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Rafael Rodríguez Puente
Lunes, 26 de marzo 2018, 01:33
Circunscribiéndonos a la Semana Santa de Andalucía, región donde esta celebración alcanza cotas de alta popularidad y tradición, es sobradamente conocido el hecho de que los principales iconos cristíferos de cada ciudad mantienen el valor devocional desde siglos atrás. En este sentido, basta con citar algunos ejemplos archiconocidos para confirmar esta aseveración. Los casos más representativos los hallamos, sin duda, en el apego que despierta entre los almerienses la figura del Cristo de la Escucha (la imagen original era anónima del siglo XV, si bien fue destruida en 1936 y procesiona en la actualidad una libre versión de Jesús de Perceval, 1941), o el fervor que provoca el Cristo de San Agustín de Granada (atribuido a Jacopo Torni, ‘El Indaco’, 1520-1526), el Nazareno conocido como ‘El Abuelo’ de Jaén (atribuido a Sebastián de Solis, finales del siglo XVI), ‘El Greñúo’ de Cádiz (atribuido a Andrés de Castillejos, 1591-1602), Jesús del Gran Poder de Sevilla (Juan de Mesa y Velasco, 1620), ‘El Rescatado’ de Córdoba (Fernando Díaz Pacheco, 1713), y el Nazareno de Huelva (la primitiva escultura pertenecía al taller de Pedro Roldán, de finales del siglo XVII o principios del XVIII, aunque fue destruido en 1936 y se encargó en 1938 una nueva hechura a Ramón Chaveli Carreres, siendo ésta reemplazada en 1950 por la actual, de Sebastián Santos Rojas).
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Todas estas imágenes comparten entre sí una amplia trayectoria devocional, unida al gran valor artístico de cada una de sus hechuras. En cambio, la Cofradía de Jesús Cautivo de Málaga quedó fundada en 1934 y no fue hasta cuatro años más tarde cuando la efigie de mayor popularidad de Málaga, arquetipo devocional de su Semana Santa, se convirtió en una realidad –procesionó por primera vez en 1940–, obra salida de un escultor y orfebre granadino, José Gabriel Martín Simón, que, si bien tuvo una trayectoria copiosa a partir de la instauración del régimen franquista, convirtiéndose en uno de los referentes de la reconstrucción del arte sacro de posguerra, sus obras, con la salvedad del Señor de la Sentencia (1935), no han logrado el reconocimiento de la crítica especializada, debido, posiblemente, a los numerosos encargos que recibió y el poco espacio de tiempo con que contaba para concluir sus trabajos.
Es, por tanto, acertado decir que, en el titular trinitario, no llega a cumplirse el binomio ‘antigüedad-calidad artística’, mientras que en los ejemplos anteriores sí se produce esta premisa sin ninguna discusión. Por consiguiente, ¿qué tiene el Cautivo?
La misma pregunta se hace el profesor Carlos Mejía García, cuando dice que Jesús Cautivo «tiene algo más que te atrae, que no sabes bien qué es, pero que no te cansas de admirar, y una y otra vez posas la mirada en él, queriendo descubrir eso más que está por encima de la interpretación artística, que no puedes comprender, ni tienes palabras para explicar», en definitiva, una sensación, un argumento que va más allá de la religión, una seña de identidad que el reconocido lingüista Antonio Garrido Moraga, recientemente fallecido, rebautizó durante el pregón del 75.º aniversario fundacional de la Agrupación de Cofradías (enero de 1996) con el apelativo de ‘Señor de Málaga’.
