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antonio paniagua
Viernes, 24 de octubre 2014, 01:37
Cuesta creerlo, pero los gladiadores romanos tenían una dieta que era la alegría de la huerta, compuesta sobre todo de centeno, cebada y verduras con las que se pierde el sentido. Es difícil imaginar a Espartaco disputando el alimento a los pájaros, pero si así lo concluye la ciencia habrá que decir amén. El caso es que un estudio, llevado a cabo por científicos de las universidades de Viena (Austria) y Berna (Suiza) y publicado en la revista Plos One, asegura que la carne y pescado eran productos insólitos en el menú de los gladiadores, quienes debían de tener un magnífico tránsito intestinal. En el caso de Espartaco es doblemente meritorio. No solo lideró una insurrección con coraje sin sufrir trastornos alimenticios, sino que además supo gobernar heroicamente su vientre pese a la acción contumaz de los laxantes naturales. Así pues, los obreros del tridente y la red al menos esa la imagen que nos ha brindado Hollywood lo más seguro es que tuvieran unos cuerpos esmirriados. Los manjares, como siempre, se los zampaban los emperadores.
Después de estudiar los restos de 53 cuerpos 22 de los cuales habían recibido sepultura como gladiadores los investigadores han llegado a la conclusión de que a los luchadores les privaba Ecocentro. Los científicos han escudriñado restos humanos entre los siglos II y III a. C., procedentes de un cementerio enclavado en la antigua Éfeso, en la actual Turquía. La necrópolis fue descubierta en 1993 y era un terreno estupendamente abonado.
El propósito del estudio se dirigía a averiguar «la dieta, la estratificación social y los movimientos migratorios de los ciudadanos de Éfeso y de los distintos grupos de gladiadores». Parece mentira, pero todas esas cosas se pueden saber analizando las partículas de un muerto.
estudio espectroscópico
A partir de un estudio espectroscópico, los científicos midieron la cantidad de colágeno presente en la sangre, así como la proporción de estroncio y calcio en el mineral óseo. De todo ello dedujeron que los colegas de Ben Hur, ya fueran presos o esclavos obligados a combatir, no solo se ceñían coronas de laurel, sino que además se las comían. Los gladiadores, como toda la peña de la época, ingerían lo mismo que la población normal, es decir, alimentos con un déficit notorio de grasas animales.
Según el artículo, los gladiadores se batían el cobre y después de pelear a muerte bebían un vigorizante condimentado con cenizas de plantas, ricas en estroncio, que les ayudaban a recuperarse de los traumatismos óseos, o al menos así lo creían ellos.
Fabian Kanz, director de la investigación, dice que él no se inventa nada. De hecho, algunas fuentes históricas sostienen que a los luchadores romanos se les llamaba hordearii (comedores de centeno). La meca del cine crea iconos que se hunden en el agujero negro de la falacia. De hacer caso a la ciencia, los gladiadores eran unos tirillas y no esos hombres de cuerpos hercúleos que parecen atiborrados de anabolizantes. Sustancias que, por cierto, reducen la fertilidad.
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