14 curiosidades de las cofradías del Lunes Santo de Málaga

Hay ciertos símbolos y detalles que pueden pasar desapercibidos para el público que sigue las procesiones de Semana Santa de Málaga. Te recopilamos algunas de ellas de Crucifixión, Pasión, Gitanos, Dolores del Puente, Cautivo y Estudiantes y te explicamos su significado y origen.

En cierta manera es la otra «Concepción Dolorosa» de Málaga, aun cuando este apelativo y esta iconografía esté desaconsejada por estimarse teológicamente inapropiada. El palio de la titular de la Cofradía de Crucifixión cuenta en el techo con una pintura al óleo que representa a la Inmaculada Concepción de María, obra del artista malagueño José Palma Santander, quien la realizó en 2002.

El lienzo, en forma ovalada, nos presenta a la Virgen como trasunto de la mujer descrita en el Apocalipsis (12, 1), y que entronca con el anuncio de la victoria sobre el mal anunciado en el Génesis (3, 15). De ahí los clásicos atributos iconográficos de la media luna y la serpiente que figuran a sus plantas. En esta obra figuran de acompañantes cuatro angelitos que blanden en sus manitas azucenas y rosas, como expresión de la pureza y el amor divinos.

La originalidad de la composición del lienzo del palio radica en el hecho de que el semblante de la Inmaculada reproduce fielmente los rasgos compungidos de Nuestra Señora del Mayor Dolor en su Soledad, titular de la Cofradía de la Crucifixión y que tallara Antonio Joaquín Dubé de Luque en 1988.

Al contrario de la abrumadora mayoría de representaciones del Señor en la cruz, el Crucificado de la cofradía de la iglesia del Buen Pastor está clavado al madero con cuatro en vez de tres clavos. El número de éstos no fue cuestión baladí en siglos pasados, pues es bien sabido que teólogos y tratadistas mantuvieron encendidas polémicas sobre el tema. Lo curioso de todo es que hasta entrada la Edad Media lo corriente entre los artistas era recurrir a cuatro, pero progresivamente y en parte por influencia de visionarios y revelaciones místicas, se implantó el modelo de tres, además ampliamente defendido por órdenes y comunidades religiosas como la de los jesuitas, que lo adaptaron para uno de sus emblemas.

En la estatuaria procesional malagueña la excepción solo la pone el Cristo del Perdón, de la Hermandad de los Dolores del Puente, y este otro de la Crucifixión que ejecutara José Manuel Bonilla Cornejo en 1993.

Los estudios forenses contemporáneos comparten y demuestran la teoría de que debieron ser cuatro los clavos que taladraron a Jesús por ambos pies, y por las muñecas, por lo que resulta tan estética como inviable la suspensión atravesando las palmas de las manos que se hubiesen desgarrado incapaces de resistir el peso del cuerpo.

Se trata de la bandera de la iglesia diocesana malagueña, según idea de los archicofrades Juan Antonio Sánchez López y de Javier González Torres. El diseño, por su parte, corresponde a un dibujo de Fernando Prini, mientras que los bordados son de los talleres de la Concepción, de Vélez. Esta insignia viene a proclamar la adhesión a la iglesia diocesana, a la vez que rememora los fines que impulsaron la fundación de la cofradía en tiempos tumultuosos para la religión en España, y en Málaga en particular.

El soporte de la misma está realizado sobre moaré del color violeta o púrpura, como corresponde a los obispos. Sobre él figura el escudo reinterpretado de la diócesis malacitana, consistente en una cruz arbórea flanqueada por dos óvalos que contiene un haz de flechas y un sol radiante, emblemas respectivamente del mártir San Sebastián y de Santo Tomás de Aquino, patronos seculares del seminario conciliar dicocesano.

El asta de la bandera remata en una pieza de cuerpo octogonal que contiene ocho cápsulas acristaladas capaces para albergar partículas.

Que constituye todo un homenaje a la devoción mariana de Andalucía, ya que en ocho medallones de plata en su color, contiene a las patronas de las capitales de provincia de nuestra región. Todas ellas tienen en común que muestra a dichas imágenes en toda su integridad, presidiendo esta galería sacra Santa María de la Victoria, señorial patrona de Málaga. Junto a Ella aparecen Nuestra Señora de las Angustias, blasón sagrado de Granada; la sevillana Virgen de los Reyes, de especial devoción de Fernando III el Santo; Santa María de la Capilla que custodia Jaén y que fue procesionada por los ángeles; la Virgen del Mar de Almería, regalo del mismo océano; Nuestra Señora de la Cinta, quien reina en Huelva desde lo alto del Conquero; la Virgen marinera del Rosario, galeona de Cádiz. Y Nuestra Señora de la Fuensanta, copatrona de Córdoba y del barrio de su nombre.

