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Sábado, 2 de abril 2022, 21:32
I.- «QUIERO CONTAROS MUCHAS COSAS…»
«Invócame en el día de la angustia, te libraré y tú me darás gloria», dice el Salmo 50.
Angustia y Gloria. Muerte y Vida. Huerto, Monte Calvario y Sepulcro vacío. Entrada triunfal en Jerusalén, soledad y abandono en Getsemaní, ... muerte en la Cruz y Resurrección como triunfo final.
Esta es también nuestra vida, trenzada de momentos de tristeza y de dicha, de tiempos de cruz y de fiesta, experiencias de muerte y de luz deslumbrante.
En el Salmo que hemos citado, Yavhé invita a su fiel, que somos cada uno de nosotros, diciéndole tiernamente: «Invócame en el día de la angustia», para luego prometerle: «te libraré», y concluir con lo que Él espera que hagamos, tras ver su mano tendida sobre nuestra maltrecha existencia: «y tú me darás gloria».
Ésta también ha sido nuestra vida, en medio de las sombras. Años de duro padecimiento e incertidumbre. Por eso quiero contaros muchas cosas esta noche. Como todos, he vivido también estos tiempos de zozobra y desamparo. Entonces he invocado a nuestro Dios y su palabra se ha cumplido. Han sido momentos de sincerarse y preguntarle al Señor: ¿Me buscas?, ¿cuál es mi misión?, ¿qué quieres de mí?...
Por eso, entre otras cosas, estoy hoy aquí también: para dar gloria a Dios, que no sólo puso su mano invocada, sino que envió a su Hijo para nuestra salvación.
Eso es la Semana Santa, la conmemoración de los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
Y así es nuestra Semana Mayor de Málaga, la celebración de estos sagrados misterios según nuestra forma de expresarlos, según nuestras costumbres y nuestra cultura heredada a través de generaciones de cofrades a lo largo de los siglos.
El Evangelista Lucas nos sugiere algo hermoso a propósito de esto: «Nadie enciende una lámpara para luego ponerla en un lugar escondido o cubrirla con un cajón, sino para ponerla en una repisa, a fin de que los que entren tengan luz. Asegúrate de que la luz que crees tener no sea oscuridad».
¡Hermanos! ¡Cofrades! ¡Seamos luz para los demás! ¡Como la brillante candelería que ilumina a María Santísima, alumbremos todo lo que nos rodea!
Esa luz del Evangelio es la que justifica el cirio de nuestros penitentes. Porque ir tapado, simboliza que todo queda entre Dios y cada uno. Lo relevante es la luz que ilumina el camino. El testimonio que cada pequeña llama esconde.
Sirvamos de excusa para proclamar la grandeza del Señor, cada día de nuestra vida. Seamos un hermoso pretexto para encontrar a Dios en el rostro de nuestro prójimo. Justo en aquel que más nos necesita. Cerca del que sufre enfermedad, desamparo, necesidad o desarraigo. Al lado del verso suelto que fue Jesús, abatido por el peso del madero. E intentemos ser ejemplo de coherencia y entrega a los demás, siendo nazarenos todo el año. «También en Semana Santa». Así de sencillo. Así de difícil.
Y hoy quiero contaros muchas cosas. Aunque, verdaderamente, la mayoría de ellas habéis sido vosotros los que me las enseñasteis al mostrarme el camino a lo largo de todas estas décadas.
Las traigo de nuevo aquí, y os las devuelvo convertidas en Pregón. Quiero hablaros de personas, de emociones, de olores, de recuerdos y de colores.
Y de nuestra querida Málaga, que abraza cada primavera este fenómeno inigualable de nuestra semana más ansiada, la que se ha hecho esperar dos años, entre tanto dolor y sufrimiento.
La que todos anhelamos porque nos recuerda a nuestra niñez, a aquellos primeros pasos temblorosos ante nuestros Sagrados Titulares, al inicio de una devoción, la explosión de una entrega que cada primavera nos visita mirando al cielo, como plegaria, como encomienda y también como súplica para evitar la bendita pero temida lluvia.
Los corazones laten anunciando lo que viene. Que las vísperas se acaban y el Señor ya está por salir, acompañado de su Madre. Se intuye el desgarro de la saeta y del tambor solitario, pero también el relumbre de faroles y ciriales, de báculos y cetros, de mazas y bocinas, de bastones y cruces guía, de estandartes, arbotantes y palios, de mantos y cabezas de varales. Con dalmáticas y penitentes que se confunden entre el incienso, porque el tiempo apremia y «ya no hay más cera que la que arde».
Y Málaga, que se engalana. Se acicala de nuevo, para ver pasar el blanco vuelo de María Santísima de la Paloma, o la Buena Muerte, el venerable Cristo que nos sobrecoge cada Jueves Santo y que en origen tallara Pedro de Mena. O ese solemne trono de la Cena de nuestro Señor, abriéndose paso a sones de marchas que suenan a gloria regalando estampas únicas. O el Descendimiento, en el que María, en sus Angustias, como en la Piedad, recoge el cuerpo del hijo. O los Dolores coronada, en la que nuestra Santa Madre implora al Cielo, meciendo su rosario mientras todos a su paso, guardan silencio.
Un silencio que se corta en el ambiente cuando todos acompañamos el cortejo fúnebre del Señor muerto en el catafalco de su Sepulcro. Lágrimas y corazón encogidos, que se funden con el de nuestra Madre de la Soledad.
Porque después de dos años de larga espera, ¡sí, dos años! Málaga, ya está lista. Huele a clavel, a romero, a azahar, a lirio y a jazmín. Desde Gibralfaro a la Farola, desde la Alcazaba a la Victoria, desde Huelin hasta la Cruz Verde. Desde la Trinidad al Molinillo. Desde la Malagueta al Perchel.
¡Ciudad de Aleixandre y de mis días marinos! ¡Mestiza y milenaria! ¡Hospitalaria y luminosa! ¡Aquí me tienes Málaga de mi alma, que hoy quiero contarte muchas cosas!
Saludos y agradecimientos
Excelentísimo y Reverendísimo Señor Obispo. Excelentísimo Alcalde de Málaga, Reverendo Delegado Episcopal de Hermandades y Cofradías, Presidente y Junta de Gobierno de la Agrupación de Cofradías, Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades civiles y militares. Hermanos Mayores. Cofrades. Medios de comunicación. Amigas y amigos:
Quiero agradecer muy sinceramente a la Agrupación de Cofradías, en la persona de su Presidente Pablo Atencia, el inmenso honor que me otorga al designarme una vez más, pregonero de la Semana Santa de Málaga. Debo revelaros que me abruma de nuevo, el peso de esta distinción, el prestigio de este servicio que no pude prestar en los dos pasados años.
Primero, por lo que tiene de privilegio la designación, porque con este encargo se me vuelve a ofrecer la oportunidad única e impagable de tener mis particulares «Cuaresmas», que se han ido abriendo paso entre el ajetreo y las obligaciones del día a día, e incluso muchos meses atrás, antes de la pandemia.
Segundo, por la dignidad que me concedéis, invitándome a formar parte de la nómina de numerosos notables cofrades que me han precedido en la encomienda de pregonar nuestra Semana Mayor y hablarle con devoción a nuestra Madre del Cielo y a su Hijo.
Y porque me brindaba la bendita oportunidad de incorporarme al cortejo del servicio de nuestra Agrupación. Una institución de solera que con motivo de su Centenario, nos ha regalado una celebración histórica que tuvimos la suerte de ver y de sentir en numerosos actos y eventos de enorme trascendencia.
Hemos vivido momentos únicos para conmemorar estos primeros 100 años, cuyo sendero abría en 1921, un grupo de cofrades ambiciosos y valientes encabezados por el empresario Antonio Baena. Este siglo de historias, anhelos y vicisitudes marca un punto y seguido en una Agrupación renovada que quiere seguir escribiendo su futuro con firmeza y atrevimiento. Felicidades a Luis Merino y a todos los que habéis hecho posible honrar a cuantos nos han precedido.
Mi sincera gratitud a mi familia, a mi mujer Victoria, a mis hijos, y a mis hermanos de sangre, que son el verdadero motor emocional que guía mis pasos, para seguir cada día persiguiendo la felicidad que me ofrecen, al sentirles siempre a mi lado.
