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Lunes Santo. Málaga se detiene en la solemnidad de un instante eterno. Es el día en que Cristo Coronado de Espinas avanza por nuestras calles, coronado no solo de espinas, sino de dignidad, entrega y redención. Es el día en que Nuestra Señora de Gracia y Esperanza, Madre de todos los Estudiantes, vuelve a enseñarnos que el consuelo, ese que necesitamos tanta veces, también puede ser luz en medio de la noche.
Cada año, cuando la Cofradía de Estudiantes se pone en marcha, se activa también una historia viva que no deja de crecer. No es solo la historia de una hermandad señera en la Semana Santa de Málaga. Es la historia de un compromiso que trasciende generaciones, donde hombres y mujeres encontramos en nuestros Titulares la fuerza para mantenernos coherentes con nuestra fe. Porque no basta con salir en procesión, hay que continuar con nuestras vidas con la misma convicción.
Ser cristiano hoy, ser cofrade hoy, es un acto de responsabilidad. Es testimoniar, sin complejos, que creemos en un Dios que se hizo hombre y asumió el dolor humano como propio. Es hacerlo visible, no solo en los tronos, sino en nuestras acciones, en nuestras palabras y, sobre todo, en nuestra forma de tratar a los que más lo necesitan y también a ese 'otro', muchas veces olvidado, aunque lo tengamos justo al lado, tan solo porque, por el motivo que sea, no nos cae bien, y basta con un gesto íntimo, humilde y sincero para que todo cobre sentido: la cera, la música, el trabajo silencioso de todo un año, los desvelos y las renuncias.
La Semana Santa es un legado espiritual y cultural de incalculable valor. Pero no nos pertenece. Es de los que estuvieron antes que nosotros y será de los que vendrán. En nosotros está la misión de custodia y engrandecimiento, en un proceso de transformación con el debido respeto a la tradición y el compromiso con su historia, pero acorde a los tiempos, con el arrojo y el valor de la razón de ser de Estudiantes. Y esa misión requiere una mirada universal y más allá del aquí y el ahora, confiar en los jóvenes, ofrecerles espacio, formación y ejemplo para que cada día seamos más y mejores. Ellos no son el futuro de nuestras cofradías: son el presente. Y sin su impulso, todo se detendría.
Este testimonio lo he visto también recientemente –y con profunda emoción– en la Cofradía del Rescate, de la que el año pasado tuve el honor de ser comisario episcopal. Allí, bajo la mirada serena y cercana de Nuestro Padre Jesús del Rescate y la dulzura callada de María Santísima de Gracia, he sido testigo de un esfuerzo admirable por la reconciliación, el entendimiento y la esperanza. Un proceso valiente y necesario, lleno de generosidad, que ha demostrado que cuando el corazón cofrade es auténtico, siempre encuentra el camino de la unidad por muchas que sean las diferencias.
Es justo reconocer el trabajo callado y constante de ese gran grupo humano que hoy conforma la Cofradía del Rescate. Su capacidad de mirar hacia el futuro con ilusión renovada es un ejemplo para todos. Porque la grandeza de una hermandad no se mide solo por el esplendor de sus tronos, sino, y sobre todo, por la fortaleza espiritual de sus hermanos.
Por eso, debemos dar testimonio también dentro de nuestras propias casas hermandad. Hacer un esfuerzo para moderar nuestros egos –esa fuente silenciosa de tantos conflictos– y recordar que el centro no somos nosotros, sino Cristo. Y que el rostro más verdadero de Cristo está también en el que sufre, en el que espera, en el que necesita una mano tendida.
Nuestra vocación cofrade no puede quedar reducida a una estética. Tiene que ser también una vocación de servicio, de fraternidad, de ejemplo. Porque si nuestras cofradías no son lugares donde se cultive la caridad, la escucha, el perdón, la acogida y la verdad, no seremos dignos de llevar sobre nuestros hombros a Aquel que lo dio todo.
Recordemos que nuestro tiempo en la cofradía es efímero. Vivámoslo con intensidad y entrega, conscientes de que somos eslabones en una cadena que nos trasciende. Aprovechemos cada momento para sembrar unidad, fe y esperanza, dejando una huella que inspire a quienes nos sucedan.
Este año, vuelvo a mirar a los ojos al Cristo Coronado de Espinas y le pido humildad. Que me ayude a ser menos yo, y más suyo. Y miro a Nuestra Señora de Gracia y Esperanza para pedirle fortaleza. Que abrace especialmente a los jóvenes, para que nunca dejen de encontrar en Ella una razón para creer y luchar.
Seamos fieles a lo que nos trajo hasta aquí. Seamos testigos de esperanza en un mundo que la necesita. Porque no hay mayor corona que la del servicio, ni mayor gracia que la de vivir en paz con nosotros mismos y con los demás.
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