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ALBERTO J. PALOMO CRUZ
Málaga
Viernes, 17 de diciembre 2021, 00:31
Para ir desgranando el título del presente artículo, hay que comenzar diciendo que cualquier fotografía antigua suele provocar, por igual, curiosidad e hilaridad por los detalles que nos desvelan. Y esto se cumple con creces en esta instantánea que perteneció al archivo personal del entusiasta procesionista malagueño Amadeo Arias Jiménez, que, hasta su muerte, fue un paciente compilador de cualquier testimonio cofrade y que, lejos de atesorarlo para su propio disfrute, tenía la generosidad de compartirlo con sus amigos. Se trata de una instantánea de la que, lamentablemente, desconocemos autor y fecha exacta. La misma debió tomarse entre los años 1940 a 1943, toda vez que el Cristo, recién advocado entonces de los Mutilados, se encontraba entronizado en el presbiterio desnudo de la catedralicia parroquia del Sagrario.
Destruido casi por entero el retablo que lo adornaba en 1936, no sería hasta 1944 cuando se instalara el actual que, como es sabido, procede de Becerril de Campos y que fue vendido, que no donado como se dice a veces, por el obispo de Palencia, Francisco Javier Lauzuríca.
Por tanto, anterior a ese último momento data la presente fotografía que nos ilustra sobre el aspecto del montaje del quinario en honor al Crucificado, entronizado ante un enorme dosel plisado, que orlaba un trenzado de hiedra. Profusamente repleto de flores pese a ser cuaresma, lo que causaría un pasmo a más de un liturgo de nuestros días, en el conjunto se aprecian piezas todavía presentes en la iglesia capitular, tales como los enormes candelabros de bronce que flanquean el altar y dos de los óvalos pictóricos con el apostolado que encabeza la representación de Jesucristo, en el lateral izquierdo de la fotografía. Más llamativo resulta, si se observa con atención, la puerta, que antes de la remodelación que impuso la colocación del retablo, daba acceso a la sacristía desde el muro frontal. La misma, junto a su pareja de igual tipología, han quedado desplazadas en las paredes laterales, sirviendo la primera de ellas de taca o alacena. Ambas son unas magníficas piezas de cuarterones, labradas y doradas, que ostentan las llaves y la tiara pontificia como referencia a San Pedro que es el titular de la iglesia y patrón que fue de una extinta hermandad sacerdotal allí radicada.
Como era usual, bajo el Crucificado está colocado el expositor para la ostensión eucarística y bajo él, el sagrario cubierto con el tradicional conopeo, cuyo uso fue obligatorio hasta las disposiciones del último de los concilios. Esta colgadura, cumplía por una parte una función práctica para preservar del polvo a los tabernáculos y, por otro, una simbólica de respeto rememorando la tienda donde moró Dios durante los años en los que los israelitas vagaron por el desierto, así como en recuerdo del velo que colgaba en el sancta sanctorum del Templo de Jerusalén. La decoración del altar se complementa con otros elementos que eran privativos de una cofradía que se declaraba nacional y militar, lo que justifica la presencia de las banderas, emblemas y estandartes, siendo el derecho el dedicado a San Rafael, patrón del Cuerpo de Mutilados de Guerra desde 1941, hasta que dicho organismo quedara suprimido en 1985. Todavía en el hermoso retablo que construyera la Cofradía de los Mutilados en la iglesia del Sagrario tiene como remate la escultura de este santo arcángel, que esculpiera Francisco Palma Burgos.
