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Españoles influyentes de China

Españoles influyentes de China

Hablan de una tierra todavía llena de oportunidades, pero hostil para los extranjeros, donde los negocios se cierran con litros de alcohol, es mejor no fiarse de los socios locales y la burbuja inmobiliaria toca a su fin. Y advierten: «Los chinos cada vez nos necesitan menos»

Zigor aldama

Martes, 30 de septiembre 2014, 21:22

En la historia de la Humanidad, 35 años no son nada. En la historia de China, en cambio, lo son todo. De los 30 millones de muertos por hambre durante la era del comunismo más radical de Mao Tsetung, a la carrera hacia el libre mercado que Deng Xiaoping emprendió en 1979. De aquel país donde las principales multinacionales descubrieron el territorio perfecto para fabricar el todo a cien, al mercado con 1.400 millones de chinos en el que todos quieren vender. Los Juegos Olímpicos de Pekín, en 2008, fueron la puesta de largo de una nueva superpotencia, que sustituyó a Alemania en la tercera posición del podio económico coincidiendo con el estallido de la peor crisis global de la historia reciente. Solo dos años después superó a Japón como la segunda economía mundial y ahora los analistas hacen apuestas para determinar cuándo será Estados Unidos la que sucumba. Pero tener éxito en esta tierra de oportunidades no es nada fácil. Fe de ello dan los datos de españoles residentes allí, proporcionados a este periódico por la Embajada de España en Pekín. En 2010, en plena depresión, su número apenas alcanzaba los 2.500 entre las tres demarcaciones consulares Pekín, Shanghái, y Guangzhou. A 30 de abril de este año, sin embargo, suman ya casi 4.600. Y muchos ni tan siquiera se inscriben. «Desafortunadamente, las condiciones laborales con las que se encuentran los que llegan ahora tienen poco que ver con las de hace unos años. Los chinos cada vez nos necesitan menos», sentencia Julen Asua, un arquitecto bilbaíno que llegó en 2011 y que se cuenta entre los últimos que tuvieron suerte a la hora de encontrar un empleo digno.

Alberto Fernández. Director de Torres China.

Alberto Fernández es un buen ejemplo de que en China la experiencia es un grado. Pocos empresarios extranjeros pueden presumir de una trayectoria tan larga en el país: casi 15 años. «Cuando sacaron la plaza no lo pensé y me presenté voluntario. Sabía que iba a ser un reto importante, porque Torres era de las primeras bodegas extranjeras que recibía la licencia para exportar a un país que, en el año 2000, todavía tenía todo por hacer. Pero era joven y me apetecía el reto». Lo que nunca pensó es que terminaría contrayendo matrimonio con una china y que se quedaría a vivir allí tanto tiempo.

«Al principio embotellábamos con una empresa local el vino a granel que llegaba de España», recuerda. Ahora, Torres cuenta con 40 puntos de venta Everwines en el país asiático, lo que supone ya el 11% de la facturación de todo el grupo, y el Sangre de Toro está entre los caldos más conocidos.

«Gran parte del éxito reside en ir siempre un paso por delante, porque éste es un país que se mueve a gran velocidad. Y uno de los ámbitos en los que hay que ser más creativo es el marketing». Quizá por eso, Fernández ha lanzado el Vino del Pueblo, un dúo de chardonnay y cabernet etiquetado con dibujos que emulan la propaganda comunista. «Antes los vinos chinos eran muy malos, pero en los últimos años comienzan a aparecer bodegas interesantes».

Lo que no ha cambiado tanto es la tradicional cultura de beber hasta salir a cuatro patas para cerrar un negocio, y eso es algo a lo que Fernández todavía no se ha acostumbrado. «Aquí he pasado los años más felices de mi vida, pero la costumbre del ganbei según la cual en los brindis hay que apurar la copa es horrible. De hecho, creo que nos resta años de vida».

Pero Fernández reconoce que el ritual del ganbei es uno de los pasos clave para forjar las relaciones personales, conocidas como guanxi, que resultan imprescindibles a la hora de acceder a las siempre elusivas esferas del poder. Estos brindis, que durante un banquete pueden ir seguidos de una ración de karaoke acompañada de señoritas de compañía, son el momento en el que se sella una amistad que puede abrir muchas puertas, y sin la que resulta casi imposible avanzar en el mundo de los negocios. Por eso, aquí las mujeres están siempre en desventaja y, en muchas ocasiones, la valía de un directivo se mide más por la gente a la que conoce y por su habilidad a la hora de escoger a quién se debe sobornar, que por sus conocimientos técnicos o empresariales.

Javier Castrillo. Director de ADOS en Shanghái.

