Elio y Alex, en primer plano, con Trini y Manolo, padres del primero, reflejados en el espejo. Ñito Salas
Familias

Familias con hijos trans: shock, duelo y final feliz

La sociedad no está preparada para las personas trans. Las familias, tampoco, pero su papel de acompañamiento es fundamental. Los padres de Álex, Elio y Alexa cuentan su historia

Texto: Ana Barreales / Fotos: Ñito Salas y Migue Fernández

Jueves, 1 de junio 2023, 12:28

El hogar de Trini y Manolo es una de esas casas donde se respira buen rollo, a las que uno se puede presentar sin avisar con la seguridad de que va a ser bien recibido. Viven con su hijo Elio, un chico trans de 24 años y Álex (29 años), la pareja de éste, que también es trans, aunque ellos tienen planes de independizarse pronto, en cuanto Alex acabe las prácticas de Automatización y Robótica Industrial. Antes había estudiado el grado de Educación Infantil, pero no encontró trabajo porque «no daba el perfil», una frase que escuchan con frecuencia.

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Invisibilizar a su hija ha sido la obsesión de Ches desde que con tres años tuvo que ir a buscarla a la guardería porque «había ocurrido algo». Hicieron una fila para los niños y otra para las niñas, y Alexa (entonces Alejandro) se colocó en la segunda. Las explicaciones de sus profesoras de que no podía estar allí «porque tenía colita» solo sirvieron para que se cogiera un berrinche monumental y tuvieran que avisar a su madre. «Cuando se levantó al día siguiente me dijo que no podía hacer pipí», cuenta Ches. «Y cuando vi que tenía la zona de los genitales roja y ensangrentada me asusté y la llevé a urgencias. Los médicos pensaban que alguien había abusado de ella. Alexa empezó a contar que era una niña y que no quería la colita, y ahí ya empezamos a escuchar».

La sociedad no está preparada para una persona trans y las familias, tampoco. «La conmoción y el desconcierto inicial no se lo quita nadie -explica Charo, de la asociación LGTBI Ojalá-. A la perplejidad le sigue la incertidumbre de cómo actuar y cómo acompañar a sus hijos en todo el proceso, que muchas veces pasa por un duelo: Es que yo tenía una hija y ahora tengo un hijo. Eso no significa que no lo acepten y lo respeten, sino que tienen que asimilarlo». Para eso las asociaciones cumplen un papel fundamental.

Para María José Márquez, de Chrysallis, la perplejidad y el duelo dependen de la capacidad de adaptación de cada persona. «El tránsito social es como un salto al vacío sin paracaídas, sobre todo en los comienzos. Ahora hay leyes, protocolos y la experiencia de los que han pasado por eso. Antes llegaban a expulsar a las personas trans de sus casas y ahora, sin embargo, muchas familias quieren ayudar».

«Mi punto de inflexión fue cuando cambié el contacto en el móvil. Un día dije ya está, se acabó, es que es Elio»

Elio no había planeado decir a su madre que era trans, pero ella se enteró. «Es que le pillé -cuenta Trini, que es enfermera-. Me dijo que estaba pendiente de una cita médica y yo miré y vi que era con un endocrino y le pregunté». En ese momento tenía 19 años y lo había comentado con algún amigo cercano, pero era muy al principio y todavía no estaba seguro de cómo llevar la situación.

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Elio les había explicado a sus padres primero que era bisexual y en algún momento que era de género fluido, que unas veces se sentía mujer y otras veces hombre. Y ellos se iban adaptando a la situación, pensando que a lo mejor lo estaba pasando mal y estaba angustiado por contárselo. «Al principio fue un poco de shock, porque no lo esperábamos -admite Trini- y lo hablamos muchas veces con él para cerciorarnos de que estaba completamente seguro. Cuando vimos que era así, que era lo que quería hacer, empezamos a buscar información, porque no teníamos ni idea de cómo hacer las cosas». A Manolo, su padre, lo que más le inquietaba era que hubiese pasado tanto tiempo sin decir nada y que lo estuviera llevando solo.

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Lo siguiente era contárselo al resto de la familia y Elio lo hizo en Navidad, el día de Reyes, cuando se juntan los siete hermanos por parte de su madre para darse los regalos, que casi no caben en el salón. En un momento dijeron: María (el nombre que tenía hasta entonces) quiere contaros algo. «Tampoco dije mucho, les expliqué que era trans y un poco lo que significaba -recuerda Elio-. Mi abuela se echó a llorar, pero al mismo tiempo me dijo que lo entendía. También les conté que me iba a llamar Elio. Yo creo que mi tata, Encarni, lo sabía, seguro, porque siempre ha sabido por dónde iba yo. ¿El cambio de nombre? Mi abuela se sigue equivocando todavía (risas) y dice: ¡Ay, ay, lo siento, lo siento!». Elio admite que al principio hablar de todo eso era complicado y le afectaba más cuando estaba haciendo la transición, pero ahora ya no le importa si se confunden y le llaman María.

