Manifestación convocada en Madrid por la Asociación de Víctimas del Terrorismo en octubre de 2013.

Banderas arrojadizas: ¿Por qué la izquierda se identifica menos con la rojigualda?

La manifestación de Podemos transcurrió sobre todo entre enseñas republicanas

isabel ibáñez

Domingo, 8 de febrero 2015, 17:16

Queda una vieja foto del 15 de abril de 1977, tan solo 24 horas después del Día de la República. Santiago Carrillo y los suyos comparecían sentados con dos banderas a la espalda, la roja comunista y la rojigualda. Así se dirigía a los suyos en la primera reunión libre del partido (ya legalizado) para anunciar su renuncia a la bandera tricolor y su aceptación de la enseña de los 'vencedores' en la contienda civil. Enrique Gastón, profesor emérito de Sociología en la Universidad de Zaragoza, recuerda bien aquel momento, así como las críticas recibidas por ello, porque él era el secretario general del PCE en Aragón. Lo recoge en su artículo 'Para una sociología de las banderas' ('Emblemata', 2013). «El argumento principal de Carrillo era que no valía la pena que un país se arriesgara a una confrontación por una cuestión de banderas».

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Pero casi 40 años después, el estandarte que el PCE acabó por asumir 'a cambio' de su legalización sigue dividiendo a los españoles, a la vista de las voces que se han alzado por la abundancia de banderas republicanas en la manifestación de Podemos del pasado fin de semana. El secretario de Estado para la Unión Europea, Íñigo Méndez de Vigo (PP), dijo en RNE que le parecía una marcha «muy típica» de la extrema izquierda. «Mucha bandera comunista y mucha republicana. Lamenté que no hubiera banderas españolas. No sé por qué sacan banderas de Grecia y banderas republicanas». Desde Podemos, sin embargo, afirman que también las había rojigualdas: «Había banderas de todo tipo -asegura Luis Alegre, secretario de Participación Interna de esta formación-. No podemos menos que celebrar que había banderas que no suelen convivir con facilidad. Las vimos con el mismo espíritu de ilusión y de construcción de un país común».

Para aclarar conceptos, Miguel Ángel Presno Linera, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Oviedo, explica que «es inexacto decir que es inconstitucional» la bandera republicana o la franquista (la rojigualda con el águila y el escudo). «La bandera constitucional es la que define la Constitución en su artículo 4.1, pero eso no convierte a la republicana ni a la franquista en inconstitucionales; son exhibiciones de una ideología concreta, protegida por la misma Constitución en su artículo 16». Ambas se pueden usar dentro del ejercicio de la libertad de expresión.

¿Quizá se equivocó Carrillo? Enrique Gastón cree que aquella decisión «fue muy acertada» entonces. «Hoy es diferente, no hace falta renunciar a la bandera republicana porque la libertad de expresión se ha ido conquistando. Y no existe tanto peligro de confrontación». Admite, de todas formas, que «la Guerra Civil está muy presente en la memoria. Los ganadores de aquella contienda saben que quienes la perdieron no reconocían la bandera como suya. Además, las enseñas nacionales suelen ser las de las clases dominantes en cada nación, que en un momento dado se han impuesto a todos». Pone un ejemplo: «En Chile, cuando Salvador Allende ganó las elecciones, no se cambió la bandera. Y hubo una explosión popular de patriotismo en la que los más pobres y los trabajadores salieron a la calle con sus banderas. La novedad es que ya no llevaban las de los sindicatos o de sus partidos, sino la auténtica bandera chilena. La derecha, que había perdido las elecciones, no lo podía soportar. ¿Quién era Allende para rodearse de banderas chilenas? En realidad, quienes pensaban que el país era suyo se habían apropiado también de su bandera».

