Secciones
Servicios
Destacamos
Ana Barreales y Migue Fernández (fotos)
Domingo, 26 de mayo 2024
Una cosa es salir del armario en tu entorno y otra hablar de tu vida y colocarse la etiqueta de gay o de lesbiana en un medio de comunicación cuando tienes más de 60. La visibilidad aún no sale gratis y sigue habiendo muchas reticencias. Varias personas que en un primer contacto parecían dispuestas a hablar sobre su vida declinaron la invitación de SIX a participar en este reportaje. A pesar de los cambios legales sigue siendo un colectivo vulnerable, con un miedo incrustado al rechazo, que creció sin referentes y sin ponerle nombre a lo que sentía. José Antonio, Charo Alises, Benja Micó y Santiago Rubio, todos ellos con más de 60 años, excepto Charo, que tiene 53, han accedido a compartir su historia. Salieron del armario a hechos consumados, sin tener esa gran conversación con sus padres, en parte por ahorrarse el momento violento y en parte porque tampoco la tienen los heteros. Ninguno responde al estereotipo del mundo LGTBI de culto a la juventud, donde todos son guapos, musculados, menores de 40 y de fiesta permanente. En la adolescencia y la juventud vivieron una sexualidad clandestina y ahora que los tiempos han cambiado ven con alegría la visibilidad de las relaciones, pero sienten nostalgia por la forma de ligar a la antigua, frente al sexo rápido e impersonal que imponen las aplicaciones.
Pintor
José Antonio no quiere dar su apellido porque ha vivido con miedo desde que tiene uso de razón: con una madre que le protegía porque le veía diferente y un padre que se avergonzaba de él y que le llegó a echar de casa. «En mi adolescencia me iba con otros chicos al campo a practicar sexo. Aunque no sabía cómo se hacía, ni posturas, me gustaba. Yo siempre era 'la niña tonta', aunque no soy afeminado, ni amanerado. Cuando descubrieron en el pueblo que era gay me quedé sin amigos, me empezaron a decir: José Antonio, maricón, y me dejaron de lado».
Se enamoró una vez, con 16 años. «Iba a trabajar en la huerta y dormíamos de dos en dos. Me tocó con él y un día le besé muy despacito, temiendo que me pegara. Él se dio cuenta de lo que había, se lo dijo a sus hermanos y ahí se acabó todo. Años después se casó con una chica y tienen ya nietos. Cuando le veo, no me aguanto y me explota el corazón. Pero es hetero: yo le miro y él agacha la cabeza».
José Antonio es muy creyente y le preocupa que la Iglesia le condene por ser homosexual. Se marchó de casa y buscó refugio en varios conventos como postulante, incluso en uno de clausura. «Quería dejarlo todo y pensé que allí iba a ser distinto. Buscaba amistades, cariño, comprensión… pero cuando se daban cuenta de que era gay me echaban».
Admite que hay cosas que han cambiado, pero cada vez que sale a la calle hay alguien que le llama 'maricón'. No contó que era gay hasta los 40 y desde hace un par de años acude a una terapeuta y a reuniones del colectivo, pero no se siente integrado. «He llegado a plantearme si Dios me castiga sin un hombre a mi lado por haber nacido así». Compartió sus reflexiones en un grupo LGTBI, alguien se rió y se sintió herido: «No tengo estudios, pero soy muy sensible».
Cuando ve a gays jóvenes siente por un lado orgullo y alegría de que puedan ir de la mano y por otro pena de su 'vida vacía'. «No encajo con nadie porque no he tenido oportunidad de tratar a mucha gente. Lo único que he tenido es sexo con tíos y poco más. Me saqué el graduado de mayor y me encanta leer teatro. Ahora estoy con 'Hamlet' y me refugio en eso, en ver un poquito la televisión y andar por el campo. Durante la semana trabajo pintando casas y los fines de semana me dedico a amargarme. Me gustaría irme de aquí, pero me hace falta un empujoncito para pasar página y empezar de nuevo».
Diplomático
Benja:
«La gente te entra por la vista, pero antes tú podías hablar y ahora no; ni siquiera dicen su nombre real, no dan el teléfono... todo por la aplicación»
Benja Micó, arriba,
en sus tiempos como alto funcionario
en el Ministerio de Exteriores y hoy.
Benja:
«La gente te entra por la vista, pero antes tú podías hablar y ahora no; ni siquiera dicen su nombre real, no dan el teléfono... todo por la aplicación»
Benja Micó, arriba,
en sus tiempos como alto funcionario
en el Ministerio de Exteriores y hoy.
