Bajo el lema 'El encuentro de dos devociones', estamos celebrando el centenario de la refundación de la Archicofradía del Santísimo Cristo de la Expiración y Nuestra Señora de los Dolores de Málaga. Sin estar programada, este año hemos asistido, sin previo aviso, una ... procesión excepcional: la más sorprendente de la historia, con el itinerario más largo en las crónicas de la Agrupación de Cofradías.
El pasado día 2 de mayo al atardecer, fiesta del centenario, se abrieron virtualmente las puertas de San Pedro y tan solo acompañados por el calor de la devoción salieron, en un orden inverso, las imágenes de Nuestra Señora de los Dolores y del Santísimo Cristo de la Expiración. La plaza de Enrique Navarro, sin nazarenos, sin banda, sin devotos, sin toques de himnos ni de campana... se inundó de una luz cálida y una nube de incienso: ¡La procesión está en la calle! Solo se oyó, como capataz del dolor, una voz femenina: «¡Adelante, Hijo!»
Se inició un itinerario sorprendente, desafiando las retransmisiones televisivas: solo se permitieron las imágenes grabadas en el corazón. La avenida de Andalucía nos condujo en un pulso sostenido, hasta girar a la derecha y embocar el Hospital Regional de Málaga. Carlos Haya: primera parada, con el toque de campana del dolor. María de los Dolores dejó a los pies de la cruz del Hijo el manto y la corona y se adentró, sola, en el hospital con aire decidido. Con un beso a la enfermera de turno y un abrazo al médico de guardia, abrió la puerta de la UCI, cubierta por el EPI del amor, tocando frentes y apretando manos. Así, hizo llover sobre todos los enfermos una 'petalada de besos'. Luego salió presurosa, alentando con su sonrisa las fatigas de celadores y personal de mantenimiento. Se provocó una cascada de whatsapp: «Nos visitó el mejor refuerzo».
En la calle, de nuevo, fue el Hijo el que tomó la iniciativa. Cubrió con el manto a su Madre, para protegerla del relente del dolor y, ahora como Nazareno, cargó son su cruz por la calle de la Amargura, en barrios insospechados de procesiones, hasta desembocar en la plaza del gran silencio del cementerio. La simulada cruz sin Cristo que desde el exterior preside la capilla mayor se inundó de luz: como un fuego quedó grabada la imagen de la Expiración en aquella cruz desnuda. Y se oyó en el sosiego de la noche una octava palabra de un mudo pregón: «¡Padre, que donde voy yo estén también los que tú me has dado!». En todos los cementerios y columbarios, las palabras del Crucificado convirtieron el silencio de los muertos en un aplauso de vida. Un twitter se hizo viral: «Donde abundó la muerte, sobreabundó la vida». La noche se iluminó.
Y comenzó la vuelta a su templo... La Madre y el Hijo se sintieron acompañados, viviendo cruces magníficos en las esquinas de la ciudad. Las luces de un coche de policía abrió el cortejo, supliendo el rítmico paso de la Guardia Civil; las calles se mostraron relucientes con el brillo del agua que vuelcan los camiones de limpieza; militares vestidos de esperanza y bomberos atentos custodiaron la tranquilidad del sueño; una ambulancia rompió el silencio, cantando con su sirena una desgarrada saeta; los golpes de los contenedores de basura rememoraron los golpes mudos de campana; los largos camiones, como filas de nazarenos, aseguraron el supermercado de la solidaridad; un repartidor de periódicos cruzó el cortejo de acera a acera, alumbrando la noticia; voluntarios anónimos del amor guardaron distancias en el bus o el metro, buscando el encuentro del Cottolengo, de las Hermanitas de los Pobres... para tomar la mano de un anciano en cualquier residencia. El batir de alguna ventana denunció el insomnio de un anciano que aguarda la llamada del hijo... El llanto de un niño nos alertó que sigue la vida... Y todos se sintieron confortados con el paso de tan singular procesión.
Callejones del Perchel se volvió a estrechar, recordando viejas pandemias, para rozarse con sus devociones y conmemorar su encuentro. Y vivimos un extraño encierro. El Hijo pidió a la Madre que se acercara, y con los clavos de la cruz en una mano, tomó con la otra, de nuevo, la corona y la ciñó en sus sienes. De una ventana entreabierta, se escapó el son de la marcha de 'Coronación'... Se adentraron en la intimidad de las capillas, convirtiendo la soledad en secreta esperanza, aguardando el pregón de la Resurrección de su Hijo... de todos sus hijos.
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