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La increíble historia vital del médico Henry Engler

En 1973 la dictadura uruguaya se propuso volverlo loco y casi lo consigue. Hoy es un científico reconocido en la lucha contra el Alzheimer

Héctor Barbotta

Lunes, 30 de junio 2014, 02:14

 El 17 de agosto de 1972 Henry Engler tenía una cita clandestina en el bar Asturias de la localidad de La Unión con José Ramón Serrano Piedecasas, un español que años antes se había incorporado al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros y otro guerrillero, Roberto Luzardo.

La reunión terminó antes de comenzar. Policías sin uniforme irrumpieron en el bar y antes de que se pudieran dar cuenta, los tres guerrilleros estaban contra el suelo y detenidos por los agentes que les apuntaban a la cabeza. ¡El gallego!, gritó uno de los policías antes de disparar contra Luzardo, que iba desarmado y resultó herido en la médula cervical. Luzardo moriría dos meses después en el hospital militar de Montevideo de inanición a consecuencia de la falta de atención y de alimento. Hasta el día de hoy, Serrano, que en la actualidad es catedrático de Derecho Penal en la Universidad de Toledo tras haber regresado a España en 1985 después de 13 años en las cárceles de la dictadura uruguaya, piensa que aquel tiro que dejó parapléjico a su compañero tenía otro destino. Gallegos es como llaman en el Río de la Plata a todos los españoles, independientemente de su procedencia, y el único español entre los tres detenidos era él.

Pero a quienes más buscaban los policías uruguayos era a Henry Engler, uno de los más encumbrados jefes militares de Tupamaros, la guerrilla urbana que llevaba operando desde la década anterior bajo el influjo de los violentos aires de cambio que recorrían el continente. Con aquella sangrienta operación, en la que Engler sufrió una herida de bala en un hombro, la policía uruguaya logró hacerse con una de las piezas más cotizadas en la cacería iniciada años antes para desarticular a la organización. 

Engler, un estudiante de medicina de 25 años, estaba considerado una de los jefes militares más duros de la Columna 15, el grupo más activo de la guerrilla tupamara. Aquella tarde iniciaría una proceso que acabaría por transformar su vida de una manera inimaginable.

Los dos detenidos fueron trasladados al penal de Libertad, donde se había encerrado a los miles de tupamaros capturados, pero en la madrugada del 7 de septiembre de 1973, los nueve encarcelados a quienes los militares consideraban máximos líderes guerrilleros fueron sacados de sus celdas y conducidos a los baños de la prisión, donde les ataron las manos con alambres, les vendaron los ojos y los cubrieron con capuchas. Entre ellos estaba Engler. 

Los nueve detenidos no volverían a verse en los próximos 13 años. Separados en grupos de tres, fueron conducidos a diferentes destacamentos militares, donde los encerraron en celdas individuales. Sin cama ni mobiliario, sin baño y en ocasiones sin una manta para cubrirse. No tenían acceso a lectura ni a ninguna forma de comunicación. Los guardias que los custodiaban tenían prohibido dirigirles la palabra y responderles cuando hablaban. Dos veces al día les ataban las manos por la espalda y los llevaban al baño. La comida era mala y ocasional. Y durante los primeros años, las torturas con descargas eléctricas, la privación del sueño y las palizas formaron parte de la rutina-

El objetivo de esta forma extrema de detención fue confesada por un coronel uruguayo a la BBC. Cuando pudimos matarlos no lo hicimos y algún día tendremos que dejarlos en libertad, pero en el tiempo que nos queda podemos volverlos locos. A ello se dedicarían en los siguientes 13 años.

En el grupo de los nueve detenidos en estas condiciones, a quienes se comenzó a conocer como Los nueve rehenes, además de Engler, figuraba también José Mujica, actual presidente de Uruguay.

Para los nueve detenidos comenzó entonces una odisea que afrontaron en la más extrema soledad y que tuvo consecuencias disímiles. Uno de ellos, Adolfo Wassen, falleció a causa de un cáncer no tratado; Raúl Sendic, líder y fundador de la organización, murió al poco tiempo de recuperar la libertad en 1985 a causa una enfermedad contraída en prisión Todos arrastraron secuelas físicas, la mayoría a causa de los prolongados periodos de retención de líquidos a los que eran obligados por no poder ir al baño. Pero con Engler los militares creyeron haber cumplido el objetivo. En 1984, un año antes de que recuperara la libertad, los rehenes fueron devueltos al penal de Libertad. Para entonces, psiquiatras militares que lo habían examinado le diagnosticaron  psicosis delirante crónica.

Engler había recorrido un largo camino de sufrimiento en soledad, y sin estímulos para su cerebro, para llegar hasta ahí. En algún momento se convenció de que cuando le extirparon la bala que había quedado alojada en su cuerpo durante la detención, los militares, con la ayuda de la CIA, le habían implantando un artefacto que les permitía leer los pensamientos. Después se convenció de que los extraterrestres participaban del complot. Se esforzó entonces por no recordar ni pensar en nada que pudiera darle información al enemigo. Había dibujado un pequeño círculo en la pared y desde que se levantaba por la mañana hasta la noche permanecía de pie, mirando el círculo y concentrado en no pensar en nada más que en encerrar todos sus pensamientos en esa figura diminuta. Así, parado frente a la pared sin sacar la vista del círculo permaneció días, semanas, meses, durante cuatro años completos. En el documental El círculo, que cuenta su vida, asegura que aprendió a no pestañar para evitar quitar la vista de la pared siquiera durante un instante diminuto.

Comenzó a escuchar voces, muy agresivas, y luchaba para no oírlas. Una de ellas le ordenó que dejara de comer y obedeció. Llegó a pesar poco más de 42 kilos.

En algún momento tomó conciencia de que había perdido sus anclajes con la cordura y se aferró a la religión. Le habían pasado el Libro del Mormón y lo adoptó como el camino para dejar atrás los años de demencia.

El aislamiento, la privación total de información y de estímulos hace que el cerebro busque nuevas formas para mantenerse en actividad. Yo sufría alucinaciones auditivas y me consideraba el Mesías hasta que pude conversar con otro ser humano, luego de once años, reconocería tiempo después.

En 1985, cuando Uruguay recuperó la democracia, Engler y sus siete compañeros que quedaban vivos recuperaron la libertad. Pero sobre él pesaba otra condena de la que parecía no poder librarse: propios y extraños lo consideraban un loco.

Se marchó a Suecia, y allí se decidió a hacer algo que le demostrara a los demás y a sí mismo que si había perdido la razón ya estaba recuperado. Retomó los estudios de medicina, pero desde el principio y en una universidad sueca. Cuando comenzó, con 42 años, era el abuelo de la clase.

Posiblemente haya sido su propia experiencia la que lo impulsó después de licenciarse a especializarse en neurología y el estudio del cerebro.

Sus estudios en una técnica conocida como Tomografía por Emisión de Positrones (PET) permitieron dibujar un mapa del cerebro humano y conseguir grandes avances en la lucha contra el Alzheimer, por lo que en 2008 su nombre llegó a sonar como serio candidato al Nobel de Medicina.

Reconocido internacionalmente y establecido profesionalmente en Suecia como responsable médico del centro de PET del hospital de Upsala, fue designado en su país de origen director del Centro Uruguayo de Imagenología Molecular. Hoy, con 68 años, su vida transcurre entre Upsala y Montevideo. 

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