Benja:
«La gente te entra por la vista, pero antes tú podías hablar y ahora no; ni siquiera dicen su nombre real, no dan el teléfono... todo por la aplicación»
Benja Micó, arriba,
en sus tiempos como alto funcionario
en el Ministerio de Exteriores y hoy.
Benja:
«La gente te entra por la vista, pero antes tú podías hablar y ahora no; ni siquiera dicen su nombre real, no dan el teléfono... todo por la aplicación»
Benja Micó, arriba,
en sus tiempos como alto funcionario
en el Ministerio de Exteriores y hoy.
Benja Micó ha tenido una vida muy diferente: cosmopolita, aventurero, emprendedor, exjugador de rugby y padre divorciado, con un hijo de 23 años adoptado en Ucrania. Nació en Cantabria y en su juventud montó una empresa en Málaga que vendía fotos a los turistas que llegaban al aeropuerto como souvenir. Ingeniero técnico químico y licenciado en Empresariales, trabajó para varias multinacionales.
«Tuve un par de malas experiencias, porque en las entrevistas me preguntaban que qué hacía un tío como yo, con esta planta, soltero y sin compromiso. Era 1989 y aunque estaba fuera del armario para un grupo de allegados, entre los que estaban mis hermanos, laboralmente no había dado el paso».
A raíz de eso se preparó y aprobó a la primera las oposiciones para la Agencia Tributaria, y se fue a Barcelona, donde conoció a su ex. «Gracias a él yo también salí un poco del armario, porque unas Navidades me dijo que si me iba a Santander solo con mi familia él no iba a estar a la vuelta. No me quedó más remedio que pedir a mis hermanos que prepararan el terreno con mis padres: Allanadme la historia, porque este año viene. Nunca se habló del tema, así que me imagino que se lo tomaron bien».
Un día estaban los dos con su madre en la cocina y le contaron que iban a adoptar. «Nos dijo: Con lo bien que estáis juntos, sin problemas, ¿por qué queréis complicarnos la vida? Y eso que mi madre jamás decía lo que pensaba. Con el resto de los familiares dimos por hecho que vivíamos juntos y no se habló más del asunto. Cuando nos casamos mis tías fueron las primeras en venir a la boda. Dijeron: Qué iglesia tan bonita, qué pena que no hubiera un cura y estuviera esa señora».
Al cumplir los 40 se vio en la misma mesa, en el mismo trabajo. «Me entró una depresión de cojones y empecé a buscar otros horizontes. Me presenté en el Ministerio de Exteriores para un puesto en el extranjero y me ofrecieron una plaza en Guinea Conakry. Me fui para dos o tres años y he estado fuera de España 16».
En ese primer destino estuvo solo, porque no reunía las condiciones para irse todos. Cogía vacaciones cada dos meses e iba a verlos, y el verano lo pasaban juntos. De Guinea Conakry se marchó a Senegal, luego a Chipre (con toda la familia) y los últimos años, a El Congo.
No dijo nada de su homosexualidad en el trabajo hasta que se hizo funcionario y se fue al extranjero, porque no le apetecía que se metieran en su vida. «Uno de mis caballos de batalla con mis amigos heteros, es que dicen que los gays estamos copando todo. ¿Perdona? Es que siguen pegando hostias a la gente en la calle por ir de la mano, sigue habiendo discriminación, echan a la gente de los trabajos por ser gays… no me vengas con historias. Y la generación nueva… cómo son. Los amigos de mi hijo Víctor le decían: Joder, tu padre con el tamaño de tío y es mariquita… Un día de copas les dije: Con quien yo me acueste en mi habitación es mi problema».
La vejez le preocupa muchísimo y tiene hecho el testamento vital. «El día que no pueda valerme por mí mismo, paso de este mundo. Tengo miedo al sufrimiento, no a soledad. En Latinoamérica la gente mayor está mucho más considerada y en Estados Unidos es una mierda. En España vamos hacia eso. Como sociedad estamos dejando de lado a la gente mayor».
Admite que ha alucinado con las apps para ligar. «Cuando me fui de España lo mío era la calle y los sitios de ambiente. Llegabas, hablabas, podías quedar… Cuando era más joven he hecho tríos, pero era con gente que tenías alguna conexión, pero es que ahora... Hace 15 días me manda un medio conocido que va a haber una orgía con animales… directamente le he bloqueado. La gente te entra por la vista, pero antes tú podías hablar y ahora no tienes la oportunidad: no hablan, no dicen su nombre real, no dan el teléfono… todo por la aplicación».
