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Pasillos de hospitales llenos de camas. Cafeterías de hospitales reconvertidas en unidades de cuidados intensivos. Muertos en camiones militares. Muertos en palacios de hielo. El último año también es un año de imágenes horripilantes. Madrid, Málaga, Bergamo, Nueva York. Da un poco igual. El mundo ... se ha convertido en un lugar más oscuro. El miedo y el coronavirus tienen algo en común: no entienden de fronteras. Hay muchas, quizá demasiadas, preguntas que sobrevuelan esta pandemia. Algunas de corte filosóficas. Otras sobre el luto, el aislamiento, el dolor. O la siguiente: ¿Dónde está en realidad Dios en estos momentos?
La respuesta a esta pregunta está en la calle Granada, en la parroquia de Santiago, un edificio construido en 1490. Son las ocho de la mañana de un viernes y el sol no lanza rayos que se reflejen porque el sol hoy no existe. Nubes grises tapan el cielo y lo convierten en algo pesado. El viento es molesto y gélido. El ambiente está como oxidado, hay días más cómodos para estar en la calle. Pero eso no importa. Como el ciervo está sediento por beber agua fresca, el alma de muchos malagueños creyentes está sediento de Dios. Para calmar la sed hay que pasar por una cola de personas que lleva formada desde primera hora de la mañana. Rodea a la parroquia por su lateral oeste y llega casi hasta el Cine Albéniz. En la entrada al templo hay una persona que toma la temperatura y si el termómetro no da alarma se facilita el paso para llegar a la imagen de Jesús de Medinaceli.
Dos días permanecerá el Jesús de Medinaceli expuesto para la veneración de los fieles. Viernes y sábado. Si la fe también es liturgia, lo es más aún en mitad de una pandemia. Lo confirma Ana María Delgado, una vecina de Huelin. No supera el metro setenta, tiene el pelo oscuro y la cara tapada con una mascarilla negra. «Vengo todos los años, es algo que he heredado de mi madre. Ahora, en pandemia, con más razón», expone. Asegura que sí siente miedo a contagiarse de covid, pero no siente miedo a contagiarse en la iglesia. Todo está bien acotado, en el suelo lucen tiras amarillas que marcan la distancia de seguridad que hay que mantener. «La fe es para mí un pilar fundamental en estos tiempos difíciles», se ratifica a sí misma.
El año que viene, dice, espera volver sin mascarilla. Los deseos que se plantean a Jesús de Medinaceli convergen este año: que obre para poner fin a la pandemia.
Carmen Jiménez tiene un ramo de flores que quiere colocar frente a la imagen. Tiene 24 años y lleva a Jesús de Medinaceli en la sangre. La devoción le vendría de su madre. Carmen añade el deseo de un mejor futuro laboral. «Ahora mismo, el tema del trabajo, está muy mal», dice. Hay algo de resignación en su voz. Podría ser la resignación de toda su generación. Para colocar el ramo de flores Carmen tiene que seguir el recorrido marcado. El personal de seguridad luce llamativas chaquetas naranja. La apelación a mantener las distancias es una constante.
Jesús de Medinaceli se sitúa bajo el coro de la iglesia, mirando al altar mayor. Los devotos transitan frente a él, se paran un instante. Hay un equilibrado murmullo. Es como si centenares de mineros avanzaran a través de una galería. Pala tras pala. Rezo tras rezo.
Cuando el mundo de las personas está del revés, cuando un virus está aniquilando todas las certezas, cuando, por tanto, hay una crisis de enorme calado, las personas buscan consuelo. Y muchas lo encuentran en Dios. Es el caso de Pepi Fernández (75) y de su marido, José Rus (76). Son vecinos de Cruz de Humilladero y a la pregunta de si están vacunados niegan con la cabeza. «A eso también venimos, a pedir que nos toque pronto», confiesa ella. Donde hay una crisis no están muy lejos las dudas. José asegura que él ha dudado mucho en estos últimos meses, pero nunca de su fe. «En estos meses he notado que mi fe me ha dado apoyo para sobrellevar esta situación», asegura. Por ejemplo, habría sentido que es aquí y ahora donde debe estar. Rezarle a la imagen que le protegería desde que es niño. La veneración de la imagen, que él esté ahora mismo haciendo cola, a pesar de la pandemia, todo eso supone para él una evidencia.
Habrá quien tilde esta demostración de fe de irresponsable. Aquí un pasaje en el evangelio de Lucas. Jesús viaja a Betania para visitar a Lázaro, a pesar de que ahí le espera la lapidación. Cuando los discípulos le quieren retener, interviene un apóstol: «Dejadnos ir con él para morir con él». La fe crece en la enfermedad y en la muerte, da igual lo que venga, corrobora José desde la cola en la que avanza junto a su mujer.
Una de las leyendas en torno a Jesús de Medinaceli cuenta que los moros, para devolver la imagen a los religiosos en 1776, pidieron su precio en oro. Ocurrió que con solo tres piezas la báscula se equilibró de manera milagrosa. De ahí viene la costumbre de depositar en la anual visita tres monedas en el cepillo, formulando para cada una de ellas un deseo. Según se cree, uno será concedido. ¿Qué necesitan los fieles en este 2021? Un milagro. El mismo que necesita el resto del mundo.
Este sábado, el Cristo de Medinaceli se puede contemplar de 10 a 13 y de 17 a 20 horas. La doble jornada de visitas se ha estipulado por el contexto que marca la pandemia.
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