Mi agradecimiento a todos vosotros, hermanos cofrades. A los que os disponéis con bondad a acompañarme al fin, durante este Pregón, confortándome con una confianza y apoyo, que se convierte en enorme responsabilidad.
Gracias Paloma Saborido, por tus hermosas palabras llenas de cariño y complicidad; por facilitarme el tránsito en este difícil reto de ser «renombrado» pregonero. Quisiera decirte lo mucho que aprecio el testimonio de esa desbordada generosidad tuya. Por tu devoción y valiente demostración de Fe que pudiste sellar con brillantez hace ya tres años, en este mismo escenario. Un lujo sucederte. Eso sí, con mucho suspense, con mucha incertidumbre, espera y emoción contenida, pero al fin, «henos aquí».
¡Va por tu padre, pollinico ejemplar, valiente y siempre al servicio de las cofradías; D. Jesús Saborido, que en Gloria esté!
II. «A LAS PUERTAS DE JERUSALÉN…»
Una sola cosa se le da al Pregonero para que cumpla la labor que se le encomienda: La palabra. Frágil, leve, aparentemente insignificante, y tan poderosa. La palabra. Cómo la use, o aproveche; la haga suya y module; la apacigüe o agite; la afile o redondee; la arrodille o enaltezca; la colme o vacíe; la acaricie o hiera…
Ciertamente, poco tiempo queda; estamos ya en las vísperas. Pero sabemos que, al margen del tiempo de los hombres, hay otro tiempo, el de esas mismas vísperas, que llegan y se van, según el sentimiento de los cofrades apriete o se diluya.
Este mismo acto es fruto de esa bendita impaciencia, que hace que el tiempo corra más o menos. La espera ha muy sido larga. Por eso os propongo que nos situemos ahora por unos momentos, en los albores del Domingo de Ramos.
Siguiendo el Evangelio de San Mateo, encontramos a Jesús y sus discípulos que, acercándose a Jerusalén, llegaron a Betfagé. Entonces, el Maestro mandó a dos de ellos a que fueran a la aldea de enfrente, donde encontrarían una borrica atada, con un pollino.
«Desatadlos y traédmelos. Y si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita».
Estamos, pues, a las puertas de Jerusalén, esto es, en la antesala de una nueva Semana Santa. Y sus discípulos estamos al igual que entonces en Calle Parras, con los preparativos que el Señor nos ha encargado.
Incido en esto, porque me parece muy importante resaltar que lo que este Pregón va a anunciar, es una celebración religiosa: la conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, misterio capital de nuestra Fe. Y esta Fe, es el cimiento sobre el cual debe construirse todo lo que las Hermandades y sus cofrades hagamos.
Porque de lo contrario será algo distinto, quizá hermoso, pero no una celebración religiosa, que eso, y no «otra cosa», es nuestra Semana Santa: La forma de expresar nuestra Fe, a través de claves culturales propias, antropológicas, de nuestra historia, bajo la evolución de nuestras costumbres y nuestro arte, es lo que ha ido configurando con el paso del tiempo la Semana Mayor que hoy conocemos, vivimos y celebramos: sentimiento resuelto en arte, y Fe trasladada a oración plástica.
Emociones expresadas según nuestra cultura y tradición; y siempre de la manera más hermosa posible, pues la belleza es uno de los mejores caminos que conducen a Dios.
Como el sentimiento de tantos cofrades que llegado este tiempo, se preparan con intensidad. Seguro que hay tantas Semanas Santas y maneras de vivirlas y percibirlas, como hermanos de túnica. Porque Málaga es procesionista sí, pero también es ciudad de Fe y devoción. De miles de historias, testimonios y perfiles humanos que se entrecruzan para crear un mosaico de múltiples colores.
Como una explosión sensorial. Que se resume en momentos y en gestos que incluso se pueden tocar. Manos devotas que entregan lo mejor de sí mismas, para evocar tantas imágenes que muchos atesoramos en nuestra memoria. Experiencias de vida, quizás recuerdos imborrables. Manos…
Una saludable sacudida
Paula, es cofrade de la Esperanza desde muy pequeña. Recientemente ha terminado con enorme esfuerzo el Grado universitario en Bellas Artes y aún desconoce sus futuras preferencias profesionales. Le apasiona el dibujo, la pintura, la escultura, el cómic, incluso los videojuegos que comparte a veces con desgana con su hermano pequeño. Cuando cada primavera regresa la Cuaresma e intuye el olor a salitre mezclado con el incienso y el familiar aroma de las rosas, se pregunta e interpela a su referente vital, a su padre, veterano mayordomo del Nazareno del Paso:
«¿Papá, por qué son tan bonitas nuestras imágenes y nuestras Hermandades? ¿Por qué cuidamos tanto cada detalle los cofrades?»
«Sin duda hija, porque todo ello, quiere ser una ofrenda, un reflejo del amor a Dios». Deja que te lea algo interesante, le dice: Según el Papa Benedicto XVI, la belleza puede provocar en el ser humano «una saludable 'sacudida' que le haga salir de sí mismo, le arranque de la resignación, de la comodidad de lo cotidiano, le haga también sufrir, como un dardo que lo hiere pero que le 'despierta', abriéndole nuevamente los ojos del corazón y de la mente, poniéndole alas, empujándole hacia lo más alto».
«Mi niña, esto también debe ser nuestra Semana Santa: la expresión plástica, simbólica, de la Fe del pueblo malagueño, de su sentimiento y fervor religioso acrisolado a lo largo de los siglos, mostrado a través de las cosas bellas».
Paula cerró sus hermosos ojos y pensó que ¡quizá en la mezcla de todo eso, encontremos la misma Gloria. Un cielo que, en Málaga, suele tener color verde. Pues en él habita el anhelo al que toda una ciudad se aferra día tras día. Su Virgen alcanzable. El consuelo pluscuamperfecto que surca de madrugada las calles donde su gente lamenta, ofrece e implora. La de la tez morena y los ojos de dolor sereno. La de los valientes bajo ella, que son tripulación en nave de oro y romero. La de las tulipas de caramelo. La que goza de la eternidad infinita de Chicano. La del Perchel y sus mil prismas. La del comedor de los más pobres. ¡La que pase lo que pase, siempre llega!
Esa marea verde que siempre sale a tu paso y disfruta de sus momentos como lo hicieron con ella, nuestros abuelos en Santo Domingo y sus nietos en la Alameda. ¡Por eso a su encuentro, una Málaga la espera con suspiros de alabanza; con respeto, con cariño, cuando llega su Esperanza!
Este Pregonero
Rodrigo está ansioso. Demasiado tiempo sin apretarse el cíngulo y prepararse para vivir intensamente nuestra Semana de Pasión. Sus amigos del alma, sus hermanos del varal A, compañeros de sudor, lamentos, lágrimas y abrazos, le definen como el más leal portador de trono. Un valladar a pesar de su estatura media y de que ya pinta canas. El que anima siempre en los momentos de bajón, al que susurra consignas el capataz de cola para que vuelen los mensajes hasta llegar a los cabezas de varal.
Rodrigo siempre tiene una palabra cordial y afectiva para todos, incluso para el que sabe que dos puestos por delante «se está tangando» en el Pasillo de Santa Isabel, donde todos los años por cierto, arrastra la pata derecha trasera.
¿Pero de dónde sale Rodrigo? ¿Cuál es el sentido de su vida cofrade? En primer lugar, es uno más de entre los muchos que sienten esto como algo único y especial. Un cofrade sencillo. De los que se emocionan al recordar aquellos tiempos de niño o adolescente al llegar Semana Santa. Momentos de familia que se añoran cada vez más, ahora que hay vacíos que solo pueden consolarse con pequeños viajes al pasado.
Un hombre amable que se ha confesado bajo la túnica nazarena y se ha ilusionado en el compromiso del varal. Un cofrade que ha crecido y ha vivido entre ilusiones, inquietudes, dudas y temores.
Sus primeros pasos, fueron bajo el manto de María Santísima de la Paloma, con sólo 14 años, acudiendo a la llamada de tantos cofrades que a finales de los setenta del siglo pasado, veían peligrar el futuro de nuestra propia Semana Santa. Peligrar, sí. Hombres que dejaron paso a niños y a adolescentes que se crecieron, ante el reto de portar a quienes casi no tenían quien lo hiciera. Tiempos de cambio. Tiempos de encrucijada.