Esta corona de María Santísima del Amor Doloroso responde al primero de los diseños conocidos de Fernando Prini, quien lo elaboró hacia 1981. Labrada en el taller hispalense de Juan Fernández, le fue impuesta a la Dolorosa de los Santo Mártires en el transcurso de una solemne ceremonia que tuvo lugar el 18 de septiembre de 1982.

El diseñador Juan Casielles del Nido, a quien se deben tantas creaciones para la Semana Santa malagueña, fue un depurado dibujante y buen conocedor del lenguaje artístico clásico. Uno de los rasgos identificadores de sus trabajos, que lo dotan de una personalidad muy acusada, es la introducción de figuras zoomorfas, muy del gusto de los postulados renacentistas y barrocos. En sus obras suelen aparecer águilas bicéfalas, dragones, y como ocurre en la Cofradía de los Gitanos, delfines, motivos todos sacados de los bestiarios religiosos, pues a todos ellos se aplican significados místicos. Los delfines, asociados al concepto de la resurrección, fueron considerados desde tiempos paleocristianos en un trasunto del Redentor, ya que se les atribuía el auxiliar a las embarcaciones perdidas en el mar a las que guiaban hasta tierra firme. El paralelismo es evidente: este cetáceo es parecido a Cristo quien conduce a las almas hasta la salvación.

Casielles, al diseñar el juego de cadenas en plata del Señor de la Columna, como homenaje al convento mercedario donde se fundó la cofradía, introdujo en los remates de las mismas a dos delfines a quienes los cofrades denominan coloquialmente con el ocurrente apodo de «boquerones». Se labraron en la década de los sesenta en el taller de Villarreal, siendo José Villegas hermano mayor.

Efectivamente, los penitentes de esta Hermandad, junto con los de Servitas, son los únicos de toda la Semana Santa que no tienen capirotes. En concreto los nazarenos de los Gitanos llevan unos capillos sujetos con coronas de espinas, que hasta la remodelación última eran de metal, estando las actuales trenzadas en mimbre. Estos elementos, como los encajes que en los ribetes de las túnicas rememoran las antiguas enagüillas interiores, han formado parte inmemorial de la impronta de esta corporación, por lo que se trata de una reliquia de las procesiones de antaño.

Hasta finales del siglo XIX, cuando los adoptó el Rescate y después la Esperanza, no fueron comunes en Málaga los capirotes cónicos tal y como ahora se conocen, luciendo los penitentes capuchas o faraonas, prenda ésta también en relación con el mundo calé. Y es que en el pasado se daba por hecho de que esta etnia, que se extendió por Europa a través de sucesivas migraciones, procedía del país del Nilo, por lo que «gitano» y «egipcio» se convirtieron en palabras sinónimas, mientras que el capillo que dejaba la cara descubierta se llamó «faraona» en recuerdo de los turbantes que usaban los pretéritos moradores de aquellas tierras.

Los corales, una de las joyas de siempre preferidas por el pueblo gitano, algo de lo que ya se hizo eco Federico García Lorca en algunas de sus poesías. En realidad se trata del esqueleto de un pólipo marino muy corriente en los arrecifes de todo el Mediterráneo, aunque la legislación actual restringe severamente su extracción. El más apreciado es el rojo, muy utilizado en la artesanía siciliana, pero también existen otras tonalidades que van desde el rosa al blanco.

Como no podía ser de otra manera, la Virgen gitana de la O posee en su joyero varias piezas confeccionadas en coral, provenientes todas de ofrendas de sus devotos. Así, se pueden enumerar unos pendientes, un anillo, un collar, un rosario. Pero los más significativos son un broche en forma de rosa que se coloca junto al puñal y los cinco camafeos o «carillas», llamadas así porque todas tienen en común a un busto femenino de perfil. Estas alhajas le fueron regaladas a la Dolorosa por su vestidor, el conocido maestro bordador Juan Rosén, cuando llevaba un lustro encargado de ese menester. Por lo tanto, cada una de ellas representa un año de esta labor tan intimista. Colocadas sobre el oleaje de encajes de su pecherín se ha convertido en todo un referente de la titular mariana de los Gitanos.

