Momento de la bajada del Yacente hacia la plaza del Santuario. R. Rodríguez

La borrasca Jana da una tregua al vía crucis de antorchas de la Hermandad del Monte Calvario

El Cristo Yacente de la Paz y la Unidad pudo regresar a su ermita en un ambiente de recogimiento y con sabor antiguo, después de su estancia en el santuario de la Victoria, donde la cofradía le dedicó un quinario

Sábado, 8 de marzo 2025, 23:36

La Hermandad del Monte Calvario rezuma juventud, pese a que la actual cofradía, la del padre Gámez, cumplirá dentro de tres años medio siglo de vida. La corporación victoriana pertenecía, a finales de la década de los 80 y durante buena parte de los 90, a esa nómina de 'hermandades nuevas' que llegaron al concierto cofrade malagueño para sumar en muchos aspectos, aunque no siempre tuvieron el viento de cara. Desde su instauración ya han pasado 47 años, que se dice pronto, aun cuando todavía hay quien la ve como una cofradía 'joven', ahora, quizá, porque muchos de sus miembros ni siquiera son cuadragenarios.

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No cabe duda de que la Hermandad del Monte Calvario, tan particular y exquisita como innovadora, siempre ha aportado a la Semana Santa Málaga. Y lo sigue haciendo. Para muestra, un botón: solo basta con ver el atrevido diseño del futuro manto de la Dolorosa advocada con el sobrenombre de la cofradía, proyecto de Fernando Prini. Pero su contribución no se circunscribe al presente, ni al pasado más inmediato. Y es que hace 36 años, que también se dice pronto, ya puso en práctica un más que cuidado vía crucis cuaresmal, el de antorchas, cuando ni siquiera el de la Agrupación de Cofradías existía y el oficial de la Ciudad, felizmente recuperado por la actual junta de gobierno de la Cofradía del Rocío, se celebraba con más pena que gloria. Hoy día, casi 40 años después, este ejercicio no solo se mantiene, sino que cada cuaresma va creciendo en número de devotos, sin necesidad de ir a lo fácil, al reclamo musical. Y también va ganando cada año en prestancia, con un cortejo impecable y con el Cristo Yacente de Antonio Eslava y Miñarro ofreciendo paz y unidad desde una artística urna de orfebrería y cristal. Pero, sobre todo, su desarrollo es una exaltación a la autenticidad, a lo que realmente significa este acto, en este caso, de culto externo, que la hermandad pone en práctica cada primer sábado de cuaresma desde el santuario de la Victoria, tras finalizar el último ejercicio del quinario dedicado al titular cristífero.

Pese a que los meteorólogos pintaban una noche gris y con agua, como fue la mañana y la tarde, la borrasca Jana. que se ha dejado sentir con fuerza en la provincia, finalmente dio una tregua en la capital, que ni los más optimistas pudieron imaginar, para que la Hermandad del Monte Calvario pudiera trasladar a su Cristo hasta la ermita del Gólgota malagueño en piadoso vía crucis.

Eran las 20.55 horas, es decir, cinco minutos antes del horario previsto, cuando el cortejo se ponía en marcha desde la basílica de la Patrona. En esta ocasión, la Virgen de la Victoria no pudo asistir a la despedida del Yacente, ya que se encuentra hasta la primera semana del mes de mayo en la céntrica parroquia de los Mártires, después de haber peregrinado por siete templos de la ciudad con motivo del 150.º aniversario de la hermandad.

El Cristo Yacente de la Paz y la Unidad con el santuario de la Patrona de fondo. R. Rodríguez