Muchos se preguntaban: ¿Serán estos jóvenes el recambio necesario para una nueva Semana Santa?
Fueron más de 20 años aferrado a los benditos varales de la Paloma, bajo su verde mirada celestial. Y a la vez, portando al Cristo de Pasión, que desde los Mártires marcaba un rumbo de rigor, sobriedad y a la vez ternura, al que solo María Santísima del Amor Doloroso era capaz de sumarse en ese tiempo, haciendo una bella estación de penitencia en nuestra Catedral, gracias a su privilegio compartido con Viñeros.
Y a la vez, entre tanto ir y venir, entre tanto hombro izquierdo castigado el Lunes por Pasión, y el hombro derecho el Miércoles por amor a la Paloma, aparece un recuerdo del pasado. Un dardo, como señalaba el Papa Benedicto. Una humilde aguja de aquellos pinos que crecía el Viernes y se llamaba Monte Calvario, a cuyo cortejo también se sumó entonces, con humilde devoción.
Precisamente de años antes, le brotan a Rodrigo recuerdos de la niñez cuando con sus hermanos, acompañados de numerosos vecinos, subían ansiosos por Calle Amargura en la Vía Sacra de un Monte, casi tan malagueño como el que tiene cercano: el de las Tres Letras. Todo Conde Ureña, Ferrándiz, Cristo de la Epidemia y parte de la Victoria se detenían unas horas para acompañar el Viernes Santo, al Señor Yacente.
Impulsados por el eterno Padre Gámez. Con una ordenada multitud que saboreaba con goce, nuestros «limones cascarúos», depositando una piedrecita testimonial en cada Cruz del simbólico sendero de la vida.
Mirando cada día al horizonte azul de su Málaga, piensa nuestro experimentado hombre de trono que el destino haya sido el responsable del lamento de vivir una plena Semana Santa sin la presencia entre nosotros de «Don Manuel».
Aunque nos dejó en octubre de 2019, gracias a su labor cofrade, lo tendremos siempre cerca y presente. Al Padre Gámez se le escuchará eternamente a través de su Coral, entonando ecos en la Catedral de Málaga. El «Benigne fac Domine,» es la banda sonora de aquél que decidió ofrecer su vida al engrandecimiento de nuestra Semana Santa.
Este Viernes Santo, mirando al Cielo exclamará Rodrigo con su voz ronca y potente: «¡Adelante con su música otro año más! ¡Va por usted, Don Manuel!
Ciertamente, en la Victoria también está la patria de mis primeras vivencias cofrades, las que delimitan San Lázaro, Calvario y calle Hurtado de Mendoza. Un triángulo emocional que he recuperado cada año. Cada Viernes Santo, como Rodrigo. Y ahora, también en estas páginas y en este atril.
Porque al final, cada uno tiene su propia pequeña tierra de origen, allí donde siguen habitando los mejores recuerdos, que casi siempre suelen estar alojados en las habitaciones de la infancia. Con mis padres, con mis hermanos, con mi abuela Paquita o nuestra Tata Lola.
Y allí encontramos todos, seguro, también nuestra primera Semana Santa. La simiente de la devoción, la raíz de ese sentir emocionado que hoy nos ilumina la mirada: el germen de nuestra vocación cofradiera.
En lo más profundo de nuestra memoria y nuestros afectos, allí están las caricias de los nuestros, sus palabras, su ejemplo, las manos que nos guiaban y nos iban mostrando todo aquel tesoro deslumbrante.
III «COMPARTIR DE LO QUE TENEMOS»
Sobre la base de aquel germen y aquel ejemplo, quiero compartir con vosotros lo que para mí significa una parte importante de la esencia cofrade.
Nuestras Hermandades, nacieron tras la Reconquista de los Reyes Católicos con un marcado carácter asistencial. El ejercicio de la caridad cristiana con los más desfavorecidos era su elemento fundacional, según se recogía en sus primitivos Estatutos. Y esto era así, tanto en las corporaciones gremiales, «para la ayuda mutua entre todos sus miembros», como en las dedicadas a la atención de los enfermos.
En todas ellas, su labor solidaria acababa extendiéndose más allá de sus propios hermanos para llegar a todos los necesitados; hasta el punto de que uno de sus fines principales, la salida procesional de su imagen Titular, podía llegar a verse comprometida por la prioridad de la asistencia a los más desfavorecidos.
Sin duda, en aquella época, las Hermandades eran casi los únicos instrumentos con los que la Iglesia Católica podía socorrer a los desheredados, junto con la labor que desarrollaban también las órdenes y congregaciones religiosas.
Al cabo de los siglos, y tras muchas vicisitudes, la atención a las personas más humildes sigue siendo hoy una prioridad para las Hermandades, que continúan comprometidas como siempre con la sociedad y su realidad concreta.
El Papa Francisco nos lo recordó en su homilía de la Jornada de las Cofradías y de la Piedad Popular, con motivo del Año de la Fe:
Decía: «A lo largo de los siglos, las hermandades han sido fragua de santidad de muchos que han vivido con sencillez una relación intensa con el Señor. Caminad con decisión hacia la santidad; no os conforméis con una vida cristiana mediocre, sino que vuestra pertenencia sea un estímulo, ante todo, para amar más a Jesucristo».
Con ojos bien abiertos
Esa «mirada alrededor» con ojos atentos, esa conciencia social, es también la que desde hace ya muchos años están desarrollando las empresas malagueñas.
Y es que, como las Hermandades, también nuestras empresas nacen de la misma sociedad en la que se desenvuelven. Por eso, deben igualmente ser sensibles a su realidad y a las necesidades que adviertan.
Es verdad que el primer objetivo de una sociedad mercantil es realizar correctamente su actividad, para con ello poder generar más riqueza, más empleo y más progreso económico. Pero sin duda, la función social de las empresas tiene un protagonista individual, que es la persona; y un beneficiario final, que es la sociedad.
Hermandades y empresas comparten, pues, la misma misión en la que se desenvuelven y acaso esa misma exigencia de ir un poco más allá y tener una «mirada de ojos bien abiertos» en favor del bien común.
Precisamente, hace tan sólo tres años, como Presidente de la Confederación de Empresarios de Málaga, tuve el honor de recibir un gran regalo: el nombramiento de nuestra organización, como Hermana Mayor Honoraria de la querida y admirada Archicofradía de la Sangre. Una excelente familia cofrade, llena de valores y analogías con el mundo económico de nuestra ciudad.
Y a propósito de todo lo anterior, la Semana Santa de Málaga la vemos como una enorme empresa colectiva, social y sobre todo religiosa, que trasciende a la propia ciudad.
Es un claro ejemplo de organización y eficiencia con miles de actores que aparecen entre bambalinas, con sus guiones bien aprendidos. Un gran escenario coral, en plena calle, lleno de íntimas vivencias a modo de paisaje urbano con figuras.
Como los penitentes de la Salud, como los hombres de trono de María de la O, las promesas del Cautivo, los Caballeros legionarios de la Buena Muerte, los incontables niños de la Pollinica, los jóvenes de Estudiantes, la Banda de Cornetas y Tambores de Fusionadas y un sinfín de personas imprescindibles para nuestra grandiosa puesta en escena.
IV. ASÍ SOMOS LAS COFRADÍAS
Porque así somos las Cofradías. Con sus debilidades, sí, y también sus virtudes, como cualquier organización formada por personas. Porque somos humanos. Y por eso el pueblo las siente tan suyas y vertebran la sociedad de manera tan firme y duradera. De ahí que «su peso» en la vida de nuestra ciudad, no es tanto la de un «lobby de poder» que ejerce su presión desde fuera, como la de una presencia interna que tiene la voz propia que los siglos le han otorgado.
Porque somos pueblo, somos sociedad, somos ciudad, somos barrio, somos gente. Somos «la gente normal»: la que se levanta a trabajar muy temprano por las mañanas; la que conduce taxis y autobuses; la que da clases en nuestras aulas o atiende en los mostradores de los comercios y mercados.
Aquellos que durante muchos meses vestidos de verde, azul o blanco desfallecían a diario en los hospitales. Como penitentes, atendiendo a enfermos a las puertas de las urgencias. Caídos y agotados desafiando al virus, dando ejemplo con convicción, con cariño, sin esperar nada a cambio. ¡Esa ha sido siempre la esencia de los cofrades! ¡El lema de nuestras vidas! ¡La razón de nuestro ser!