Javier Castrillo también tiene sus trucos para evitar salir excesivamente perjudicado de las comidas de negocios, y eso que la costumbre del ganbei se está atemperando desde que el presidente Xi Jinping prohibió a los funcionarios beber licores en las reuniones oficiales. «Una de las cosas que más impresiona es ver cómo cambia la mentalidad de la población en poco tiempo», reconoce el arquitecto madrileño, que llegó a Shanghái en 2006 de la mano del Estudio Lamela y que luego decidió establecerse por su cuenta. La escala de sus obras abruma: ha construido tres torres de 160 metros de altura, gigantescos bloques de oficinas y edificios de vivienda protegida. «Estamos haciendo cosas con las que ni siquiera soñaríamos en España», sentencia.

Solo hay que ver los proyectos que tiene en cartera su estudio, ADOS: el diseño de los interiores de un hotel de mil habitaciones en Zhengzhou, una urbanización de 800.000 metros cuadrados en Lingao y un parque empresarial para compañías que venden por internet en Suzhou. Por si fuese poco, abrirá pronto una oficina en la capital indonesia, Yakarta, para atacar desde allí otro prometedor mercado, el del sudeste asiático. «Porque todo apunta a que la burbuja inmobiliaria en China llega a su fin».

Castrillo tiene claro que no quiere hacerse viejo en el gigante asiático. «Deseamos tener hijos y no es el lugar en el que quiero que crezcan. Los valores son distintos y también echo de menos la naturaleza, el cielo azul y la diversidad cultural. A pesar de tener 24 millones de habitantes, la oferta de ocio en Shanghái es muy limitada. Todo se reduce al trabajo». Y, además, no es fácil manejar a un equipo de profesionales chino. «Al principio introdujimos un sistema de bonus para los empleados, que tienen gran libertad y a los que no se trata como máqunas, y vimos que terminaban trabajando exclusivamente para conseguir ese bonus. Así que lo retiramos». No obstante, eso está cambiando. «Cada vez los chinos valoran menos el dinero y más la calidad de vida. Están buscando su propia identidad».

Guillermo Trullás. Fundador de El Willy.

Guillermo,Willy, Trullás tiene claro que las claves para sobrevivir en China están en los socios con los que uno se alía. Y sabe de lo que habla. Desde que llegó a la capital económica del país, en 2007, ha abierto siete locales de comida a los que se sumarán dos más el año que viene. Todos se rigen por conceptos diferentes: desde el restaurante de copete, hasta una sandwichería, pasando por un bar de cócteles. Pero ningún chino participa en el capital. «Es fundamental rodearse de buena gente y que exista confianza entre quienes llevan el negocio», dispara. No en vano, infinidad de casos han mostrado la falta de ética de algunos empresarios locales, y Trullás prefiere no correr riesgos.

Al fin y al cabo, atrás han quedado ya los años en los que las sociedades extranjeras solo podían instalarse de la mano de un socio local que, en teoría, debía aportar el conocimiento sobre el mercado y el marco legal que lo rige, así como ser el enlace con las autoridades políticas, sin duda la esfera de poder más inaccesible. Esta fórmula les ha servido para aprender sobre modelos de gestión y para copiar la tecnología foránea, pero también para instalarse luego por su cuenta como competencia de la firma a la que supuestamente tenían que ayudar. Afortunadamente, ahora ese requisito solo es de aplicación en sectores estratégicos muy protegidos. Sin duda, el de la hostelería no es uno de ellos.

Álvaro Ramos es uno de sus hombres de confianza. Entró como cocinero, ascendió a jefe de cocina y ahora está encargado de Tomatito, el último establecimiento de Willy. «Estaré un año aquí y luego iré a Tailandia para poner en marcha el primer restaurante allí», cuenta entusiasmado. Trullás considera buena la máxima empresarial que aconseja no poner todos los huevos en la misma cesta y por eso ha decidido diversificar. «En China se puede hacer mucho dinero, pero se nota un parón en el consumo y el efecto de la lucha contra la corrupción. El mercado está muy polarizado entre las élites y la clase media, que todavía no tiene el poder adquisitivo de la occidental. No obstante, el negocio ahora está en ella, y hay que adaptarse».

Él lo ha conseguido y los clientes chinos se chupan los dedos con las paellas de El Willy, algo bajas en sal «porque hay que ajustar la comida a sus gustos», los ejecutivos devoran sus menús del día en ElEfante y las celebridades disfrutan con los selectos cócteles en el recién abierto El Ocho. Pero el sueño de Trullás es saltar el Pacífico y establecerse en Estados Unidos. «Cada paso a su tiempo, que no quiero que el negocio se me vaya de las manos», cuenta entre risas.

Paloma Sánchez. Diseñadora.

Paloma Sánchez también tiene su carrera bien atada. Pero lo suyo le ha costado. Después de haber trabajado como directiva para las principales marcas de la industria del lujo, que la llevaron a Pekín con su hijo adolescente, hace un lustro que esta gemóloga especializada en diamantes decidió hacer realidad su sueño de convertirse en diseñadora de joyas. Invirtió sus ahorros en la apertura de un local en la capital china y resistió hasta hacerse un nombre. «Tenía todo en mi contra: disponía de recursos muy limitados y soy extranjera, mujer y no especialmente joven. Me tachaban de loca».