La comitiva, severa, como caracteriza al Monte Calvario, la abría el muñidor, que, con esquila doble, la hacía sonar de forma intermitente. El público asistente, mucho, teniendo en cuenta que hacía bastante humedad, permanecía en silencio sepulcral. Alguno que otro levantaba la vista preocupado por esos nubarrones que recordaban los cielos inciertos de la pasada Semana Santa. Dos hermanas con antorchas daban escolta al muñidor, sirviente de la hermandad y, a continuación, se situaban varios monaguillos, que creaban nubes, pero de incienso, el olor de la cuaresma, que se elevaban al cielo como una oración y perfumaban el entorno victoriano. Después, se disponían la cruz guía relicario, que contiene una astilla de la cruz de Cristo y una reliquia de San Francisco de Paula, y dos faroles, a derecha e izquierda. El hermano que portaba la cruz guía, vestido de acólito, la sostenía con paño humeral, como es precepto, al incluir el 'lignum crucis'. Y, seguidamente, el grueso de la comitiva, con 72 hermanos, como el número de discípulos que Jesús envió a predicar el evangelio, portando largos cirios color tiniebla, el guion corporativo junto a la presidencia, con el hermano mayor, Arturo Fernández Sanmartín, al frente, un trío de música de la capilla, la cuadrilla de acólitos, con cuatro ceroferarios, y seis miembros de la hermandad con antorchas, que no se encendieron de inicio, abriendo paso al Yacente. Era novedad, precisamente, la capilla musical, Gólgota de Huelva, aunque no le era ajena la cofradía malagueña, ya que hace tres años acompañó a esta imagen durante el vía crucis magno celebrado con motivo del centenario de la Agrupación de Cofradías y protagonizado por 14 representaciones iconográficas de 14 hermandades.

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Salida del Yacente

El Yacente de la Paz y la Unidad, tocado con sus potencias de plata sobredorada, de Orfebrería Montenegro y diseño de Fernando Prini, menudo tándem, ganaba la plazuela Cristo del Amor, tras atravesar el umbral de la puerta principal del santuario de la Victoria a las 21 horas, con la pieza 'Christus Factus Est', adaptación del padre Gámez, todo un himno para la hermandad, que se podía escuchar desde el interior de la basílica de la Patrona, con interpretación a órgano. Se percibía una atmósfera de solemnidad y recogimiento. Seis penachos con plumas negras coronaban la urna del Señor dispuesta sobre unas andas a las que no le faltaban un detalle: los cuatro ángulos los ocupaban unos faroles dorados del trono procesional de Yacente y en los laterales, los ángeles pasionistas del imaginero Manuel Carmona, también del sobresaliente trono del Viernes Santo, que se pudieron ver este sábado tras la restauración que ha llevado a cabo Francisco Naranjo.

El exorno floral cambió, igualmente, con respecto a los últimos años, y a los espinos, que se relacionan con el pecado, y el laurel, que simboliza la resurrección y que ya venían adornando el conjunto en las ediciones anteriores, se sumaron los claveles rojos sangre de toro, por la muerte del Señor. Estos elementos florales se disponían en las anforitas de orfebrería que circundaban las andas y que pertenecen al trono de la Virgen del Monte Calvario, mientras que tulipas y hurricanes acogían la cera color tiniebla. Y en el frontal, una reliquia de San Francisco de Paula, promotor de la Orden de los Mínimos, y titular de esta hermandad.

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Cerraba el cortejo la cruz alzada con dos ciriales, monaguillos y el preste, Juan Carlos Millán, que es también hermano de la cofradía.

El director espiritual de la corporación y párroco de la Victoria, Alejandro Escobar, dirigió el rezo de la primera estación, en la plazuela del Cristo del Amor, y acompañó a la comitiva hasta la plaza del Santuario, donde se retiró, por lo que el resto de misterios los leyó, con voz potente, Damián Lampérez, hermano de la cofradía. La segunda estación, en la curva hacia la calle Amargura, justo donde se emplaza la segunda cruz de piedra del vía crucis, y el resto de pasajes se recordaron durante la vía dolorosa hasta llegar a la ermita del Calvario.

El Cristo Yacente a su entrada en la vía dolorosa del Monte Calvario. R. Rodríguez

El Cristo difunto en su urna, con la noche cerrada, entre la luz los cirios y antorchas y con la ciudad de fondo, ofrecían una estampa única y llena de espiritualidad que se entrelazaba con la propia historia de Málaga. La Catedral se divisaba a lo lejos.

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El piadoso ejercicio concluyó sin ningún tipo de contratiempo meteorológico cuando el reloj marcaba las 23 horas. En ese momento, el preste hizo la oración final y, con posterioridad, dio bendición. Luego, el Señor se encontró con su Madre, Santa María del Monte Calvario, que presidía el presbiterio del oratorio victoriano. Atrás había quedado ese traslado en vía crucis del Yacente de la Paz y la Unidad, de recogimiento y silencio, tan bello en su contexto como íntimo en su expresión.

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