Quizás el hecho de que las dos mil pesetas que cobró Martín Simón por la realización de la imagen se recaudaran por suscripción popular fue premonitorio de su aceptación multitudinaria, aunque el dictamen que Luis Cambronero Antigüedad, miembro de la Academia de Bellas Artes de San Telmo, trasladó al obispado en 1939 pudo ser definitivo en el devenir de esta efigie. Y es que el académico debió quedarse sorprendido por «la forma de perfección que tenía la escultura» y para evitar que se bendijera desnuda, tal y como estaba previsto, la Comisión de Arte Sacro, muy activa por entonces, obligó a la hermandad a cubrir el cuerpo con una túnica de tejido natural. Tal condicionante fue acatado por los hermanos de esta corporación y, ataviado de un tono marfileño, casi blanco, apareció Jesús Cautivo en la mañana del 19 de marzo de 1939, festividad de San José, en la parroquia de San Pablo. Curiosamente, vestía de la misma guisa que el protagonista del óleo de Francisco de Goya titulado ‘El Prendimiento de Cristo’, pintado entre 1797 y 1798 para la catedral de Toledo. La elección del anacrónico color fue totalmente casual –los ropajes blancos corresponden al episodio del Desprecio de Herodes–, toda vez que el cofrade Francisco Ortega Carrasco, empleado de la casa de telares Modesto Escobar, en la Alameda de Capuchinos, aprovechó un retal de ese tono sin reparar en su significado iconográfico, alusivo al escarnio.
Debió ser tal el impacto provocado entre los asistentes a la bendición, al verlo más humanizado si cabe, que la improvisación de un momento concreto condicionó para siempre el transcurso de la historia de esta efigie, al identificarse desde entonces con el alba como tonalidad.
«Lleva una túnica blanca, más brillante que la luz, el Señor de los Cautivos, que nos redime en la cruz (… ) ¡Cuántas promesas lleva! Los que salvó y los que quieren salvarse». Esta recreación poética de Ángeles Rubio Argüelles ya advertía en 1948 del destacado número de penitentes que seguía los pasos del Varón. El pueblo es soberano y Málaga ha querido que Jesús Cautivo se convierta en símbolo de su identidad religiosa. Sin embargo, el halo de esta imagen va más allá y traspasa, incluso, las barreras de la geografía provincial malagueña. Así, lo mismo se recrea en Martos (Jaén), atendiendo a los mismos presupuestos, con la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Cautivo de la Túnica Blanca y María Santísima de la Trinidad en su Mayor Dolor y Desamparo –la figura cristífera es obra de José Navas-Parejo (1946), uno de los maestros de Martín Simón–, que en el extremo más oriental de Andalucía, concretamente, en Huércal-Overa (Almería), con el Paso Blanco, que rinde culto a una escultura de José Antonio Navarro Arteaga (2002), ambas con procesión en el Martes Santo. En consecuencia, ¿cuáles son las claves de esta repercusión?
Los argumentos pueden ser variopintos, dependiendo de las personas sondeadas, sus creencias y los factores histórico-sociales que han concurrido en ellas. Sin embargo, con una perspectiva bien distinta, se pronuncian reconocidos artistas e historiadores cuando se les plantean las causas de la relevancia del Cautivo dentro del contexto de la piedad popular.
Para el imaginero Antonio Joaquín Dubé de Luque, el éxito de esta escultura radica principalmente en el rostro. «La imagen del Señor Cautivo de Málaga la considero dentro de las llamadas ‘carismáticas’ por su expresión, su unción religiosa y el porte majestuoso que Martín Simón supo imprimir con maestría en este bendito simulacro de Cristo en su pasión». Sobre este asunto, Dubé insiste en que «una obra religiosa debe rodearse del halo místico que tiene que tener para atraer la devoción del pueblo y la imagen del ‘Señor de Málaga’ lo tiene, sin discusión. Para alcanzar el beneplácito de los fieles, es necesario que el escultor tenga fe y crea en lo que va a representar, en este caso, a Jesucristo en el proceso de la salvación del mundo», tesis que comparte el también escultor Luis Álvarez Duarte, quien, igualmente, se confiesa creyente y cofrade. En este sentido, Duarte insiste en que lo más importante de una imagen sacra es «que su cara te llegue, que tenga unción, porque escultores que saben de musculatura hay muchos».
Por su parte, el pintor Antonio Montiel, autor del óleo (1995-1996) del estandarte que procesionalmente anuncia la presencia del Señor, reconoce que, al retratarlo y tenerlo tan cerca, comprobó cómo esta efigie «está llena de embrujo, porque se percibe la energía de sus fieles. Descubrí muchas cosas en su rostro; su diálogo en silencio me hablaba de resignación, de abandono y de una pena infinita». El genial artista antequerano admite que esta bendita imagen provoca cuanto menos ternura, «su dolor no se retuerce, lo interioriza con una dulce y, a veces, infantil expresión. Tiene la mirada cabizbaja y su boca, tímidamente entreabierta… Es tan humilde que cualquiera pensaría en protegerle».
