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El Jueves Santo malagueño se abre a la par que lo hacen, minutos antes de las cinco de la tarde, las puertas de la iglesia de San Felipe Neri. De las penumbras de su interior empiezan a desfilar nazarenos de negras túnicas con esparto a la cintura que preceden al trono de Nuestra Señora de los Dolores en su Amparo y Misericordia. El único que por el momento procesiona, aunque la seráfica hermandad pudo ver cumplido a finales del año pasado el sueño de contar con su titular cristífero, el Santísimo Cristo de la Victoria, obra del imaginero sevillano José María Leal, bendecido el pasado noviembre y que en el futuro se podría procesionar por las calles de la ciudad.
Una Málaga que este año no podrá asistir al ejemplo de recogimiento, orden y sobriedad que cada Jueves Santo representa en la calle esta joven hermandad, que en la procesión frustrada de este año tenía previsto procesionar en su cortejo una reliquia de la iglesia perseguida en el mundo. Tampoco podrá cumplir su precepto estatutario de hacer estación de penitencia de la capital y que la imagen tallada por Dubé de Luque recorra sus naves a los sones de la palabra sagrada.
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