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Tribuna de un forastero | El final

Txema Rodríguez

Domingo, 24 de marzo 2024

  1. El final

Llega el momento de recoger los bártulos para comenzar de nuevo. Todos los finales contienen un resumen de todos los principios, una melodía que vuelve a sonar y nos resulta familiar. Hemos de morir para que la vida abra otras puertas, hemos de dar gracias por lo que hemos tenido y alejarnos sin levantar mucho polvo, como animales veloces asustados por la presencia del cazador. Llega ese día inevitable en el que al despertar nos falta algo que no sabemos nombrar, llega esa mañana de calles vacías y lluviosas, brillantes, habitadas por el silencio. El cielo es ahora un año más viejo, aunque no lo parezca, también nosotros, que nos creemos tan especiales. Tocados por la gracia de los dioses.

  1. El eterno masculino

Primero responsabilidad de Goethe, más o menos, y luego de Nietzsche. Poetas y filósofos, gente rara. También Dante dando la matraca con su angelical Beatriz. Entre ellos y otros crearon, menos o más, el concepto del «eterno femenino». A saber, la oposición entre la acción del hombre y la vida contemplativa de la mujer, las diferencias entre lo privado, el reino de ellas, y lo público, el de ellos. Y otras muchas cosas que no me caben en estas breves líneas. De modo que, abreviando, no parece que hayamos evolucionado gran cosa en el asunto de los arquetipos o puede que haya sido algo superficial. Es difícil sobrevolar el ruido de los cánticos y el fervor incondicional de las masas.

  1. Humildes cadenas

Una mujer de mediana edad, pelo corto, y la piel del rostro marcada por el sufrimiento. Aguarda nerviosa el paso del trono para caminar tras él con sus pies encadenados, prisioneros y descalzos. Son eslabones humildes, que en esto también hay clases. Los romanos los usaban de oro para los prisioneros de más alto nivel o las regalaban a sus soldados más valientes como reconocimiento a su trabajo. Pero estas cadenas con un tributo doloroso en un mar de pies calzados según las modas, protegidos del asfalto y del viento gélido. Me acerco a ella porque me gusta conocer las razones ajenas, la pregunta es obvia y la respuesta es sencilla: «Es por mi madre». Y se le nubla la mirada.

  1. Dan lluvia

Nuestra costumbre es recibir (lo que sea) de arriba abajo. Las cosas nos caen, lo mismo puede ser la lluvia que los golpes, tal vez una bronca o una responsabilidad imprevista, incluso un rayo, rara vez un piano, tal vez una rama, puede que una teja. La mayoría asuntos indeseables, salvo el del agua (o las precipitaciones en general) que contiene siempre una ambigüedad. Depende, que decimos los gallegos. Tiene que ser un momento determinado, que no es ahora, sino la semana que viene, o la anterior. Porque es buena y necesaria para otros fines, no para mojar mantos y túnicas. El cielo encierra misterios para los humanos desde tiempo inmemorial y rara vez se abre cuando lo deseamos.

  1. Probabilidades

Paloma anda de un lado para otro repartiendo estampas. La imagen de Rocío Coronada en el anverso y el Nazareno de los Pasos en el reverso. O al revés, según el destino quiera que la tarjeta se acomode entre los dedos de la niña. Las probabilidades son del cincuenta por ciento, como bien sabemos, muchas menos de las que la pequeña, que posa alegre a caballo de un varal junto a su madre, tiene de pasar el resto de su vida unida a una cofradía de la que su abuelo, Juan Lupiáñez, fue hermano mayor durante muchos años. Hay una parte importante de nuestra existencia que nos viene dada, se inicia como un juego y, al final, resulta ser nuestra vida.

  1. El cielo

Todos hemos sido en alguna ocasión un niño asustado, puede que hayamos experimentado esa inquietud de observar nuestro entorno y no comprender qué hacemos en ese lugar, preguntarnos quiénes son todas esas personas que nos rodean y parecen tan ocupadas haciendo cosas cuya finalidad ignoramos. Nos hemos quedado quietos, apoyados en un rincón discreto, un refugio improvisado al que los sonidos parecen llegar amortiguados, absorbidos por las telas y los cuerpos, a la espera de los acontecimientos que, sean los que sean, no dependen de nuestra pequeña voluntad. Y allí, en esa soledad hallada entre tanta agitación, hicimos frente a los temores o al deseo de salir corriendo. Fuimos buenos y, muy de vez en cuando, miramos al cielo.

  1. Tal vez podamos

Qué haremos cuando todo lo creemos perdido, a quién podemos acudir en busca de consuelo, alguien con el poder de enseñarnos el camino hacia la luz, de tomar nuestras lágrimas y transformarlas, tal vez, en una señal. Qué haremos mientras no podemos parar de llorar, ajenos a las miradas de los extraños, solos, seguramente perdidos, a lo mejor enfermos, tristes con toda probabilidad, frágiles ejemplos de lo que un ser humano puede ser y, por otra parte, capaces de mantener con vida un hilo que nos lleva al otro lado. A unos cientos de metros, por donde asoma un hombre encadenado vestido con una túnica blanca que brilla con los primeros soles de la primavera. Tal vez podamos, nos decimos.

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