Hemos tenido dos años de vacío; de vacío de vivencias y de convivencias. Pero en realidad, si lo pensamos con la perspectiva del compromiso, de la razón de ser de nuestras cofradías, sí hemos tenido procesiones. En los momentos más terribles de la pandemia, en los de mayor soledad y vacío, nuestras imágenes también salieron a la calle. De una forma diferente, pero salieron.
Todas las cofradías abrieron las puertas de sus Casas de Hermandad, pusieron la Cruz Guía sobre los miedos y la escasez, y tras ella un cortejo interminable de hermanos, de penitentes comprometidos, que otra vez encendieron el cirio de la solidaridad para ayudar a los más necesitados. Buscando recursos, material sanitario y cualquier cosa que fuera imprescindible.
Nuestros Cristos y nuestras Vírgenes también procesionaron en pandemia. Se trasladaron al hospital de campaña de Carranque, visitaron cientos de camas de hospitales, presidieron altares en miles de casas de familiares y amigos que rogaban la recuperación de su ser querido. Estuvieron en pequeños comercios, en cientos de bolsillos y en todos nuestros anhelos.
El Cautivo, la Esperanza, la Amargura, el Rocío, la Misericordia, la Salud,… todos nuestros Sagrados Titulares han recorrido los barrios de nuestra ciudad. Han permanecido en hogares y centros de salud. Protegiendo y ayudando a miles de malagueños y acompañando a los sanitarios, nuestros ángeles de la guarda durante tantos y tantos meses.
Ha sido tiempo de terrible incertidumbre, de dudas, de dolor, de soledad y de temores. Pero también de aprendizaje. Ya nunca más volveremos a pronunciar la palabra «héroe» en vano. Hemos aprendido a descubrir nuestra fragilidad, inclinándonos en actitud religiosa ante todo lo imprevisible. Lucharemos sin descanso por lo que más cuenta, porque la vida, de nuevo, va en serio. Se dispararon el valor de las caricias y de los besos perdidos de varias primaveras que nos marcaron para siempre.
¡Y ahora, en el dolor de la distancia por lo que perdimos, pero con la certeza de que esa herida nos hará aún más fuertes en nuestro compromiso cristiano, alzo la voz para decir aquí y ahora que los cofrades no necesitamos ninguna palmada en la espalda para que nos reconozcan que a lo largo de los siglos, hemos estado ahí, al lado de los desamparados, dando respuestas cuando nadie sabía darlas!
Ofreciendo nuestro sacrificio cuando el miedo llamaba a cada puerta, dando la cara, encendiendo día a día la llama de la generosidad y metiendo el hombro en ese grandioso trono que llevamos todos juntos, cuando se trata de ayudar a nuestro hermano.
¡Hoy permitidme que grite a los cuatro vientos que me siento un afortunado por pertenecer a este mundo de las emociones y los sentimientos! Que siento gozo de las 41 cofradías, sin excepción, que reaccionaron con urgencia para dar lo necesario a quien más falta hacía.
¡Que me siento orgulloso, y pequeño a la vez, dentro de esa fila de nazarenos inagotable y multicolor! Aquellos que han puesto lo mejor de sí mismos, sin perder la sonrisa, dejándose hasta el último aliento y que nos han permitido que hoy podamos mirar al futuro con esa ilusión que en muchos casos habíamos perdido. Que volvamos a recuperar la senda de la vida que habíamos dejado, aunque ya no seamos los mismos. Porque, ante el dolor provocado por la pandemia, las cofradías malagueñas han logrado, en mitad del desierto, hacer brotar la esperanza.
Y siempre una esperanza conjugada con el consuelo divino que nos abraza en momentos de necesidad. Situaciones en las que acudimos a lo cercano. Y nos agarramos incluso a los barrotes helados de una calle que fue, en un barrio que se esfumó. Pero Ella sigue. Tras un cristal que refleja nuestro propio desconsuelo. Los Dolores compartidos de una Virgen junto a un puente. Mirando a Málaga, con la certeza de que el sacrificio mereció la pena.
Hemos hecho, quizá, más Hermandad que antes de que todo esto sucediera. Por eso, ahora más que nunca, es momento de que reflexionemos y valoremos lo mucho que atesoramos en nuestras cofradías. La importancia de la medalla que nos identifica y nos une. La que se lleva los 365 días del año, clavada en el alma.
Pronto regresarán los abrazos al acabar la procesión. Estamos cada vez más cerca de conseguirlo. De valorar los pequeños detalles. Recuperar ese momento indescriptible de ponerte el hábito y encaminarte al encuentro con el Señor. Entrar en el templo o Casa Hermandad y ver a nuestra Virgen ensalzada, espléndida, preparada para salir a la calle como siempre.
Este año, aunque a simple vista parecerá que todo es como antes, la realidad es que será diferente. Tenemos puesto a cero el contador de las emociones. Con el corazón en vilo, dispuesto a recuperar la senda de los latidos que perdimos. Por eso, esta vez apreciaremos como nunca el canto de la saeta, los sonidos de nuestras bandas, los olores de la pasión. Compartiremos y agradeceremos como nunca. Soñaremos como nunca. Rezaremos como nunca. Nos querremos como nunca.
Sí, ese abrazo de este año cuando nos veamos dentro del templo, cuando nos miremos a los ojos bajo la atenta mirada de nuestro Señor y de su Madre, será diferente y más intenso. Sin protocolos, porque será un abrazo sentido. Como lo será el del regreso, el del retorno consumado. El abrazo de volver a empezar y de volver a vivir. El que todos hemos anhelado y que por fin tenemos ahí, a la vuelta de la esquina.
Por eso, somos los que le damos identidad a ese término tan genérico de: «la gente». Pero nada más lejos de cualquier significado. Somos un rostro concreto, con nombre en la «papeleta de sitio», con un puesto determinado en el cortejo de la Cofradía, con un lugar único en los varales de nuestros tronos como Rodrigo, portando las insignias, vistiendo como Paula los hábitos nazarenos de nuestra Hermandad.
Y mientras todo eso llega, podemos sentirnos orgullosos del papel que hemos jugado en una sociedad quebrantada por el dolor, la preocupación y el sufrimiento. ¡Seremos ya, mejores cofrades! ¡Seremos, seguro, mejores cristianos!
Como digo, así somos las Cofradías. Y también con mucha verdad. Porque nuestras Hermandades son testigos de los momentos más importantes de nuestra existencia y la de los nuestros. Somos, forjamos y hacemos familia intensamente.
La ilusión de solicitar el ingreso en la nómina de la Hermandad de un nuevo miembro de dicha familia, y así ir consolidando una tradición, a veces de generaciones. La visita a nuestras Sagradas Imágenes en busca de consuelo cuando hay trances familiares dolorosos, o para dar gracias por alguna buena noticia: la intervención quirúrgica que salió bien, un embarazo cargado de ilusión, el examen que aprobaste o el empleo que calma la angustia de toda una familia.
El ramo de la novia a los pies de la Virgen del Rocío, o quizá la celebración del propio matrimonio ante su altar; una misa por el eterno descanso del hermano que falleció recientemente, llevando sus cenizas al columbario del Sepulcro…
Hoy día, las Cofradías ofrecemos un mensaje tan revolucionario, tan rompedor como el mismo Jesucristo hace dos mil años. Porque «Él, sigue siendo el mismo ayer, hoy y siempre».
Por estas razones, no debemos quedarnos aferrados sólo a las formas, pues los mensajes de nuestros Titulares, siguen siendo hoy profundamente interpelantes.
Un mensaje que transmite Salesianos con cada movimiento: Ser cofradía de verdad. Sin apariencias. Con hechos. Desde la cordura aplastante que transmiten los jóvenes sin mancha.
Con Don Bosco en el sentir y el Cristo de las Penas, como herramienta serena para seguir a Jesús.
Un discurso que es su propia vida entregada por Amor hasta el extremo. Por eso en este mundo egoísta y frío tantas veces, mostrar la imagen del Cristo Coronado de Espinas ofreciéndose de manera gratuita por cada uno de nosotros es un escándalo, una profunda sacudida a nuestras conciencias.
