antonio corbillón
Jueves, 12 de marzo 2015, 00:38
El mismo año que Art Fry inventó el post-it, Maryse y Georges Wolinsky legalizaban su amor. Fue un flechazo a primera vista que había nacido dos años antes, en aquella primavera parisina de 1968 en la que en Francia creyeron que todo podía brotar de nuevo. Un amor que parecía por estrenar cada día y que se interrumpió de golpe 47 años después, cuando dos yihadistas irrumpieron en enero en la revista satírica Charlie Hebdo, en la que el octogenario Wolinsky era una de sus firmas reconocidas, y mataron a 12 personas en menos de 15 minutos.
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El científico norteamericano Art Fry inventó esas pegatinas amarillas que nos hemos acostumbrado a utilizar para sortear los despistes de la memoria como pasahojas en las partituras del coro en el que cantaba en la iglesia de su comunidad. Nunca pensó que además sirvieran como terapia personal contra el dolor, contra el vacío por la pérdida de un ser querido que nos arrancan de golpe. Maryse Wolinksy ha encontrado en las notas esa nueva variante, aunque también tiene que ver con el objetivo de evitarle derrotas a la memoria.
«Buenas noches cariño. Descansa. Hace 40 años que te amo. G». Cuando Maryse, también periodista de profesión, se va a la cama se encuentra con este mensaje pegado con celofán en la pared de su dormitorio. El pasado sábado se cumplieron dos meses del asesinato de Georges y sus colegas. No parece tiempo suficiente para que su viuda, con la que convivió casi medio siglo, se reconstruya a sí misma.
Maryse ha cambiado de apartamento («nuestra casa común se ha convertido en demasiado grande para mí»). Y en el nuevo puede reconstruirse una geografía afectiva a través de las notas que ella ha ido rescatando de sus archivos y que pueblan sus paredes como las migas de pan de Hansel y Gretel, para no perder el camino hacia lo que aún siente por su marido.
«Cariño. Me voy fuera a comer cuscús con mi amigo Nasser. Son las 10 en punto. Es tiempo para dormir. Te beso mi amor». En estas semanas, Maryse ha intentado no arrojarse en brazos de la nostalgia. Abrió sus sentimientos y su casa a los grandes medios de comunicación apenas un día después de incinerar a su marido. Les contó que su tiempo vital «se había acelerado». Y también que tenía tres hijos (dos de una relación anterior de Georges y una hija común) y dos nietos a los que preservar la imagen de un padre y abuelo «divertido, cálido, cáustico y muy judío».
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Murió como su padre
Conoció a Wolinski cuando entró como becaria en el diario Le Journal de Dimanche en el que él ya hacía sus caricaturas. Nacida en Argel en el seno de una familia católica muy conservadora, el dibujante era «justo lo contrario de todo lo que mis padres querían para mí». Quintaesencia del bon vivant, Georges sacó «el lado más creativo de mi personalidad». Y sobre todo le hizo reír siempre.
Entre los documentos del fallecido, Maryse ha recuperado un archivo de papeles sobre su padre, un pequeño empresario del metal que fue asesinado a tiros por un trabajador italiano al que pensaba despedir. Georges tenía apenas dos años. «Cuando sucedió el ataque de Charlie Hebdo sentí que era la repetición más sorprendente de la historia familiar», cuenta la viuda a BBC News. Paradójicamente, el humorista no se dedicó a la temática que soliviantó a los integristas asesinos. Nunca le interesó caricaturizar a Mahoma. Lo suyo era más de política o sexo y alguna vez había hecho partícipes a sus colegas dudas como «¿vale la pena que tomemos riesgos por dibujar estas caricaturas? ¿Estamos poniendo nuestras vidas en peligro?». La respuesta le ocupará a Maryse, que ahora tiene 71 años, el resto de sus días. Le queda el flaco consuelo de que «todos murieron haciendo lo que mejor sabían, murieron con las plumas en sus manos. Estaban en primera línea y murieron en acción».
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«Te amo. He comido foie gras, algo de sopa, un trozo de galette (crep francesa). Pienso en ti. Te beso, Maryse, cariño». Las paredes siguen hablándole a esta periodista y escritora de éxito para que el silencio no se apodere de todo. Hasta su hija común Elsa reconoce que «llega a ser molesto tener unos padres que se aman tanto». Maryse no tuvo fuerzas para acudir a la gran manifestación que reunió a cuatro millones de parisinos aquel 11 de enero. «Algo digno de la liberación de París», recuerda ella. Con el paso de las semanas, ha concentrado sus fuerzas en mantener la presencia en su vida de un hombre que «odiaba la idea de envejecer, estaba en gran forma y tenía unas mejillas suaves como veinte años más joven».
Esta noche, volverá a sentir que su candor le habla, una vez más, desde una pared: «Buenas noches cariño. Descansa».
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