El malogrado cofrade Jesús Castellanos Guerrero (1953- 2012), que en la práctica fue un firme defensor de las esencias malagueñas, encontró en los principales monumentos religiosos de la ciudad referentes muy gratificantes a la hora de inspirarse en su prolífica faceta como diseñador. De esta forma, al igual que introdujo elementos arquitectónicos tomados de la fachada principal del Palacio Episcopal en el trono del Nazareno de los Pasos en el Monte Calvario, también se valió del conjunto catedralicio para muchas de sus creaciones.

Una de las más celebradas, en cuanto a insignias se refiere, fue el boceto que realizó para los incensarios de su Cofradía de los Dolores del Puente, para los que tomó de modelo el último de los cuerpos de la única torre concluida con la que cuenta el primero de entre los templos de la diócesis, lo que incluye la esfera del reloj. Estos originales turíbulos fueron ejecutados en metal plateado por los talleres sevillanos de Manuel de los Ríos en 1987.

Todas las hermandades malagueñas, incluida los Servitas, cuentan con un grupo de acólitos o monaguillos que preceden los tronos procesionales incensando a las imágenes en un gesto reverencial de veneración algo que, como muchas otras prácticas litúrgicas, los cristianos tomaron de los rituales paganos de la antigua Roma.

Es un motivo simbólico que tiene su precedente en uno de los versículos del Cantar de los Cantares bíblico que dice: «Como lirio entre los cardos es mi amada entre las doncellas» (2, 2), y que desde muy antiguo se ha aplicado como requiebro a la figura virginal de María. Jesús Castellanos Guerrero, a quien se debe todo el programa iconográfico y artístico de la Cofradía de los Dolores del Puente, eligió estas flores como signo expresivo de la Dolorosa titular, colocándoselas a sus plantas en los años que acompañaba en el mismo trono al Crucificado del Perdón, e igualmente cuando pasó a salir bajo palio.

En este contexto de la Pasión del Señor el lirio o azucena, emblema de la pureza e inocencia, y los cardos, provistos de púas, vienen a significar la entereza de María al pie de la cruz y afligida de dolor por el sufrimiento de su Hijo. Los tratadistas también gustaban de aplicar otra acepción complementaria: «Una flor entre abrojos es más apreciada cuanto más repulsiva son las espinas que la rodean y la fealdad de éstas hacen resaltar su hermosura. Así como la azucena se conserva ilesa, así María Dolorosa se conserva pura entre los espinos de las mortificaciones».

En varios de los tronos construidos en el periodo de la posguerra se optó por colocar dos hachones, o dos faroles en vez de los cuatro que por lógica han de flanquear los ángulos de las andas. Así ocurrió con los Crucificados de la Expiración y el de los Milagros, debiendo responder esto al deseo de originalidad que buscaron los promotores de los tronos o sus autores. Pero la causa de que Jesús Cautivo desfile escoltado por dos faroles se debe a un motivo distinto.

La clave la aporta el contrato que la hermandad trinitaria suscribió con el artista Manuel Seco Velasco, autor de las andas que todavía procesiona, el 30 de octubre de 1952. En este documento se especifica que el conjunto «llevará cuatro arbotantes de tubo, revestidos con hojas repujadas y constará cada uno de quince luces». «También llevará dos faroles a los lados del Señor». Cuando al año siguiente, aunque inacabado, el trono salió por vez primera a la calle, lucía ya los dos faroles, pero no los citados candelabros que fueron sustituidos por cuatro ánforas con flores. Finalmente, quizás por problemas económicos o simplemente porque fue del agrado de la mayoría, el trono del Señor quedó para los restos tan inacabado como la Catedral.

Estos arbotantes poseen como basamento la pormenorizada reproducción de las torres campanarios de la Catedral y de la iglesia de San Pablo de forma respectiva, estando ambas escoltadas por unas parejas de acólitos infantiles revestidos de dalmáticas. La inclusión de estos elementos de la arquitectura local en el navío donde navega María Santísima de la Trinidad Coronada supone un testimonio parlante de adhesión a la Iglesia malacitana y a la comunidad parroquial donde la cofradía está radicada desde su fundación en 1934. La disonancia de los estilos de ambas arquitecturas, barroca la torre catedralicia y neogótica la del templo trinitario, quedan mitigadas por el resto del conjunto de candelabros de sinuosos brazos capaces para albergar dieciséis tulipas con sus correspondientes coronitas. Los arbotantes fueron construidos en 1986 por el taller de José Brihuega y quedan asegurados por unos discretos vientos de metal plateado que amortiguan el cimbreo del andar del trono.