¡Mirad al Señor de la Humildad! Maniatado, semidesnudo, abandonado a lo que quieran hacer de Él. ¿Hay algo más conmovedor que cualquiera de nuestros Ecce Homo? Ante Él, ¿dónde están los valores de nuestro tiempo? ¿Dónde el triunfo, el éxito, la belleza, el poder o la riqueza?
Lo que muestran las Hermandades
Lo miramos a Él, y percibimos su paz, su serenidad, su mansedumbre. La clámide púrpura, una caña por cetro y la corona hincada a martillazos.
Es el inconcebible testimonio de Dios que se hace hombre para ofrecernos la vida, su vida, que eso es la salvación. Y para ello se entrega totalmente; y se deja azotar, como Nuestro Padre Jesús de la Columna; maltratar, ridiculizar, exponer en público escarnio como Nuestro Padre Jesús del Rescate… por amor. Y sucede paradójicamente en Calle Agua. La misma que le negamos por nuestros pecados, camino del patíbulo.
Nuestras Cofradías muestran la entrega y el sufrimiento como el más grande testimonio del amor de Dios.
Desde hace siglos, de manera plástica para que aquellos que no sabían leer ni escribir, pudieran percibir artísticamente los mensajes que la Pasión del Señor les ofrecía.
Las Hermandades precisamente enseñamos la soledad de Dios hecho hombre en Calle san Agustín, con nuestro imponente Cristo de la Agonía, que por amor sudó sangre unas horas antes, Orando en el Huerto junto el gran olivo del manto de su sagrada Madre, Nuestra Señora de la Concepción.
Procesionamos por nuestra ciudad, el amor gratuito y desbordante de Jesús. ¡Numerosos encuentros que jamás conoceremos, se producen entre el alma desconcertada y sufriente de tantas personas! Y la imagen del Chiquito que pasa ante ellas por las calles de Málaga, buscando a todos, y en especial a quienes son más humildes.
A quienes padecen necesidad y que, a día de hoy, no van revestidos de pobreza, pues son como tú y como yo; y a los que la suerte ha embestido con su asta de crueldad hasta llevarles incluso «a las colas del hambre».
¡Cuántas almas llevan a Jesús Cautivo en su devoción! Hay algo que permanece oculto en su propio Misterio ¿Es precisamente, su sencillez la que nos atrapa? ¿Será por eso que infinidad de malagueños llevamos una imagen del Señor de Málaga, para buscar en algún momento su protección? ¿Y quién no se cobija en su sombra cuando nos acosa la temible enfermedad?
El Cautivo es la imagen que casi todo lo cura, lo primero que ves y sientes en el quirófano del Hospital Civil o en cualquier otro, al despertar de una operación. Es la rebeldía ante el diagnóstico. Nuestras debilidades hechas venerable Imagen, aquella que puede liberarnos de las ataduras de nuestra fragilidad.
¿Quién no cierra los ojos ante la necesidad y la angustia y lo ve? A Él. Al Cautivo. A la Imagen que siempre está presente. Por eso, su gente, necesita tenerlo en un lugar predilecto. Un espacio en el que esté al alcance de todos. Cercano. Sin condiciones. Sin barrotes. Necesitamos al Señor de Málaga, lejos de cualquier obstáculo que impida que miles de personas acudan a su encuentro para ponerse frente a Él. ¡Porque el Cautivo, es Málaga entera!
Por ello, las Cofradías muestran la verdad hecha carne, en Jesucristo. Una verdad que puede parecer débil, incluso vencida por el peso de la gran Cruz del Nazareno del Paso al bendecirnos en la Plaza de la Constitución. Verdad derrotada por la muerte en el Gólgota, acompañando a nuestro Cristo de los Milagros pero que nosotros sabemos que, porque así lo creemos y confesamos en nuestra Fe, triunfará al tercer día en la esperada resurrección.
Y por eso las hermandades seguimos mostrando a Jesucristo y su mensaje, que es Él mismo, en cada uno de nuestros deslumbrantes tronos. Porque sigue siendo necesario mostrarle a nuestra Málaga nazarena ese mensaje que va dirigido a cada uno de nosotros.
¡Un mensaje claro, rotundo, de vida, de esperanza, de gracia y de salvación!
Decidme, si no, quién no ha visto reflejada su propia vida en el rostro de su Titular. Acudir un día a la iglesia, a su capilla en la Hermandad, sentarnos delante de Él apoyando nuestra cruz, esa que tanto nos pesa, ese problema, ese dolor, esa ausencia… Y dejarnos abrazar por Él, y sentir entonces realmente su consuelo, su paz, su cercanía.
El Señor asume nuestro dolor, nuestra preocupación, nuestros miedos… y los hace suyos. ¿Existe algo más real que esa relación cercana, íntima y confiada, entre cada uno de nosotros y nuestras sagradas imágenes?
Cada momento de la vida, los felices y los más tristes, los buenos y los malos, los preocupantes y los ilusionantes, los dramáticos y los dichosos; ¡todos! tienen su reflejo en la mirada de nuestros Titulares.
Es la verdad de la imagen sagrada, es la verdad de la devoción; es la verdad de nuestra Fe; la que nuestros mayores nos transmitieron: ¡benditas verdades, bendita Málaga y sus Hermandades!
AUSENCIAS:
¡Qué difícil es asimilar las ausencias! ¡Especialmente la de aquellos que son cimientos sobre los que se han construido nuestras vidas! Esas personas que se fueron y han dejado una huella imborrable.
Y ahora, después de la pandemia las ausencias se nos han multiplicado. Tenemos vacíos en los balcones, en las sillas, en la esquina de cualquier calle esperando la llegada del Señor que provoca ese suspiro interminable. Huecos insustituibles en las Juntas de Gobierno, en los cultos, en los bancos de nuestras iglesias, en los varales y en las filas nazarenas.
Hoy no están, pero sin embargo, siempre hay algo. Los recuerdos de Semana Santa, de aquellos momentos de niños donde nos agarrábamos de la mano a la felicidad más inmensa.
Un objeto, un recuerdo, un momento o un suspiro. Siempre hay algo que nos hace viajar por el tiempo, por los sueños y por la esperanza de que, de una manera u otra, siguen estando entre nosotros. Nunca olvidaremos a tantos hermanos que se marcharon demasiado pronto. Y menos aún, estos últimos años.
V. VÍA CRUCIS DEL MONTE CALVARIO
Marina está inquieta. Hay una circunstancia cada año, que necesariamente señala su itinerario cofrade: Su veneración al Cristo Yacente de la Paz y la Unidad, cuya ermita se encuentra en el Monte Calvario.
Se trata de un vestigio histórico de otro tiempo en el que encontramos rasgos fraternos, en torno a la presencia de los Frailes Mínimos en nuestra ciudad, con el estrecho abrazo de San Francisco de Paula. Su lema CHÁRITAS grabado a fuego en el pecho y una raíz común: la bendita devoción al Vía Crucis.
Nos invita a que le acompañemos unos minutos a subir desde la sede canónica de Nuestro Padre Jesús Nazareno de los Pasos y de la Virgen del Rocío coronada. El mismo que traza el Vía Crucis que parte de la enorme cruz labrada de San Lázaro -como primera estación-, y que va subiendo por la Vía Sacra. Metáfora del camino de la vida, tras los Pasos de Jesús Nazareno, hasta llegar con Él a la última estación, en la ermita donde se encuentra también Santa María del Monte Calvario.
Esta ocasión es muy especial para Marina. Aunque ha vivido en Gales varios años, sacó su plaza como profesora de inglés en el instituto de secundaria de Huelin, tras cubrir durante varios cursos, no pocas bajas como sustituta. Ahora, de regreso al fin a su Málaga, recupera vivencias tras un tiempo de angustia y desconsuelo. De soledades y suspiros. Tras un doloroso accidente de tráfico que aún le ha dejado algunas secuelas, el sol ya ha salido, y afronta el futuro con firmeza y determinación. Es mujer de Fe y reza a diario con devoción. Sabe que nunca estará sola, porque el Señor le cobija.
¿Qué mejor regalo puede ofrecer esta noche a María Santísima, que acompañarla por este doloroso camino? Porque ella iba detrás. Junto a su hijo, sufriendo por nosotros.