Explosión bicolor

Las manifestaciones convocadas por formaciones de derechas o por el catolicismo más conservador suelen llenarse de estandartes bicolores. Esto ha llevado a la izquierda a percibir que se han adueñado de él. Ramón Cotarelo, catedrático de Ciencia Política y de la Administración en la UNED, abordó dentro de su libro 'Memoria del franquismo' el asunto de la apropiación de las banderas. «Si se dice que la rojigualda es 'nacional', carece de sentido utilizarla en actos de partido, secta o facción. Salvo que se tenga una mentalidad autoritaria e impositiva según la cual una facción, secta o grupo se identifica con la totalidad». En abril de 2007, Rajoy, entonces jefe de la oposición, convocó una protesta contra la prisión atenuada al etarra Iñaki de Juana Chaos, llamando a los ciudadanos «a defender España». Aquella protesta fue una explosión rojigualda y terminó con la Marcha Real. El PSOE acusó al PP de «apropiarse del himno y de la bandera, en un insólito gesto de utilización sectaria y partidista de símbolos que son de todos los españoles», según dijo el portavoz socialista en el Congreso, Diego López Garrido.

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Enrique Gastón lo explica con otro ejemplo: «La última final de la copa del Rey de fútbol que ganó el Zaragoza (2004) fue en Barcelona, en el estadio del Español. Los hinchas maños portaban las banderas de su equipo, mientras que los del Madrid, muchísimos más, ondeaban la roja y amarilla, la de España. Caben dos interpretaciones: una, que habían ido a Barcelona con esas banderas para provocar; la otra, que sinceramente creían que el Madrid es España y el Zaragoza, no. Ese día, masivamente, los hinchas del Madrid se comportaron como 'ultras'. Ni al equipo ni a la bandera esañola les benefician esas apropiaciones centralistas». Gastón llega a la conclusión de que a los mismos que han criticado la ausencia de la enseña bicolor en la manifestación de Podemos, «les sabría muy mal que, si estos llegaran al Gobierno, usaran las banderas españolas. Como en el Chile de Allende».

El catedrático de Derecho Constitucional Miguel Ángel Presno incide en la idea de que si el sábado no había insignias oficiales es porque una parte de la ciudadanía no se siente identificada con ese símbolo. «Al menos no se siente cómoda con su exhibición, a lo que quizá contribuya que se sigue identificando con la España franquista, por mucho que haya cambiado el escudo, y que otra parte de la sociedad la ha venido exhibiendo como un patrimonio propio. Dado que sí se muestran sin pudor otras banderas institucionales (las de las comunidades autónomas), cabe concluir que el rechazo no es a las banderas en sí, sino a la española. El único contexto en el que ha cambiado algo es en eventos deportivos, pero ni siquiera ahí se percibe una identificación total con ese símbolo ni con el himno». Y precisa que esa «aceptación social» no se va a conseguir considerando delito, como hace nuestro Código Penal, las ofensas por escrito o de hecho a ese símbolo. «En un país como EE UU, donde la bandera tiene un evidente valor social y político, el Tribunal Supremo avaló que su quema es un ejercicio de la libertad de expresión y declaró inconstitucional una ley que pretendía sancionar como delito esa conducta».

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Encasillados

Una bandera, sea cual sea, supone encasillar a su portador en uno u otro sentido. Si alguien lleva una ikurriña por la calle, el primer pensamiento conduce a creer que estamos ante un nacionalista. Lo mismo pasa con la señera catalana (sin ser la estelada de los independentistas). ¿Las banderas son entonces cosa de nacionalismos, incluido el español? «Las banderas son muchas cosas en situaciones muy distintas desde hace muchos siglos -responde el experto en Política Ramón Cotarelo-. Depende de los momentos, los conflictos concretos en que nos movamos, las correlaciones de fuerzas, etc. Las banderas son de todos. De los nacionalistas también, claro. El problema no son las banderas. El problema son los nacionalistas. Usan las banderas, pero podrían usar un calcetín». No hay que olvidar a los que nunca exhibirían ninguna. ¿Qué hay detrás de esta postura, rechazo, pudor...? ¿Se entiende desde el otro lado? Cotarelo: «Eso es imposible. Un fanático puede entender a otro fanático, un creyente a otro creyente en una fe contraria. Lo que ninguno de ellos entiende es el agnosticismo, la indiferencia. Los patriotas jamás entenderán al apátrida por voluntad propia».

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