Poco a poco, sus diseños caracterizados por grandes gemas en bruto, que ella selecciona en las propias minas, fueron popularizándose entre la jet set. «Como apenas tenía dinero, comencé a dar cursos de gemología a mujeres adineradas en un restaurante paquistaní que me cedía el espacio por la mañana, antes de abrir. Ellas fueron mis primeras clientas». Y la voz empezó a correrse la voz. «Ahora, los chinos ricos quieren diferenciarse, no llevar el mismo bolso de Louis Vuitton que puedes encontrar en el mercado de las falsificaciones y así es como mis piezas se han comenzado a apreciar».

Tanto que la empresaria ha abierto ya una segunda tienda en París y algunas de sus colecciones, cuyas obras alcanzan precios de hasta 100.000 euros, están vendidas incluso antes de que termine de producirlas en su taller artesano de Pekín. Sánchez se pregunta cuánto tiempo podrá aguantar el ritmo actual. «China es un país fascinante, pero desgasta mucho. El ritmo resulta infernal, todo se mueve rapidísimo y es difícil compaginar lo personal con una vida laboral de éxito. Mi hijo lo aprovecha porque ya habla chino e inglés, pero para mí es duro». Quizá por eso, muy pocos extranjeros consiguen integrarse por completo en el país asiático y todavía menos se ven residiendo allí el resto de sus días. «China es un gran trampolín profesional por su dureza, pero el trato con la gente es complicado, el entorno es hostil y la falta de libertad pesa».

Celia Bernardo. Diseñadora de Celia B.

El coste de producir en China se ha disparado. Lo sabe bien Celia Bernardo, que ha causado sensación con la marca de ropa que lanzó hace tres años. Sus artesanales diseños, tan atrevidos como divertidos, la han convertido este año en la primera diseñadora española que desfila en la pasarela de Shanghái, la más importante del país, y le han servido para estar en el selecto grupo de creadores llamados a inaugurar este verano la Semana de la Moda de Chengdu. «Utilizo telas de minorías étnicas que compro por todo el mundo y que tienen mucho colorido. Por eso creía que no iban a gustar entre las chinas, que son más recatadas». En cambio, su alocado show en Shanghái se ganó el favor del público y ahora blogueras de moda de todo el país se retratan con sus creaciones, destinadas a las jóvenes independientes de clase media.

Aprovechando este moment dulce, Bernardo ha decidido lanzarse al ciberespacio con una tienda en Taobao, el principal portal de comercio electrónico de China. «No es fácil salir adelante como diseñador independiente, porque los precios han aumentado tanto que cada vez tiene menos sentido fabricar aquí. Además, las empresas son reacias a producir pequeñas cantidades de ropa y quiero que mis piezas sean únicas». Así que, de momento, esta diseñadora asturiana que hizo la mili en Zara y llegó a China de la mano de la marca local Asobio, continúa con la fabricación artesanal. «De hecho, mi línea de crochet la hace gente del barrio como este señor», asegura cuando un hombre de mediana edad que le trae diferentes prendas en una bolsa de plástico llega a su estudio, en el centro de Shanghái, para que Bernardo las inspeccione.

«Entenderse con los chinos no es fácil ni con traductor, porque el choque cultural y de mentalidad existe y es fuerte», reconoce. «Muchos extranjeros viven en China en una burbuja, segregados de la población local en urbanizaciones exclusivas y moviéndose en círculos a los que rara vez acceden los chinos. Yo he tratado de evitar siempre eso, pero es cierto que hay ocasiones en las que desespero. Da igual que sea una visita del fontanero que hace una chapuza o que lleguen las pruebas de una fábrica y que, a pesar de haber dejado claro mil veces lo que quiero, no se ajustan a lo que había pedido. Paciencia es la clave para no morir de un ataque de nervios».

David Lou. Músico, actor y escritor.

David Lou siempre tuvo la convicción de que debía integrarse. Por eso, cuando llegó a Shanghái para trabajar como médico, lo primero que hizo fue aprender chino. Y eso, al final, lo ha hecho famoso. Porque comenzó a cantar en este idioma con su guitarra en las calles de la ciudad de Dali y, sorprendido por el asombro que provocaba, decidió dejar la medicina y dedicarse a la música.

Así consiguió sumar más de 24.000 seguidores en Weibo el Twitter chino y que le llamaran para protagonizar El Perfume, una obra de teatro que ha arrasado este año. Eso le ha convertido en el español más influyente de China fuera de la esfera empresarial.

Ahora prepara una novela basada en sus aventuras y se volverá a subir a los escenarios con un musical. «En China hay un exceso de amor por el dinero. Todo es empresa y economía, y la cultura está infravalorada. No obstante, si queremos que cale eso que algunos llaman Marca España lo mejor es tender puentes entre las tradiciones culturales de ambos países. Así es como conseguiremos que mejore la tópica imagen que los chinos tienen de nosotros (toros, fútbol, fiesta y flamenco). Y viceversa, claro».

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