Cuando hablamos del Vía Crucis hablamos de una antigua y piadosa devoción, sí; pero también de algo que hoy sigue siendo un verdadero desafío. Casi imposible de comprender para muchos. Y que durante todo el año, numerosos cofrades como Marina intentan explicar con su testimonio de Fe y Caridad. Porque cada estación, cada paso, nos coloca delante de un hombre que se entrega por amor a cada uno, hasta el límite.
El relato de un Misterio
La Semana Santa por sí misma, como la propia vida, es un enorme Vía Crucis que está ahí para recordarnos lo que no se puede a veces ni razonar. Es la memoria viva de unos singulares acontecimientos.
Precisamente la Fe en Jesús, nos hace descubrir que quien fue condenado no era un malhechor, ni una simple víctima inocente: ¡Era el Hijo de Dios, lo que hace que el crimen sea infinitamente más terrible e injusto!
Y ante ese reto, ¿quién puede aguantar su mirada? Jesús Nazareno desde su Prendimiento, tras sufrir una gran Humillación en el Perchel, entrega su vida por cada uno de sus hijos.
Por nosotros es juzgado y azotado. Y es posible que en breve, nos lo encontremos orando antes de su Pasión en los Jardines de Puerta Oscura, apresado en Capuchinos ante una mirada llena de Dulce Nombre o en calle Frailes, ya camino del pretorio.
Pues por cada uno de nosotros, fue Coronado de Espinas en calle Alcazabilla, acató la injusta Sentencia a las puertas de la Cruz Verde, abrazó el madero en el barrio de las Delicias y subió al Gólgota en la Victoria para ser crucificado en El Ejido, en ese ascenso agónico por calle Carrión que le conduce hasta la muerte.
También por nosotros, Jesús Nazareno fue dando los Pasos que veneramos, que todos rezamos con Marina en el Vía Crucis y que la Cofradía rememora cada año en Cuaresma, subiendo con un solemne rosario de antorchas que evoca las luces del Evangelio de Lucas.
Por lo tanto, el Vía Crucis no es cosa solo de devotos, es el relato de un misterio de salvación que concierne a todos los hombres. Los cofrades lo que hacemos es conmemorarlo de una manera muy especial, la que nuestras Hermandades llevan siglos haciendo.
Hace tiempo que Marina comprendió que en el significado de la Cruz, se encuentra nuestra propia historia; ¡Porque no somos simples espectadores! ¡No venimos a ver lo que creemos que va a suceder, sino que debemos convertirnos en los verdaderos protagonistas de su Pasión!
A Daniel, hermano de la Archicofradía de la Pasión, le ilusiona colaborar en albacería, estando siempre al servicio de los cultos de su Hermandad. Cuánto que agradecer a los albaceas que en la pasada Semana Santa, nos abrieron de par en par, las puertas del cielo para contemplar con gozo en las Casas de Hermandad, en las iglesias y capillas, verdaderos monumentos cofrades, crónicas visuales con argumento propio, cuidando el más mínimo detalle en los altares, atrayendo a miles de devotos que añoraban poder abrazar con el silencio y el rezo, a sus Titulares.
A nuestro hermano Daniel le ha conmovido siempre la figura de quien a su Cristo ayuda a soportar el peso de la Cruz. Cualquiera de nosotros en algún instante de nuestras vidas, puede ser llamado a comparecer en la terrible escena de la calle Amargura, como un tal Simón, natural de Cirene que volviendo de su trabajo, le cargan la Cruz para que la lleve en pos de Jesús.
Se encuentra con aquella triste comitiva de condenados. Un espectáculo penoso, pero quizás habitual. De la primera reacción de contrariedad y rechazo, surgido de este involuntario encuentro, ha brotado la Fe.
Acompañando a Jesús y compartiendo el peso del madero, el Cireneo comprendió que era una gracia poder caminar junto a este inocente y socorrerlo. El misterio de Jesús sufriente y mudo, también a Daniel le ha llegado al corazón.
Cada día intenta sentirse cireneo cuidando a su anciana madre con devoción y recordando que el misterio de su Archicofradía reside en el mensaje de quienes incluso con el semblante tapado, reflejan el rostro de un Cristo apenas sostenido.
Jesús Nazareno de la Salutación, Señor Redentor del Mundo, quieren que compartamos su Cruz para completar lo que aún falta a sus padecimientos. Porque ser cireneos es ser colaboradores con la obra de la Redención de Jesucristo: Nuestro hermano Daniel, siempre solidario, busca incluso con ahínco cada Domingo de Ramos a los tres angelitos negros que le recuerdan que nuestras Hermandades son muy sensibles a la diversidad y deben ser ejemplo de tolerancia. Uno de ellos es el «Juanillo» de la Pollinica; otro, el que se encuentra en el cajillo de la Virgen del Amparo; y el tercero, el que se pasea en el bellísimo trono de María Santísima de Lágrimas y Favores.
Daniel es consciente que cada vez que nos acercamos con bondad a quien sufre el drama de la inmigración, es perseguido o está indefenso, ayudamos a llevar la misma Cruz de Cristo mientras compartimos su sufrimiento. ¡Como tantos miles de refugiados ucranianos, huyendo del sinsentido de la guerra!
Irene, concejala de Alhaurín de la Torre, forma parte de la solemne comitiva de ese Cristo que cada año concede un histórico privilegio: otorgar la libertad. ¿Acaso hay algo más crucial para un hombre que poder recuperar su vida? ¡Ésa que les devuelve Jesús El Rico, fiel a su cita cada Miércoles Santo! Y por eso, ella y todos aquellos que presenciamos ese momento, comprendemos que el mensaje y los valores que se transmiten van mucho más lejos que la propia liberación del penado: «Jesús nos quiere libres«.
Por eso cada año, cada Semana Santa malagueña, es una renovación interior que nos traslada del invierno más oscuro y profundo, a una primavera sobrenatural. Al igual que la ruta de los hebreos atravesando el Mar Rojo y la larga travesía del desierto con Moisés, hasta el patíbulo que se convierte en árbol de la vida. Como predijo Isaías, «Algo nuevo ya está brotando, ¿es que no lo notáis?».
Ese es posiblemente, el verdadero significado del sagrado crucifijo:
«Cuando de verdad la quieras. Cuando de verdad la asumas y cargues, tu Cruz, será hermosa y ligera».
Lleva en Su rostro la angustia
Y siguiendo monte arriba a Jesús Nazareno, la Virgen lleva en su rostro la angustia serena del recuerdo permanente de las palabras de su Hijo. Por eso aún ni una lágrima le asoma, aunque lleve el alma rota por el sufrimiento de Jesús.
Es la misma expresión que encontramos cada día que vamos a verla en el altar de la Soledad de Mena o de los Dolores de la Expiración. Ambas, coronadas de grandeza y dolor. Allí nos recibe María, con ese gesto de ternura que es su cabeza inclinada y esos brazos como queriendo cogernos en vilo.
La madre que conoce tan bien nuestras luces y nuestras sombras, nuestras ilusiones y nuestras fatigas, la que sabe cuáles son también los pasos de nuestros propios Vía Crucis. La mujer que ante todo es Madre, sufre y perdona, ejerciendo de abogada de nuestros pecados. Entregada a una causa. Nuestra causa.
Porque María Santísima de la Trinidad, entre sus Lágrimas y sus Favores, nos acompaña en estos pasos, como acompañó a su Hijo en los suyos. Cada día, junto a nosotros, ofreciéndonos su consuelo y su caricia, aún en los momentos más duros de nuestra vida.
Como a esas ofrendas en forma de oración y plegaria de tantos, a María Santísima del Rocío. Rogativas de un pueblo sencillo que las transforma en claveles al llegar el Martes Santo.
Porque cuando no se llegaba, para Ella sí alcanzaba. Cuando las arcas no tenían, el trono florecía. Cuando apretaba la escasez, a Ella no le faltaba. Tras las ventanas de las casas, encima de las camas, en las mesillas de noche, en las butacas de nuestras abuelas, por todas partes, empezaron a brotar claveles para el Rocío; ésa que regresaba cada Martes Santo a su barrio de la Victoria, como una inmensa bruma blanca, con inacabable manto de tisú de plata, bordado en el oro de la devoción y las sedas del esfuerzo y del cariño.
Y por eso sigue siendo flor de azahar victoriano que brota con la sencillez con la que su gente la venera. Una humildad que se vuelve mutua, cuando conversa con su pueblo. La hermosura traducida en bondad. Virgen de los pobres que te hacen rica en amor, por ser reina coronada de San Lázaro.