Sergio Ramírez González, doctor en Historia del Arte por la Universidad de Málaga, estima que «más que una devoción sujeta a un sólido atractivo artístico, la de Jesús Cautivo responde a matices eminentemente antropológicos y culturales con raíz en una sociedad huérfana de las tradicionales esculturas desaparecidas durante los desastres de los años treinta del pasado siglo», razones que avalan las consideraciones de Salvador Rodríguez Becerra.
Este reconocido catedrático de Antropología Social de la Universidad de Sevilla conocía la devoción del Cautivo por las imágenes de televisión. Sin embargo, por razones profesionales, dado que sus investigaciones incluyen el fenómeno de la religiosidad popular, decidió vivir en directo la procesión de esta efigie. Fue el Lunes Santo de 2008, en el preciso momento en que el Señor de la túnica blanca se disponía a cruzar el puente de la Aurora, camino del centro de Málaga. «Por mi trabajo como antropólogo, he visitado y conozco más de treinta semanas santas de Andalucía. Expectante, aquel Lunes Santo comprobé la devoción y popularidad de esta figura, denominada por algunos ‘El Señor de Málaga’. Sin duda alguna, la afluencia de personas, –fui testigo de la aglomeración entorno al puente–, tiene que ver con la imagen, el lugar y la forma de procesionar, pero si hablamos de devoción, entonces habría que pensar en un proceso que se ha ido creando en el tiempo y que desde luego, creo, tiene mucho que ver con la identificación de los vecinos del barrio de la Trinidad con esta escultura», comenta el profesor Rodríguez Becerra al tiempo que subraya la trascendencia que supusieron desde el primer momento las atenciones de los residentes en el barrio de la Trinidad. Y es que, en su opinión, «la devoción se ha ido expandiendo por Málaga ante el ejemplo dado por los vecinos del barrio, a pesar de que, en Andalucía, los cautivos tienen menos atractivo que los Cristos y los Nazarenos. Ya fue comunitaria la forma de adquirir la escultura, lo que, sin duda, favorece la identificación con ella, pues cada uno se considera dueño de una parte de la imagen y el barrio de toda ella, efigie que gestiona la hermandad, que también es propia del barrio».
Otro factor coadyuvante, a juicio del antropólogo, es el carácter popular del barrio de la Trinidad, «por tanto, muy necesitado en los tiempos de su creación –años treinta y cuarenta–, que, además, vivía en patios comunitarios, lo que favoreció la devoción a la imagen por el contacto directo y cercano. Pero, sobre todo, la devoción es la resultante directa de los favores que los vecinos trinitarios y la población de Málaga creen haber recibido de este icono como respuesta a sus necesidades, es decir, los milagros atribuidos. Los factores estéticos –calidad de la imagen, atuendo, modo de procesionar, antigüedad, etcétera–, contribuyen al realce de la misma, pero nunca crearían devoción. A este respecto, el sevillano Salvador Rodríguez Becerra apunta que las imágenes de mayor devoción en la Semana Santa hispalense –Esperanza, de la Macarena (barrio); Esperanza, de Triana (barrio); y El Gran Poder, ‘El Señor de Sevilla’ (barrio de San Lorenzo)– «nacen de la intensa devoción en sus respectivos barrios, los dos primeros de naturaleza muy popular, y el tercero, de una burguesía nobiliaria, que luego, y poco a poco, influyen en el resto de la ciudad».
