Siempre ando de puntillas por el lesbianismo. Me enfundo un traje negro, un antifaz, el traje ninja para escribir estas palabras e intentar que no me miren, que no me señalen. A mí, que una vez me dijeron: dragona, la madre de las lesbianas. No ... quiero sentar cátedra. No se me da bien hablar de lesbianas. ¿Qué significa el término metalesbiana? Me lo acabo de inventar. Me imagino que algo así como metacine. Lesbianas dentro de las lesbianas. Como si de una muñequita matrioska se tratase. Y no, no hablo de un embarazo de lesbianas. Hablo de lesbianas hablando de cosas de lesbianas.

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Igual me falta esto porque no tuve educación, no tuve referencias, crecí sola en un mundo diseñado para los heterosexuales. Por eso muchas veces, hemos imaginado cómo sería un mundo sin heteros. Lo he visto en series y en películas, lo he oído en conversaciones. En realidad yo no soy tan radical, amo a mis amigas y amigos heteros y me relaciono en un mundo diverso, que es como me gusta. Pero, ¿qué hubiera pasado si en vez de comprar la Super POP en el quiosco de prensa de mi barrio en los años noventa me hubieran ofrecido algo así como METALES, una revista para lesbianas adolescentes. Me he imaginado cómo hubiera sido entrar en ese local y agarrar ese magazine de corte teen y lésbico a partes iguales. ¿A quién habrían puesto en la portada?

En aquellos años yo consumía además de la Super Pop, la Vale y la Ragazza. También me compraba el Muy interesante y el National Geographic, pero no le hacía ascos al Pronto de mi madre, que era donde solían salir algunas mujeres que me gustaban tipo Ana Duato (he hablado en pasado, quiero dejar muy claro que ya no me gusta cual lesbiana despechada). Esa falta de referentes que nos obligaba a elegir entre uno de los Backstreet Boys o uno de los Take That nos ha mantenido al margen del margen durante mucho tiempo.

Las lesbianas de mi generación, esas que nacimos en los ochentas, hemos tenido pósters de Leonardo DiCaprio con melenita e imberbe en nuestra habitación, y a los más afeminados de los grupos de moda en nuestras carpetas del instituto cuando lo que en realidad queríamos llevar era a Winona Rider o Angelina Jolie después de ver Inocencia Interrumpida.

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Queríamos leer historias sobre ellas, queríamos recomendaciones de cine lésbicas, queríamos grupos de música liderados por chicas, tuve que armarme de valor para colgar a Sharleen Spiteri en mi cuarto cuando cumplí los 18. Ahora, tenemos el lujo de entrar en cualquier plataforma de cine y buscar en la sección LGTBIQ+ igualito que cuando entrábamos al videoclub del barrio.

En la sección de los horóscopos siempre te enseñaban a conquistar a un chico Libra o las parejas perfectas entre chicos y chicas según su signo. Siempre me preguntaba dónde estarían esas compatibilidades entre mujeres en la sección de horóscopos. Lo que más me gustaba de la Vale es que alguna vez, una chica se lanzaba a preguntar: creo que me gusta mi amiga, ¿qué hago? Y ahora yo devoraba la respuesta una y otra vez. Ahora tenemos un consultorio sentimental dirigido por una lesbiana en un periódico nacional, tenemos podcast que nos acompañan en los viajes del coche capitaneados por bolleras, tenemos a María del Monte ondeando una bandera de colores. Tenemos libritos de historias de apps para bolleras. Tenemos SIX. Y, si googleas revista para lesbianas ya hay unas cuantas online para que otras adolescentes como lo fui yo, no tengan que andar de puntillas por el lesbianismo.

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