Se volvió del Congo para vivir con su hijo en Barcelona, pero llegó un momento en que se cansó y se vino a Málaga. Si conoce a alguien lo tiene claro: «Cada uno en su casa, porque la convivencia desgasta mogollón».
Activista
Santiago:
«Hay que cambiar la sociedad, pero entre los gays jóvenes no hay activismo, porque piensan que está todo hecho. ¿Y si desaparecemos los que quedamos?»
Santiago Rubio en una imagen de su juventud y en la actualidad.
Santiago:
«Hay que cambiar la sociedad, pero entre los gays jóvenes no hay activismo, porque piensan que está todo hecho. ¿Y si desaparecemos los que quedamos?»
Santiago Rubio en una imagen de su juventud y en la actualidad.
Santiago:
«Hay que cambiar la sociedad, pero entre los gays jóvenes no hay activismo, porque piensan que está todo hecho. ¿Y si desaparecemos los que quedamos?»
Santiago Rubio en una imagen de su juventud y en la actualidad.
Santiago:
«Hay que cambiar la sociedad, pero entre los gays jóvenes no hay activismo, porque piensan que está todo hecho. ¿Y si desaparecemos los que quedamos?»
Santiago Rubio en una imagen de su juventud y en la actualidad.
Asturiano, hijo de padre minero y madre ama de casa, era consciente de lo que le gustaba desde los seis años. A esa edad tuvo sus primeras experiencias, la relación que puede tener un niño con alguien de veintitantos, porque entonces no se hablaba de pederastia. «Lo único que existía era: No se lo vayas a contar a tus padres. Y tú estabas atemorizado ¿Cómo ibas a contarles algo así? Con seis años eran frotamientos, tocarse… Pero yo ya sabía que eso me gustaba más con un chico».
Eso no impedía que tuviera relación con chicas. Dejó a su novia a punto de casarse porque se echó un novio en el 79. Entonces se lo contó a su madre: «Yo no le dije que era gay, le dije que tenía novio. Y mi madre: 'Pues no te lo notaba', y se echó a llorar. Mi padre se enteró por televisión, cuando fui a un programa y me presentaron: Tenemos a Santiago, que es un chico gay que dejó a su novia. Y mi ex novia también se enteró por la tele, porque yo con ella cumplía, no andaba con ella y miraba a otro. No diría que fue amor, pero sí fue una unión y ahora somos amigos».
En el 81 vino de vacaciones a Torremolinos y decidió que era su sitio para vivir. «No me fui de Asturias porque fuese gay, me fui porque mi salida de trabajo era la mina y lo único que me gustaba de la mina era las duchas, que salían todos los mineros negros».
Estuvo tres meses buscando trabajo y lo pasó muy mal, pero también muy bien porque conoció a mucha gente. «Yo era mono, tenía 21 años y salía todos los días. Aquí venía mucha gente que pasaba una semana o dos, pero después venían otros. No me he prostituido, pero sí he vivido o he salido a tomar copas y las han pagado otros. A mí no me pagaban por tener sexo, pero aceptaba la copa y también elegía».
Ha trabajado en varias televisiones -en programas como 'El Gran Polvo', El Mago del Sexo' y 'Teatro Visconti'- y tuvo una guerra abierta con el exalcalde de Torremolinos Pedro Fernández Montes, a raíz de convocar el Día Internacional del Transformismo en La Nogalera y después un Orgullo.
«Yo soy de pareja, pero hace unos cuantos añitos que no la tengo y ahora soy un poco más picaflor. Aunque me gustaba más lo de antes, yo tengo todas las aplicaciones, porque es como nos relacionamos y hay que adaptarse. Lo que no hago nunca es ni chills (drogas y sexo), ni voy a bares de cruising, no porque me parezca mal, sino porque sigo pensando que un bar es para tomar una copa, no para desnudarme».
Está en contra de las parejas abiertas. «Es que yo ya soy libre y puedo hacer lo que me dé la gana. Yo soy pareja cerrada y si soy cornuda, prefiero no saberlo».
La vejez no le asusta y lleva bien cumplir años y los vientos de cambio que están viniendo en Torremolinos para los maduros. «Se hacen tardeos, pasodobles, música ochentera. El peligro que hay con la gente mayor es que algunos se 'armarizan' otra vez. Hemos conseguido muchos derechos, en papel por lo menos, pero la sociedad hay que cambiarla, igual que yo cambio a mi madre, que tiene 89 años. El problema es que no tenemos relevos. ¿Y si desaparecemos los que quedamos? Entre los gays jóvenes no hay activismo porque piensan que está todo hecho».