La idiosincrasia de esta corporación, que siempre fue un elemento extraño en la estructura de la Semana Santa malagueña, giraba en torno a la imagen titular dieciochesca a la que se mantuvo rota, desde que las turbas le cercenaran la media pierna derecha y el pie izquierdo. El estado resultante de la efigie, pese a lo que muchos malagueños creían, no era una singularidad iconográfica, porque desde siglos atrás se venían venerando muchas hechuras y pinturas de esta índole, siendo la más representativa la famosa Virgen Vulnerata venerada en Valladolid y que fuera la primigenia Virgen del Rosario de Cádiz. Sin embargo, durante las décadas en las que estuvo activa la Cofradía de los Mutilados, la misma hacía hincapié, con una evidente carga propagandística, que el referido Crucificado «… es único en el mundo, rebasando los preceptos litúrgicos por expresa licencia de Pío XII…», en decir de un texto firmado por Rafael Manzano para la revista La Saeta de 1950. Y esto se afirmaba, sin duda por desconocimiento, cuando a escasa distancia del templo del Sagrario, en la mismísima Catedral, se encuentra desde hace siglos un Cristo profanado muy singular y que gozó de una gran devoción. Concretamente, en la capilla de la Virgen de los Reyes y desde fecha cercana al año 1708, se expone el Santo Rostro, o sea la mascarilla que resta de una imagen cristífera, venerada en la ciudad de Orán.
Esta plaza norteafricana, hoy perteneciente a Argelia, fue conquistada para Castilla por el gran estadista, cardenal y regente del Reino, Francisco Jiménez de Cisneros en 1509 y, en toda regla, perteneció a España hasta que durante el mencionado año de 1708, el rey de Argel, aprovechando la coyuntura provocada por la Guerra de Sucesión, volvió a hacerse con ella. Recuperada de nuevo en 1732 por Felipe V, se perdería definitivamente en 1792. Vicisitudes históricas aparte, cabe decir que las iglesias que se consagraron en aquella población se proveyeron de imágenes y ajuares sacros procedentes de los talleres peninsulares, y ese debe ser el origen de este Santo Rostro, existiendo indicios de que la pieza perteneciera a un Nazareno, titular de una de las hermandades pasionistas que allí se erigieron, Si es así, resulta sugestivo recordar como exista la constancia documental sobre un artista malagueño, Juan Gómez, que talló hacia 1622 una imagen de las características de la descrita para la Cofradía del Dulce Nombre de Orán, así como las imágenes necesarias para representar la ceremonia del Paso; es decir, la Dolorosa, San Juan, la Magdalena y la Verónica.
Es el historiador Cristóbal Medina Conde, quien nos cuenta acerca de este venerable despojo diciendo como «… para no dejarlo en Orán expuesta a la profanación de los argelinos cuando la poseyeron en 1708, se trajo a esta iglesia y el Cabildo la mandó poner allí donde se venera…», según expresa en su meritoria obra sobre la Catedral malacitana. La noticia es de agradecer, pero no deja de ser muy escueta ya que no indica en qué circunstancias se rescató dicha pieza, porque resulta evidente que la imagen sufrió una agresión. Tampoco aporta detalles sobre quiénes y por qué la trajeron a Málaga cuando los puertos peninsulares directamente conectados con la franja costera argelina eran los de Levante. Las actas del Cabildo de ese tiempo igualmente callan al respecto.
¿Cabría entonces explicar su arribo con alguna conexión entre Málaga y los integrantes de la cofradía que la tenía como titular? ¿Eran malagueños de origen? Si fuera así se comprendería su encargo a un escultor local y su definitivo paradero tras la pérdida de la plaza africana. Pero en realidad, lo único que cabe aventurar con alguna certeza es que la entrega del rostro del Nazareno debió considerarse lo bastante relevante como para exponerla al culto en uno de los retablos más significativos del primero de los templos, no ya por consideraciones artísticas si no históricas, ya que se eligió para ello el dedicado a Nuestra Señora de los Reyes, como queda dicho. Puede que semejante decisión no fuera una simple cuestión aleatoria, ya que así quedaban asociadas en un mismo lugar dos imágenes que patentizaban la beligerancia entre cristianos y musulmanes.
En el momento actual, recompuesto el Crucificado de los Mutilados, y con la nueva advocación de la Clemencia, es el Santo Rostro la única de las imágenes descompuestas con veneración pública en el conjunto catedralicio. Aunque, a decir verdad, deberá pasar mucho tiempo y habrá que insistir mucho por parte de sus cofrades para que el magnífico Crucificado que muy probablemente tallara Jerónimo Gómez de Hermosilla, sea conocido por los malagueños con otro nombre que no sea el desechado.
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