Sobra la plata y la filigrana ante aquélla que hicieron soberana de un reino que no es de este mundo, pero al que ella desciende para ser consuelo de todos nosotros. La pura y limpia madre de los victorianos: ¡La Virgen del Rocío!
VI. «VARA FLORECIDA DE NARDO…»
¿Nada queda?
Ya se vislumbra la cima. Estamos llegando con Marina a la ermita, tras ir rememorando en las diversas estaciones los momentos más importantes de la Pasión del Señor. El Nazareno del Perdón, agotado por el peso de la cruz, se deja hacer.
Los soldados lo preparan todo como una rutina más. Tras la Exaltación, el cielo se está cubriendo con nubes de una extraña oscuridad.
Aquí, en el Monte Calvario, si aguantamos un poco más, seremos testigos de la Buena Muerte de Jesús. Aunque entonces solamente se quedaron junto a Él su Madre, las mujeres que lo acompañaban y Juan, el más joven de sus discípulos.
Lo invocamos también como Señor de la Paz y la Unidad, pero ahora solo vemos a nuestro alrededor desolación, huida, violencia, espanto y dolor. Y un cielo cada vez más oscurecido. ¡Hasta la luz ha sido atravesada por la fría lanza!
Aquí arriba, padece. Y expira. Y termina todo. ¿Tanto, para tan poco? ¿Treinta y tres años para nada? ¿Sermones, signos y milagros, tantos pueblos y aldeas recorridos, tanto hacer el bien… para esto? ¿Nada queda?...
O sí. Puede que sí. ¡Mirad! ¡Ahí, junto a la Cruz. Está Ella! ¡La Madre de los Dolores en su Amparo y Misericordia!
Ahí, erguida, vacía por dentro, muerta en vida, pero en pie, recorre cada noche de Viernes Santo las calles de una ciudad que se apaga y sobrecoge al paso de la Dolorosa de Servitas, en su pequeño trono de carrete. Rostro de dolor y vacío que enmudece las almas de un pueblo. Recogida en su Mayor Dolor inmenso, traspasada el alma por el rayo de la muerte. Pero aún así, se mantiene alzada, como la Cruz, sosteniendo el mundo entero con su presencia.
Ella es nuestra Madre de Fe y Consuelo. La Estrella que guía el rumbo de nuestras vidas. Nuestra Señora del Traspaso y Soledad de Viñeros. ¿Acaso en este trance, vislumbramos a Nuestra Señora del Gran Poder? ¿Dónde se encuentra ahora tu Gracia y Esperanza?
En Ella nos apoyamos en esta hora de vacío, de frío, de muerte, buscando a Nuestra Señora de la Caridad. En María, que se quedó sin nada, que tiene toda su vida, su ser y su existencia amortajada junto a su Hijo. Y aun así, a Ella acudimos porque su Fe es la que nos sostiene en esta hora de gélido vacío.
Y tras el Sagrado Descendimiento y el Santo Traslado, le amortajan con mimo las Santas Mujeres: María Magdalena, María Salomé y María Cleofás. Ellas habían sido muy queridas por Cristo. ¡Les dio nada menos, que el privilegio de ser testigos de su resurrección!
... escrito por vosotras
Ciertamente, Jesús fue un revolucionario en su consideración para con las mujeres. En una época en que ellas no valían apenas nada socialmente, las elevó públicamente a la categoría de hijas de Dios.
Y lucharon pacíficamente desde el siglo primero por transformar una sociedad injusta, cruel y violenta hacia ellas.
El cristianismo, se convirtió en un bálsamo de esperanza. Atrajo a las mujeres de esa época, por varias razones esenciales: condenaba el infanticidio tolerado por el propio Derecho Romano; por otro lado, el trato en la vida conyugal era lo más igualitario posible. Además, amparó a las viudas a través de un eficaz sistema de protección social.
Las numerosas cartas de San Pablo, acogen la práctica del amor en mayúsculas hacia la mujer y el reconocimiento de su dignidad como persona.
Por esa herencia, por tantas razones, las mujeres, han sido y son imprescindibles en la transmisión de la Fe y obviamente, en el devenir del cristianismo.
Hemos evolucionado mucho en las Hermandades y Cofradías de Pasión de nuestra Semana Santa. Se han recorrido largos trechos a toque de campana, con el peso de nuestras tradiciones. Un trabajo riguroso llevado por ellas, con elementos esenciales para los cristianos: Humildad y Paciencia. Ésa que nos consuela en los Dolores de un trance que concluye en una Nueva Esperanza.
Mujeres trabajadoras, esforzadas, que por norma han pedido muy poco y han ofrecido mucho. Su amor por la Hermandad, su entrega por educar a esos niños que hoy crecen como tallos de claveles y de lirios, como hombres debajo de un varal, tras salir muchos años en procesión en el nutrido grupo de infantes de ambas secciones.
¡Qué decir de la mujer cofrade, pilar esencial del equilibrio de la comunidad cristiana que es la Hermandad! Su incorporación a los cortejos procesionales, junto a los jóvenes hace no muchas décadas, salvó nuestra Semana Santa malagueña. Su paso adelante, cambió para bien el rumbo de nuestras Cofradías. Y digo salvó, porque no teníamos cómo componer los cortejos de manera digna y numerosa. Su entusiasmo desbordó las expectativas de entonces.
Por eso quiero también reivindicar hoy el papel de la mujer en nuestras vidas. En la estabilidad de nuestra sociedad, en la construcción de la familia Cristiana. Mujeres trabajadoras, empresarias, profesionales, madres, esposas, directivas, abuelas, hermanas, hijas, novias, laicas o religiosas que también sirven a Dios, por medio de la contemplación o que se entregan a los demás a través de la Caridad.
¡Vuestro futuro ya es presente! ¡Y el presente está siendo al fin, escrito por vosotras!
¿Y de las madres? ¡Cuánto podríamos contar! Esas manos que nos sostenían cuando nerviosos salíamos a disfrutar de los desfiles procesionales.
¿Quién repasaba la túnica a la espera de cualquier Jueves Santo para que fuéramos impolutos? ¿Y quién nos cosía a última hora, ese inoportuno dobladillo descosido? ¿Quién velaba durante todo el recorrido con esa mezcla de preocupación y orgullo por ver a su hijo ocupar las filas nazarenas siendo solo un niño? ¿Quién combinaba devoción y tierna atención? ¿Quién nos daba los mejores consejos? ¿Quién en Junta de Gobierno, en Secretaría, bajo un varal, en Albacería o como Camarera de la Virgen, allá donde esté, no ha dejado su impronta más devota, tierna y más humana?
¿Hay además algo más hermoso que entregar en las vísperas, un clavel, una azucena o una canastilla a nuestra Virgen de las Penas? Y es que en la noche del Martes Santo, revestida de aroma, suple al terciopelo su fragancia renovada. ¿Y qué sucede cuando la rosa roja es ella, María Santísima de la Amargura coronada?
Precisamente, ante tantas interrogantes, la Madre de nuestro Señor recordó entonces el anuncio del Arcángel Gabriel, sus dudas y su confianza. Los años de silencio en Nazaret. La visita a su prima Isabel. El parto lejos de casa, en Belén. La matanza de los inocentes.
Y el gran Misterio, se concentra en la hermosa versión del Magníficat que escribió la Hija Predilecta de Andalucía María Victoria Atencia, pregonera de nuestra Semana Santa.
Decía así:
«¿Podré sobrellevar este trance en silencio,
si me sé la elegida entre generaciones
entre tanta princesa de la real estirpe?
Serán mi ajuar las cortas oraciones de niña;
mis arras, una vara florecida de nardo.
Ahora que sé el misterio y prosigo doncella
en tanto que en mi vientre se cumple su palabra,
escucho a mi Señor y mi Señor me escucha».
Qué belleza contienen unas palabras que María, apenas con otras pocas más, pronuncia en el Evangelio. Nos entrega el don de su alabanza, con su misma alegría hecha canto. Todo su contenido responde a su psicología interior y, por cierto, muy anteriores a sus propias vivencias. Las promesas se empiezan a realizar, pero Jesús no había nacido aún.
Y tras Jesús de la Columna, María Santísima de la O, en la esperanza de su maternidad, en la noche de palmas para que le canten por madre y le bailen por Virgen.
