Clemen Solana
Viernes, 11 de octubre 2024, 11:59
Marica, bolleras, travestis y desviados son historia silenciada. Eso defendió el escritor Mikel Herrán este jueves en un encuentro junto a la autora Cristina Domenech; dos referencias dentro de la historia LGTBI que en estos años han publicado títulos sobre aspectos de personajes históricos desconocidos para el gran público. El diálogo, que forma parte del repertorio 'Somos como miramos' de La Térmica, centró el debate en torno al papel de las disidencias sexuales y de género en el contexto histórico. La difusión queer ha encontrado, para los divulgadores, un eje central de las nuevas narrativas para la construcción de un pasado «mal interpretado». La configuración tradicional ha prosperado como un error de base en la actualidad para los investigadores.
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Herrán y Domenech criticaron que, sus obras, no encuentren «etiqueta histórica» y se reduzcan a temas de género y feminismo. «Parece que hay una historia en mayúscula y otra que no es nada», sentenció la autora de 'Señoras que se empotraron hace mucho' (Somos B). Ambos coincidieron en que las relaciones interpersonales de la «gente corriente» son igualmente valiosas frente a la narrativa «dominante» que continúa centrada en figuras de poder.
A la falta de fuentes que supone el estudio de temáticas «marginadas», los autores reprocharon los continuos «obstáculos» impuestos para su elaboración. «La cantidad de información es menor, pero aumenta la de pruebas que te piden para aceptar el testimonio», confesó Domenech. Un no entendimiento que animó a Miquel Herrán a plasmar en la portada de 'Sodomitas, vagas y maleantes' (Planeta) una ilustración de dos soldados de los tercios españoles «morreándose». Y es que, para el también arqueólogo, la soldadesca del siglo XVII coincidía con aspectos subversivos para la época.
En la discusión sobre la sexualidad histórica, los autores coincidieron en la importancia de separar etiquetas contemporáneas y sociedades pasadas. Sin embargo, para la especializada en literatura neovictoriana y queer, Cristina Domenech, nadie puede pensar que no existieran lesbianas y demás disidencias antes del siglo XX. En ese sentido, Domenech ilustró cómo las damas de Llangollen, una pareja angloirlandesa a la que no se le puede «reducir como homosexual», vivieron cuatro décadas de amor hasta 1829. «Tuvieron una cristalería con sus iniciales, me da igual si se acostaban, la cristalería es mucho más gay», aclaró, entre risas, la escritora.
Antigua Grecia
Sobre este tema, Miquel Herrán aseguró que la homosexualidad en la Antigua Grecia resultó el germen de una parodia por la que «adultos sin jerarquías» mantenían relaciones sexuales. Herrán explicó que el sistema sexual imperante en la época banalizó el sexo como un acto de poder indiferente al otro cuerpo y esa creencia incide en la actualidad. Los autores versaron sobre cómo la segregación de género en épocas «altamente homosociales» favorecía relaciones de «homosexualidad situacional». En el caso de las mujeres, estas uniones no eran vistas como sexuales, ya que el falocentrismo copaba la creencia en la antigüedad.
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Domenech reconoció que a pesar de la existencia de textos que sugieren vínculos más profundos entre las féminas, la historia ha minimizado su significado. Sin embargo, cuando éstas empezaban a reclamar espacios tradicionalmente masculinos, el lesbianismo se usaba para humillar y compararlo con los hombres, según el relato de Herrán.
Una última reflexión condujo el diálogo hacia la historiografía de las identidades trans y el travestismo. El creador de contenido, Mikel Herrán, reveló cómo las motivaciones para cambiar de apariencia estaban ligadas a la lucha por acceder a «espacios restringidos». No fue así en el caso de Billy Tipton, un pianista trans estadounidense del siglo XX que Cristina Domenech ensalzó ante la «resistencia» de reconocer identidades disidentes. En ese sentido, los escritores destacaron la «criminalización» por alterar las normas impuestas del género y han condenado los juicios hacia el no binarismo y la transexualidad.
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