Abogada
Charo Alises:
«La primera vez que escuché la palabra lesbiana fue en una película cuando tenía 14 años; la tuve que
buscar en el diccionario»
Charo Alises en una fotografía cuando tenía 11 años y ahora.
Charo Alises:
«La primera vez que escuché la palabra lesbiana fue en una película cuando tenía 14 años; la tuve que
buscar en el diccionario»
Charo Alises en una fotografía cuando tenía 11 años y ahora.
Charo Alises:
«La primera vez que escuché la palabra
lesbiana fue en una película cuando tenía
14 años; la tuve que buscar en el diccionario»
Charo Alises en una fotografía cuando tenía 11 años y ahora.
Charo Alises:
«La primera vez que escuché la palabra lesbiana fue en una película cuando tenía
14 años; la tuve que
buscar en el diccionario»
Charo Alises en una fotografía cuando tenía 11 años y ahora.
Recuerda que cuando era pequeña le llamaban la atención algunas series en las que aparecía mujeres. Eran los 70 y no había información ni referentes. «Con ocho años lo único que sabía de la homosexualidad era que a los niños que jugaban con niñas les llamaban mariquitas, pero lo otro ni siquiera se mencionaba. La primera vez que yo escuché la palabra lesbiana tenía 14 años y fue en la película 'Buscando a Susan desesperadamente'; la tuve que buscar en el diccionario».
Con 11 años se dio cuenta de que sentía algo diferente por una niña de su clase, pero no sabía lo que era porque nadie se lo había explicado. No le ponía nombre a lo que sentía, porque creo que en el fondo tampoco lo quería aceptar. Asumir que eres diferente es complicado».
Veía series y películas que ni siquiera eran de temática lésbica, pendiente de si dos mujeres se daban un abrazo, de si se cogían de la mano o si mostraban algún tipo de afecto para sentir. «Con 15 años fui al cine con mis amigas a ver 'Peligrosamente juntos'. Ellas hablaban de Robert Redford y yo me había quedado alucinada con Debra Winger. No le ponía nombre a las cosas, porque no lo tenía claro y porque aunque nadie me había dicho nada, toda la vida en colegios religiosos, yo sabía que eso no lo tenía que contar».
Con 18 años fue a un videoclub y vi una sinopsis de 'Media hora más contigo', que trataba de una mujer que conocía a otra que era lesbiana. Como le daba vergüenza alquilar sólo esa película, cogió otras dos al azar y las puso todas en el mostrador. «Esta no te va a gustar, dijo el dependiente señalando justo la que quería ver. Y me dio tantísima vergüenza que dije: Bueno, pues no me la llevo.Y me fui con las otras dos que no me interesaban nada. La vi a los veintimuchos, cuando me la compré en Madrid. Y muchas veces pienso: si yo hubiera visto esa película…»
En la facultad conoció a una chica y empezaron a quedar. «Yo no sabía lo que estaba pasando ahí, pero ella sí, aunque no me dijo nada. Y la cosa fue a más hasta que un día nos besamos. Luego lo pasé fatal pensando que iba a ir al infierno por todo lo que me habían metido en la cabeza en el colegio. Empezamos a salir, pero sin ser visibles porque ella tampoco podía».
Se lo contó a su hermana pequeña cuando llevaba ya siete años con esa chica: «Me costó muchísimo, porque era algo que tenía tan escondido que me costaba hasta verbalizarlo».
Para el resto del mundo seguían sin ser visibles como pareja. «Al principio tenía miedo a qué diría la gente, al rechazo... A los 40 empezó a darme igual todo eso. Nunca tuve con mis padres esa conversación de 'yo soy'… ya lo pasé bastante mal cuando se lo conté a mi hermana. Con ellos no hablé del tema. Mi pareja venía a casa a comer en Navidad. Yo no decía nada y no sé qué pensaban. Luego, cuando ya me metí más en el activismo y empecé a ser una cara visible, incluso a salir en la tele, pues supongo que así se enterarían. ¿Por qué tengo que tener una conversación que me va a costar mucho si los heteros no lo hacen?».
Publicidad
Cristina Vallejo, Antonio M. Romero y Encarni Hinojosa | Málaga
Pilar Martínez | Málaga y Encarni Hinojosa
Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.