Por último, José Jiménez Guerrero, doctor en Historia Contemporánea y pregonero de la Semana Santa de 1998, cree que el fervor a Jesús Cautivo hay que estudiarlo desde el origen devocional del barrio de la Trinidad, con la incorporación del Señor del Santo Suplicio a la Hermandad de la Amargura (Zamarrilla). Se trataba, sin duda, de una de las más logradas obras del escultor Antonio Castillo Lastrucci, tallada entre 1925 y 1926, y desaparecida en los sucesos de 1931. Su semblante melancólico, la caída de las manos, en actitud de sumisión, y otros resortes escultóricos que reforzaban la ‘humanización’ de la imagen dejaban claro que la pieza en cuestión estaba llamada a aglutinar la devoción pasionista de los vecinos de la Trinidad. En cambio, como bien apunta el profesor Jiménez Guerrero, el hecho de que sólo procesionara entre 1926 y 1931 fracturó esa posibilidad. «Jesús del Santo Suplicio se bendijo en la Aurora María, se procesionaba por el barrio; era la única escultura procesional de Cristo que pertenecía a la Trinidad, representaba una escena, como era el expolio, que se incardinaba en las características del barrio… Sin embargo, las revueltas de mayo de 1931 variaron el curso de la historia», se lamenta el historiador malagueño, al tiempo que insiste en que ese ‘espacio devocional de Cristo’ lo pudo llenar la Sentencia –la fraternidad se creó en 1929 en la iglesia de la Aurora María, mientras que en junio de 1931 se trasladó a San Pablo–, «si bien su marcha a Santiago (1937) hizo inviable esa posibilidad» –el Cristo de los Milagros se hallaba en la parroquia de San Felipe Neri tras su bendición en marzo de 1939 por la destrucción de la ermita–. «La llegada de Jesús Cautivo lo cambió todo. A las características, a la ‘puesta en escena’ con la túnica blanca, a la soledad de la imagen, a su ‘pobreza’ manifiesta –sobre todo en comparación con otras imágenes– se unió algo que resultó definitivo. Y es que el pueblo cambió la concepción con la que había sido encargada a Martín Simón. Además, era la única imagen de procesión del barrio trinitario. Y la talla había sido costeada por la gente del barrio. En definitiva, de ser el ‘Señor de los Cautivos’, pasó a ser el ‘Señor Cautivo’». Ambos conceptos bien podrían parecer un juego de palabras, pero en el ideario colectivo se consiguió cambiar una dinámica, dado que la efigie que identificaba al barrio trinitario «no podía ser utilizada con motivos políticos para identificar a unos prisioneros de guerra, por supuesto, de un solo bando. Un Cristo con las manos amarradas, con su pobreza, con sus características, era el espejo en el que se veían reflejadas las miserias y las ilusiones frustradas de miles de personas del entorno», argumenta José Jiménez.
Desde entonces, Jesús Cautivo fue el icono que aglutinó todas esas peticiones. «Con el paso del tiempo, la imagen se convirtió en seña de identidad de un grupo humano y de un espacio físico concreto. Y, por extensión, del mismo modo que en épocas pretéritas los iconos devocionales eran aquellos que estaban relacionados con la sanación de enfermedades, con las procesiones de rogativas –Virgen de la Victoria, Cristo de la Salud, Santos Patronos, etcétera.–, en la posguerra, cuando esas manifestaciones de religiosidad prácticamente desaparecen, ese espacio de imagen de culto externo que arrastra a las personas, fue ocupado por una escultura pasionista que se convirtió, asimismo, en una imagen taumatúrgica: Jesús Cautivo. Por extensión, la efigie dejó de ser exclusivamente del barrio para ser de la ciudad», concluye el profesor malagueño, no sin antes hacer una reflexión sobre la realidad actual. Y es que el hecho de que la capilla del ‘Señor de Málaga’, en la parroquia de San Pablo, sea un verdadero lugar de peregrinación diario «constituye un fenómeno digno de estudio ya que, a pesar de la época en la que se vive y los planteamientos que, desde algunos sectores, se quieren imponer, gran cantidad de personas seguimos confiando en una imagen que constituye un enlace visible entre el hombre y Dios».
El ‘Señor de Málaga’ es el Cautivo, «símbolo de un pueblo. Eres el interlocutor de las penas de cada uno. Los ojos de esta ciudad se quedan prendidos en el movimiento de la túnica, tan lento, tan lento. Blanco sobre rojo, rojo sobre plata y caoba. La fila de promesas se eterniza en la espiral y en el cansancio de la esfera y el número para llegar a ser un único proceso eternamente repetido: Tu dolor por los hombres ofrecías,/ dándoles todo, sin pedirles nada,/ sin poder evitar que su mirada/ reflejara lo mucho que sufrías…» (Antonio Garrido Moraga, 1996).
Icono contemporáneo, humildad personificada, espejo para la identificación, Cristo de un barrio, responsable de milagros, pero la pregunta sigue abierta: ¿qué tiene el Cautivo?
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