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A su abuela paterna le costó decirle adiós a María, aunque fuera para dar la bienvenida a Elio, le producía cierta tristeza.

«Sí puede interpretarse como un pequeño duelo, en el sentido de que yo tenía una hija que se llamaba María y ahora no está. No en un sentido triste, porque yo veo que él es feliz. Es un duelo porque tienes que cambiar tu cabeza y todo. Mi punto de inflexión fue cuando modifiqué el contacto en el móvil y puse Elio, que ya le llamaba así, pero seguía teniéndole como María en el teléfono. Fíjate que tontería (risas). Y un día dije: ya está, se acabó, es que es Elio», recuerda Trini.

La transición de Elio coincidió con su erasmus en Corea del grado de Estudios de Asia Oriental. Se fue con el nombre cambiado en el pasaporte, pero con género femenino, algo que le ocasionó algunos problemas, como «un poco de bullying», por ejemplo cuando iba al servicio de chicos en un club de baile al que se apuntó. Nada que le quite el sueño a alguien que afirma estar 'acostumbrado' a que todos los días haya alguna persona que en sus retransmisiones de twitch le diga «trans de mierda».

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«De pequeño no me sentía mal con mi género y asumí que no podía ser transexual porque los niños trans tenían que sentirse así»

En Corea estuvo con Álex, con el que se había decidido a «dar el paso» tras varios años como amigos. Fue él quien le enseñó a familiarizarse con los 'binder', una especie de faja que llevaba para comprimirse el pecho y que se ha podido quitar después de la doble mastectomía a la que se sometió en verano. Álex, sin embargo, sigue en lista de espera para la intervención y aún no sabe cuándo podrá operarse con el cambio de Granada a Málaga y el parón del Covid.

Elio aún tiene pendiente la intervención para quitarse el útero, ovarios y trompas. A los pocos meses de empezar a ponerse la testosterona, la regla desaparece y entran en una especie de menopausia. Entre eso y la hormonación tienen bastantes efectos secundarios, una de las grandes preocupaciones de sus padres, pero Elio está contento a pesar de todo. Él ha hecho el proceso de hormonación por decisión propia. En el caso de Álex, a pesar de que apenas hay tres años de diferencia, era obligatoria para poder cambiarse género en el DNI (el nombre sí estaba permitido). Algo que ha cambiado ahora con la nueva ley.

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Otra de las inquietudes de su familia cuando Elio empezó con la transición era: «Y ahora, ¿qué pareja va a tener? Así que cuando empezó esta relación pensaron ¿Quién mejor que alguien que ha pasado por lo mismo para entenderle?».

Álex comenzó la transición a los 22 años. Su familia siempre ha sido muy abierta en lo que se refiere al género y su padre bromeaba con él y le decía que era un «muchocho, un muchacho, con chocho».

«De pequeño no me sentía mal con mi género y asumí que no podía ser transexual porque yo creía que los niños trans tenían que ser de determinada manera», cuenta Álex. «Soy bisexual y en la adolescencia un día le dije a mi padre: tengo novia. Pues genial. Tenía una pareja con la que llevaba ya bastante tiempo y llegué a cogerle asco a que me tocase o me abrazase. En las relaciones sexuales ya ni te cuento. Y tenía tan asumido que yo debía ser su novia que cuando llegó un punto en el que no quería que se me acercase empecé a buscar respuestas. Fui a un sexólogo, que me recomendó probar varias cosas. Hasta que un día dije: tiene que ser esto, que soy trans. Mi médica de cabecera me confesó que lo sospechaba, pero que no podía ni siquiera sugerírmelo para no influir en mí. Se lo dije a mi pareja también, que ya lo tenía claro… En el momento en que abrí esa puerta todo lo demás fue encajando.»

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Tuvo mala suerte con la primera psiquiatra que le tocó cuando empezó el tránsito. Le decía que si estaba seguro de cambiar su cuerpo porque no estaba mal. «Medía 1,70, rubia, ojos azules, buen pecho, buenas caderas… Mi cuerpo era perfecto para cualquier tía que quisiera ser tía, pero no encajaba con lo que yo quería ser». Dos años de consulta con un nuevo psiquiatra y otros dos de hormonación antes de poder cambiar el DNI.

Elio confiesa que no se ha sentido solo en ningún momento del proceso. «En cuanto lo vi claro fui del tirón. Me dije: Coño, por fin. No necesitaba contarlo para sentirme aliviado». Pero entiende que puede haber personas que necesiten hablarlo y darse tiempo para entender lo que les pasa.

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Ches ha sido el pilar fundamental para que el tránsito de su hija Alexa esté lleno de recuerdos felices a pesar de todo, desde el episodio de la guardería hasta la operación en Tailandia a los 21 que tiene ahora. A ella le abrió los ojos y le ayudó a entender lo que le ocurría a Alexa el antropólogo Juan Gavilán. «Tener un hijo trans es un shock para la familia sea grande o pequeño, lo que pasa es que de pequeño no le crees. ¿Qué sabrá? Hasta que te explican que las identidades se forman a partir de los tres años.