Estos verdaderos árboles de luces que en número de cuatro son tan particulares del procesionismo malagueño reciben el nombre de arbotantes tomado, como no podía ser de otra forma en una ciudad costera como la nuestra, de la voz marinera que designa de ese modo a los elementos que sobresalen del casco de un barco.

Según parece, la idea de los cofrades de la Trinidad cuando encargaron en 1938 al escultor José Martín Simón la talla de Jesús Cautivo, era la de venerarlo como un Ecce Homo, lo que implicaba exponerlo sin prendas, o a lo sumo arropado en una clámide, de ahí que su cuerpo presente un estudio anatómico, prescindible si se hubiese concebido desde un principio para ser revestido.

La entonces comisión de arte que velaba por la calidad de las obras religiosas que se pretendían bendecir expuso varios reparos para aprobar la imagen, aunque todo parece indicar que el inconveniente de mayor peso fue precisamente la desnudez que ostentaba. Estos escrúpulos puritanos obligaron a los cofrades a aceptar que fuera sobrevestida, para lo que se tuvo que recurrir apresuradamente a confeccionar una túnica, que cosió Ana Carrasco Castilla, hermana de uno de los fundadores de la hermandad trinitaria. Para ello se recurrió a unos metros de tela blanca, que en aquella espantosa situación de carestía, era la única que encontraron disponibles en los almacenes que Modesto Escobar poseía en el barrio de Capuchinos.

Lo que fue fruto de la improvisación acabó siendo un poderoso imán para captar la devoción del pueblo malagueño, desde aquella jornada del 19 de marzo de 1939 en que se bendijo el Señor.

Se las viene denominando como sibilas, porque resulta innegable que plásticamente están inspiradas en las que Michel Ángelo pintó para la capilla Sixtina, tales como las llamadas Deifica o Eritraica, si bien en realidad se tratan de personificaciones creadas como un recurso artístico para plasmar en unos personajes, en este contexto femeninos, ideas abstractas. En realidad las sibilas, sacerdotisas del dios Apolo, eran las profetisas de la gentilidad, que por pura misericordia de Dios, se les atribuye haber presagiado el advenimiento de Cristo. Por el contrario, las figuras que aparecen acomodadas en los basamentos de los cuatro arbotantes del trono encarnan figuradamente a las siguientes ramas del saber: las ciencias, las artes, la medicina y el derecho. Así las concibió Jesús Castellanos al proyectar estos elementos, atendiendo a la vocación universitaria de la cofradía.

Estas elegantísimas esculturas fueron creación del escultor José María Ruiz Montes, quien realizó las terracotas para los moldes a tamaño académico, siendo vaciadas en metal plateado por los talleres sevillanos de orfebrería Villarreal.

Se trata de una réplica en plata del Santo Cristo de la Salud, protector de Málaga desde que el 31 de mayo de 1649, cuando se experimentaba una espantosa epidemia de peste, protagonizó un hecho milagroso que acaeció entre la calle Especería y el espacio más próximo al zaguán donde entonces se encontraban las casas consistoriales o Ayuntamiento. Desde entonces pasó a ser la imagen sacra referencial de las autoridades municipales en contraposición a la Virgen de la Victoria que lo era del estamento religioso. Ambas efigies eran conjuntamente invocadas en cuanto acontecimiento extraordinario se desarrollase en la ciudad, ya fuera de acción de gracias o para impetrar el auxilio divino en caso de cualquier calamidad pública.

La Cofradía de los Estudiantes, en atención a este bagaje espiritual del simulacro que labrara José Micael, y al hecho de radicar en la iglesia donde se venera y de la que es titular, lo escogió como remate de su estandarte corporativo, que además posee una pintura del Coronado de Espinas, salida de los lienzos de Félix Revello de Toro y un soporte bordado en oro sobre terciopelo rojo recamado por el taller de Joaquín Salcedo Canca. Se estrenó en la Semana Santa de 2002.

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