La Semana Santa que estamos viviendo es muy diferente. Atípica. Como ninguna otra. El año pasado, confinados, ni se podía salir a la puerta de la casa, en este 2021 hemos tirado de improvisación para malconviviendo con el 'bicho' completar un programa diferente, de 'consolación' ... podíamos decir. No ha quedado otro remedio, y dentro de lo malo la verdad es que las cosas se están haciendo bien, a expensas de que tanta gente en la calle conlleve dentro de unas semanas un mal rato de cifras cargadas de contagios, ingresos hospitalarios y muertes. Esperemos que no sea así.
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La Semana Santa que nos hemos inventado está funcionando. Las colas de gente, sinceramente, están sorprendiendo a todos, y quien diga que se esperaba tal afluencia de público a las iglesias y casas de hermandad no dice la verdad. Ver por ejemplo como había que esperar hora y media para ver al Prendimiento el Domingo de Ramos, o cómo estaba calle San Juan el Martes Santo, o comprobar que las colas de gente rodeaban Barcenillas para ver al Rocío, ha sido inaudito. Como ayer para contemplar a la Expiración o a la Paloma. O la que se espera hoy, día grande, uno de los tres jueves que relucen más que el sol, para contempar, y sólo pongo dos ejemplos pero los podría citar a todos, a Mena o la Esperanza... Las exposiciones que a nivel particular se han montado, como la del AC Málaga Palacio, igualmente, registran una gran cantidad de asistentes. Colas a todas horas y en todos los sitios.
Hay ganas de cofradía. Muchas ganas de Semana Santa. Pero también ganas de sentirnos libre, de salir a la calle, de intentar restaurar nuestros hábitos de vida, nuestra forma de entender la convivencia; en suma, de volver a abrazar nuestras tradiciones.
Llevamos más de un año de calamidades de todo tipo desde que el Coronavirus se apoderó de nuestras vidas. Nos enfretamos, además, a un enemigo invisible y desconocido, y cuando el ser humano se siente tan débil en una lucha sin iguales, entonces, además, acude con más fuerzas y fe que nunca a las divinidades, a nuestras creencias, al Cielo donde habitan nuestros Cristos y nuestras Vírgenes. A Dios.
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Me contaba un veterano hermano del Cautivo, curtido ennte miles y miles de promesas, que nunca antes había visto en su vida tal grado de fe, tal devoción en la mirada, en la forma de rezar o de dirigirse a las veneradas imágenes que en estos días por parte de la gente que se ha acercado a la Trinidad para visitar al Señor de Málaga y a su Madre. Puede que alguno no le dé importancia a lo que está sucediendo en Málaga en estos días, pero se equivoca de cabo a rabo. Decía un viejo profesor agustino ya fallecido, miembro de la orden, que cuando fallaba algo en la tierra, inmediatamente se dirigía la mirada al cielo. Más razón que un santo. Y es que la condición humana es la que es y punto.
Las ganas de cofradías, la necesidad de calle, el anhelo de recuperar nuestras vidas, el ruego porque esta pesadilla termine... Todo ello es lo que está haciendo que la Semana Santa de 2021 esté sorprendiendo a todos a nivel cofrade, pero tampoco podemos caer en el error de glorificar lo que está pasando, simplemente porque no lo es. Aparte cualquier otra consideración, hay una rotunda e indiscutible: la misión de un cofrade, de una cofradía es dar culto público y externo a sus titulares, y ello conlleva su máxima expresión, la de verlos en las calles, y todo puede ser muy bonito, muy maravilloso, que donde se ponga un trono en la calle, de verdad, lo demás los tendrá difícil para competir. Necesitamos la estética, la plástica, la magia de nuestros tronos por nuestras calles, entre ovaciones y piropos... Y lo necesitamos con fuerza. ¿Qué se puede comparar al traslado del Cristo de la Buena Muerte o al paso de ese trono con el canto legionario? ¿Qué se puede comparar con la majestuosa Esperanza, el perchelero Chiquito o la legendaria Zamarrilla...? ¿Qué se puede comprara con la estérica de la Cena, la sencillez de la Vera-Cruz, la tradición de Viñeros o el mensaje de la Santa Cruz...? Nada es comparable. Nada puede compararse con lo que es y significa un trono en la calle. Absolutamente nada.
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