara su candidatura a través de las redes sociales y mediante un vídeo con un mensaje empático, joven y muy viralizable. En la foto principal de su renovada web aparece conversando con unos ancianos, lo que hace que se la vea más joven».
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Al menos, por ácidos que puedan ponerse los republicanos, no parece probable que lleguen al extremo de lo ocurrido en Nigeria ante las elecciones de hace dos semanas. El presidente Goodluck Jonathan buscaba repetir mandato, frente al aspirante Muhammadu Buhari. La esposa del primero echó mano del siguiente argumento durante la campaña: «Votad a mi marido, Jonathan. No votéis a Buhari. Es un anciano. Cuando la gente se hace vieja, puede no razonar bien e incluso se les puede morir el cerebro». Buhari, de 72 años, ganó.
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