Un preludio de cuanto está escrito que suceda en nuestra Semana Mayor fue precisamente también, el beso de Jesús cuando se marchó de casa, sabiendo que hacía tantas cosas hermosas. Que su palabra sanaba y daba esperanza a los más débiles; para empezar a inquietarse como madre, cuando le llegaron noticias de que su Hijo incomodaba a los poderosos. Hasta que lo cogieron preso, lo juzgaron, lo condenaron y vivió el primer y verdadero Vía Crucis siguiendo los Pasos de su Hijo Jesús Nazareno, hasta la Cruz junto a la ermita.
¡Qué misterio a modo de Alfa y Omega: ¡Magníficat, Pasión, Muerte y Resurrección! ¡Y qué difícil es a veces para nosotros, entender el significado del relato! ¡Porque nuestra Semana Santa es ante todo, una sublime catequesis de amor!
VII. DEL CALVARIO AL SEPULCRO
Hoy he pretendido anunciaros la Semana Santa, pregonaros que llega, que ya está aquí, y recordar cuál es su esencia, su verdadero significado en tiempos de incertidumbre, su mensaje profundo sobre el que se construye todo lo demás.
Quería contaros muchas cosas. Hablaros de emociones. Compartir con vosotros recuerdos de niñez, de los primeros pasos ante nuestras imágenes.
Evocar esa querida Málaga en Semana Santa; sobrellevar mi particular Cruz Guía durante dos largos años, gracias al regalo de este pregón que ya también se acaba. Efímera gloria la del pregonero, y eterna gratitud por tan generoso privilegio en tan difíciles momentos.
Varios años para cumplir una encomienda, un mandato ilusionante, una misión que también a veces se hizo eterna y en otras ocasiones rozó el desconsuelo. Tres pregones escritos, para tres ocasiones totalmente diferentes. Pero sólo uno debía resumir un mundo lleno de sensaciones, experiencias y emociones.
Quería hablaros hoy de vosotros, cofrades de Málaga, que hacéis posible cada año el milagro de una nueva Semana Mayor. Poniendo en valor nuestras centenarias Hermandades y su imprescindible función social.
Y hablaros de tantas manos solidarias, de aquellas que se aferran al varal para meter el hombro al compás de nuestro singular paso malagueño. Manos piadosas y suplicantes. Manos en Vía Crucis. Incansables, de aliento y cariño, apoyadas en los hombros de nuestra infancia. ¡Manos generosas, hospitalarias, portadoras de insignias, las que perfuman a nuestra Señora, las que se hunden en el amor o las que regalan compromiso!
Y acabamos aquí, en el Monte Calvario, tras acompañar a Jesús Nazareno en cada uno de sus pasos en el Vía Crucis. Aquí, junto a nuestra Madre, sin saber qué será de nosotros ahora que Jesús ha expirado entre tricornios y buganvillas. ¡Cuántas lecciones en esta última estación!...
Pero, ¿realmente puede terminar aquí el pregón de la Semana Santa? ¿En qué creemos nosotros, cofrades de Málaga? ¿A quién seguimos, a un Dios muerto?
¡Para siempre!
En Jerusalén, en la Basílica del Santo Sepulcro, puede comprobarse la escasa distancia que la separa del Calvario. Realmente son apenas unos pocos metros. Todo formaba parte de una cantera extramuros de la ciudad. Sobre la elevación, crucificaban a los condenados, y en la falda de este montículo, había varias sepulturas excavadas en la roca, entre ellas la que tenía José de Arimatea, donde enterraron a Jesús.
Sin embargo, esos pocos metros pueden ser un abismo para nosotros, para nuestra forma de vivir este misterio. Porque muchas veces tenemos tan lejos del Calvario el Sepulcro, que nos quedamos a los pies de la Cruz, en la muerte, como si éste fuera el final.
Todo acaba y todo comienza. Y fenece con el quejido ronco de una saeta que atraviesa el silencio del trance en San Juan al paso de la Redención. Y enmudeces. Y padeces y sientes. Y entiendes el dolor. Y te reconoces en los Dolores. En la de San Juan. De todos es la Málaga que la venera por justicia divina. Porque amor, con amor se paga.
Escuchad cómo nuestra Fe nos grita desde lo más profundo de las entrañas las mismas palabras que el ángel dijo a las mujeres que fueron al Sepulcro:
« No está aquí, ha resucitado como lo había dicho. Venid a ver el lugar donde estaba».
¡Caminemos tras los pasos del Hijo por las calles de Málaga! ¡Sigámoslo hasta el Real Santuario de la Victoria! Porque allí nos espera nuestra bendita Madre en su casa y la de todos: Ella, erguida sobre Málaga, fiel, firme, triunfante, esperándonos. Y digámosle lo que hemos descubierto por el camino:
¿María, lo sabes? ¿Te lo han dicho las mujeres que fueron al Sepulcro? ¿Te lo ha contado la Magdalena? ¡Madre, que tu Hijo ha vencido a la muerte! ¡Que ha resucitado en San Julián y vive para siempre! ¡Madre, para siempre!
Desde la cumbre del monte, Málaga brillará a nuestros pies en esta Semana Santa. Como si se tratara de una noche de luna llena, donde se aventura que en breve, tantas emociones fluyan a flor de piel. Porque nuestras calles al fin, están preparadas. Los cofrades meditamos el verdadero significado del porvenir. De lo que aún está por llegar.
Bajemos a la ciudad y encontremos su tenue claridad. Descubramos su milenaria Alcazabilla, su renovada Alameda fresca, el aroma de nuestro Patio de los Naranjos, sus aguas limpias y su brisa de un alba que, en breve, será eterna. La Misericordia de calle Ancha, su histórica plaza de los Mártires, con la calle San Juan fusionando miles de corazones. ¡Desde esta luz, este rumor y este amanecer, vivamos una gloriosa Semana Mayor!
¡Id también vosotros, cofrades de Málaga! ¡Vayamos todos en busca de los nuestros y contémosles lo que hemos visto y hemos oído! No nos quedemos en la muerte, demos el paso a la vida que nos ofrece Cristo. Conmemoremos los misterios de la Pasión del Señor, ¡sí!, como hacemos las Hermandades malagueñas desde hace siglos. Celebremos pues que nuestro Dios, es un Dios de vivos y no de muertos. ¡Y ahora, tras el calvario padecido por toda la humanidad, sembremos juntos un camino de esperanza!
La esperanza de la Esperanza. Esa que nos remueve muy dentro y hoy retumba en las paredes de un teatro en el que se recogen las emociones, anhelos e ilusiones de los cofrades de nuestra tierra.
Se acerca ya esa mañana, en la que Málaga se engalana. Y sale emocionada a su encuentro con un Señor que en calle Parras, dará la bienvenida a un sueño. Ahora es el momento. La fecha señalada. La que por fin se siente aquí. Consumada. Reencarnada. Siete días es un instante. Y estamos cerca, cofrades. ¡Se acaricia con la mirada! Ésa que tú no apartaste, ni cuando el miedo apretaba, de ese Señor que en San Pablo atiende, sostiene y salva.
Estamos juntos. Como hermanos. Caminando con la cabeza alta, por haber sido ejemplares, en las tinieblas y en la calma. Asumiendo oración y cruz, pletóricos de esperanza. ¡Estamos donde queríamos! ¡Estamos donde hace falta! Siendo hermanos de luz. Con ruan o capa blanca. Sacando a la calle la Fe, que es moderna rebeldía ante una sociedad que tantas veces se tanga.
Somos amigos de Dios. Santos de la vida ordinaria. ¡Y volverán a salir los tronos con su gente, bien fajada! Ésa que obedece en silencio y en silencio sus hombros cargan: Kilos que saben a gloria. Y que siempre llevaron a gala. Resurgen ya nuestros tiempos y por ellos hoy terminan, los temores y el silencio.
No hay ser más orgulloso, que éste que les contempla, por decirles frente a frente: ¡Que ya viene! ¡Que se acerca! ¡Que comienza esta semana que hemos soñado dos años, y hoy pregono con fuerza!
¡Vivan cofrades la vida! ¡Que es intensa y no regresa! ¡Así recité mi pregón, ante esta que es mi casa, asumiendo lo vivido, creyendo y en confianza, por saber que resucitó y con ello nos dejó el Calvario y la Esperanza!
He dicho.
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