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El padre Ángel, de 77 años, con los niños de una escuela en Haití.
Cura en la riqueza y en la pobreza

Cura en la riqueza y en la pobreza

Se va a la guerra, posa con famosos... Lo que sea para ayudar a los niños de todo el mundo. Así es el padre Ángel, fundador de Mensajeros de la Paz

isabel ibáñez

Lunes, 20 de octubre 2014, 01:56

Es difícil, hasta para anticlericales y ateos, no entusiasmarse con el padre Ángel. Por ese punto de rebeldía, de no callarse ni debajo del agua. De repente cuenta que el otro día fue Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, a visitar uno de los comedores sociales de Mensajeros de la Paz, la ONG con la que desde hace 52 años ayuda a niños de todo el planeta: «Pues un cura vino a mi despacho a echarme la bronca, a decirme que cómo era que había venido Sánchez, que nosotros tenemos que estar para denunciar lo que hacen mal...».

Pero... ¿qué cura se atreve a echar la bronca al padre Ángel?

Pues algunos que están tarados, enfermos. Yo le dije: Mire, yo no me hice cura para denunciar y maldecir, pero de todos modos, ¿tú conoces a algún cura que se haya complicado más la vida con los políticos, que haya denunciado tanto?. Prefiero pedir perdón que pedir permiso. El papa Francisco sabe mucho de eso, hasta con Kirchner, le dice todo lo que le tiene que decir y luego la invita a café.

¿De dónde sale este hombre al que solo el sector más conservador de la Iglesia pone peros, que lo mismo se va a la guerra que posa con los famosos? Nacido en Mieres (Asturias) en 1937, vivió una infancia «pobre aunque feliz», en una familia de dos hijos donde el padre trabajaba de la minería:«A veces me dolía tanto el estómago que le robaba leche y pan a mi madre». Con 7 años ya quería ser sacerdote. «Pero no por dar misa, sino porque el de mi pueblo, que era muy alto y parecido al papa Francisco, era muy bueno. Había gente a la que mataban en el monte, mineros que morían en la mina, muchas desgracias, y yo veía que don Dimas estaba siempre con los que sufrían. Dejaba una moneda bajo la almohada de los enfermos.

¿Qué fue de don Dimas?

Marchó a otra parroquia. Luego nos reencontramos, yo ya era sacerdote, me ordené a los 24 años, y aquel cura que había sido del tipo izquierdoso, de estar con los obreros, con el tiempo se fue haciendo menos izquierdoso y cuando vio que yo estaba con los comunistas de mi pueblo no le gustó. Pero siempre nos hemos querido mucho, yo era su hijo díscolo. Cuando nos hacemos mayores a veces nos volvemos de otra forma.

A él aún no le ha pasado. No hace mucho mostró su enfado cuando los obispos decidieron gastar dinero en erigir una estatua en vida de Juan Pablo II, «¡en lugar de dedicarlo a las hermanas de Calcuta!». Los orfanatos le hicieron ponerse en marcha hace medio siglo: «Tenían a los niños con el pelo cortado al cero, el mandilón azul, en filas, como en la posguerra. Así que un compañero y yo nos juntamos para acabar con aquello, para que tuvieran un verdadero hogar, que vivieran en pisos tutelados. En todo aquello me ayudó mucho mi padre, un gran amigo mío». Fue el principio de una vida que mereció el Príncipe de Asturias de la Concordia en 1994. En la actualidad, la ONG tiene a 3.900 trabajadores en nómina en España, más otros 2.000 repartidos por 47 países. Atiende también a víctimas de violencia machista, discapacitados y personas mayores abandonadas o en la indigencia. Aunque la pasión del padre Ángel siguen siendo sus niños. Dentro de la ONG ha adoptado a muchos, ahora mismo está Josué, un crío salvadoreño que sufrió quemaduras y que vive con él desde los 2 años. Hoy tiene 9 y le llama papá. «De los 45.000 niños que han pasado por aquí, 50 han vivido conmigo. Hijos de verdad».

¿Nunca echó de menos eso que se llama una familia normal?

Sin duda, y quien diga que no, miente. No solo los curas. Una de las cosas más preciosas de la vida son los hijos. Yo sé lo que es un hijo y su sonrisa, y también perderlo. Se me han muerto en los brazos, en Haití tras el terremoto. Tener un niño encima y que le cuelguen los bracitos y las piernitas de un lado a otro. Niños que se te mueren porque no tienen agua, en Kenia o en el cuerno de África. Ir por el desierto y ver los cadáveres de los hijos que las madres han abandonado. Y no puedes hacer nada, una sensación que no se olvida. Y no quiero que se me olvide. Me los han ahogado, matado, me duele mucho.

No hubo novias, aunque le gustaran las chicas;«pero como no las podíamos querer... Te decían que había que renunciar. No creo que Rajoy sea menos presidente por estar casado». Su amigo el Papa, al que tanto admira, está en la misma onda. «Como lo de los gays y lesbianas. Llega San Antón y el cura se pone hasta capa para bendecir a un perro, pero si yo quiero bendecir a dos gays tengo que esconderme».

Políticos semidioses

Un día de hace 20 años leyó en el periódico la noticia de un barco cargado con 200 niños cuyo destino era trabajar de picapedreros en las minas de Benin. Al día siguiente se fue para allá:«Le pedí al presidente que me diera a aquellos niños para meterlos en hogares que hicimos allí. Fue uno de los primeros países donde hemos abierto Mensajeros». Y desde entonces empezó a viajar a zonas en conflicto, Sierra Leona, Mozambique... «Lo peor ha sido Irak. Hemos traído a más de 400 niños a curar y poner prótesis, y han vuelto todos. A veces en la misma noche teníamos que dormir en tres sitios distintos porque querían secuestrarnos, nuestra cabeza tenía un precio, pero ves tanto sufrimiento de la gente que no piensas en que puedas perder la vida. Aunque tampoco es que yo sea un objetivo». Acaba de estar en Gaza, ayudando a refugiados palestino-españoles, y en Siria. Ha visto el mal de cerca, pero sigue creyendo en el hombre: «La gente es hoy más buena que nunca, estamos rodeados de héroes».

Se ha codeado con todos los presidentes españoles:«Todos me han caído bien, aunque con Felipe he trabajado mucho y le tengo gran cariño. Me han querido poner etiquetas, pero nada de eso». A los políticos les perdona las corruptelas «que pidan perdón y devuelvan el dinero», pero no la soberbia: «En el poder se creen semidioses. Esos alcaldes o presidentes de comunidades llenos de fanfarronería que humillan a los trabajadores...».

Por todo esto, se hace raro verle inmerso en ese mundo que rodea a los famosos. «También hay deportistas, empresarios...La gente tiene un corazón y hay que despertar en él la sensibilidad social.Somos tan tontos, en el buen sentido, que nos gusta estar cerca del Papa, de Raphael, de un escritor... Ellos se prestan y hay que aprovecharlo para el bien. Cuando era chaval, e incluso de cura, criticaba a las mujeronas de derechas que hacían el ropero de Cáritas. Pero nadie las criticaba cuando iban a tomar café, sino cuando hacían algo bueno. Hay que aprovechar las dotes de las personas para hacer el bien».

¿Alguna espinita clavada?

La verdad es que sí. En las ciudades hay puticlus, bares, tiendas abiertas las 24 horas, pero no un centro para desahogarse, y no hablo de confesión. Tuvimos uno, pero el obispo de turno lo cerró... ¡Se lo voy a pedir al nuevo arzobispo!

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