«Tener un hijo trans es un shock para la familia sea grande o pequeño, lo que pasa es que si es pequeño no le crees»

Su marido sí pasó el duelo. Alexa (cuando nació Alejandro) siempre ha sido el ojito derecho de su padre. «Se le cayeron muchos esquemas, lloró mucho, se preguntaba que dónde estaba su hijo, pero, bueno, tuvo que aceptarlo. Él lo ha vivido de forma más trágica, como cuando en la operación lloraba y se lamentaba: ¿Por qué tiene que sufrir tanto? ¿Por qué no nació con una vagina?».

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Ches recalca que su obsesión era invisibilizar a su hija como trans, que ella lo contara si quería hacerlo. Por eso era necesario darle bloqueadores hormonales para que no llegara a la fase máxima de desarrollo y le apareciese nuez, barba y otras características sexuales, porque eso le iba a ocasionar muchos problemas.

El primer golpe se lo llevaron con un endocrino del Materno, que se declaró objetor de conciencia para tratar a niños trans. La solución que le daban era convencerla de que «se curase», buscar un especialista de otra provincia o esperar a que cumpliera 18 años. «¿Y si a mi hija le va la vida en eso? ¿Y si se suicida?».

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Alexa se acuerda de que le hicieron un test de esquizofrenia y de una psiquiatra que le dijo: Que sepas que nunca vas a ser una mujer de verdad, nunca vas a tener la regla y ni a tener hijos. « Yo me quedé callada y mi madre le contestó: Ella es de verdad, porque es de su madre y de su padre, su tía estéril y por eso no es menos mujer y la regla es un coñazo».

Ahí dejaron la UTIG (Unidad de Trastornos de la Identidad de Género) y se fueron a un endocrino del Hospital Virgen de las Nieves de Granada, Raúl Hoyos, que no era especialista en personas trans, pero que se quedó muy sorprendido con su caso y les dijo: Pues yo creo en los derechos humanos y lo que veo aquí es una niña y yo te voy a ayudar… Vieron el cielo abierto. Les recetó los bloqueadores hormonales y ya empezaron a respirar porque sabían que era la clave para invisibilizarla.

Más adelante empezó con la hormonación cruzada (además de los bloqueadores tomaba estrógenos). «La gente piensa que estamos envenenando a nuestros hijos porque tiene algunos efectos secundarios, como pasa con otras medicaciones, pero son tan necesarios que tú dices ¿Qué hago? Es que lo pongo en una balanza y gana ponérselos, porque es su felicidad. Con la hormona cruzada empezó a engordar un poco, pero ella estaba tan feliz. Tan feliz».

Habían previsto que se operara al cumplir los 18, pero el Covid retrasó sus planes hasta hace seis meses. Descartaron la operación en la sanidad pública porque se hacen muy pocas intervenciones y la lista de espera es de 10 años o más. Tampoco quisieron hacerlo en la privada en España porque al tomar los bloqueadores se les queda el pene pequeñito y la opción que les daban era utilizar una parte del colon para hacerle la vagina y eso les parecía aún más riesgo del que ya de por sí tiene la intervención. Al final se decantaron por Tailandia y se fueron los cuatro allí una semana de vacaciones primero. Habían buscado a un cirujano con mucha experiencia, que mantuvo el compromiso de operarla tras el retraso de los años de Covid a pesar de que pensaba jubilarse. Cuando le dieron el alta en el hospital se quedaron Ches y Alexa dos semanas en un hotel para las primeras revisiones. Pese a los momentos duros y el miedo que pasaron están muy contentas con el resultado.

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La obsesión de Ches era invisibilizar a su hija como trans y que ella lo contase solamente si quería

Atrás quedaba esa jueza de Torremolinos que se negó a cambiarle el DNI y les llevó a empadronarse en Córdoba porque allí encontraron una magistrada que les hizo un dictamen favorable. O el bullying que sufrió por parte de un grupo de niñas en el instituto. En lugar de que las expulsaran Ches pidió que les obligaran a hacer un curso sobre diversidad: «No quería que a la vuelta le tuvieran más ganas a Alexa. Siempre he estado con ese miedo de que alguien dijera:esta es la travelo del instituto, vamos a darle una paliza. Yo tenía la fe perdida en la justicia y en la sanidad, pero luego la recuperé, porque me encontré a gente magnífica, que nos ayudaron mucho».

Le preocupa que haya quien piense que están manipulando a un menor para cambiarle el género: «Ahora Alexa puede echar un curriculum y nadie sabe que es trans si ella no lo quiere decir. No ha sido un camino de rosas, ha tenido espinas también, pero estamos muy contentas».

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