Durante años he odiado la palabra lesbiana. Me parecía fea y malsonante. No sé si esto fue consecuencia directa del uso que se le dio las dos o tres veces que la oí a lo largo de toda mi infancia. No tengo el recuerdo exacto ... de cuando la escuché, pero sí recuerdo la sensación que me produjo. Sentía que era una palabra que tenía un peso extraño. Tampoco sé si esta impresión era consecuencia directa de un sexto sentido todavía apagado de lo que estaba por llegar a mi vida. Un augurio.

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Cuando empecé a tener dudas sobre mi orientación sexual (todo a causa de una enorme desinformación y falta de referentes por todas partes porque si no, no habría tenido ninguna duda desde los 9 años) me topé con unos flyers del día de la visibilidad lésbica. Fui a ellos como un imán. Había empezado a pensar que era bisexual, bisexual a mis 18 años no me sonaba tan mal como lesbiana. Me atreví a colgar ese flyer en mi habitación y mirarlo muchas veces. Como queriendo descifrar el jeroglífico. Como el adolescente neonazi que llena su cuarto de simbología fascistas. Sentí que tenía que empezar a cambiar los pósters de los Backstreet Boys por los de Sharleen Spiteri y armarme de valor con mi nueva identidad neolesbiana. Nunca llegué a colgar la bandera del arcoiris, el flyer era una cuartilla tamaño A5 que pasaba desapercibido entre miles de otras fotos, postales y cositas que tenía en un corcho. Era todo lo contrario a la visibilidad pero lo importante era que yo sí lo veía.

«Me atreví a colgar ese flyer del día de la Visibilidad Lésbica como queriendo descifrar el jeroglífico»

Ahora, sin embargo, se me llena la boca cuando digo lesbiana. Mis referentes favoritas son las niñatillas con el pelo decolorado y camisetas con mensajes como «merienda de lesbianas» que se morrean por la calle y las que llaman a su audiencia por las redes «mis lesbianitas». Desde luego, si lo pienso, me parece mucho más apetecible llevar un llavero que ponga merienda de lesbianas antes que visibilidad lésbica. Pero supongo que todos los pasos son necesarios. Del panfletismo al activismo, de la guerrilla a la poca vergüenza y la diversión. De guateques privados en casas a macrofiestas convocadas en redes. Si antes éramos un gueto, ahora somos una comunidad. Una masa. Una argamasa. Nos reconocemos por la calle, nos sonreímos. Mis amigas de más de cincuenta me cuentan mil aventuras de persecuciones y huídas. Me siento agradecida con esa generación de valientes que empezaron a abrirse paso en un mundo que no les daba tregua. Pero también tengo que señalar, regañar y perdonar a muchas otras que no se atrevieron y me consta que todavía las hay escondidas. Porque hay lesbianas debajo de las piedras. Me atrevería a decir que hay más lesbianas que maricones pero para desarrollar esto tendrían que pagarme por otro artículo.

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