Andrés Camino Romero / Doctor en Historia
Málaga
Miércoles, 12 de febrero 2025, 08:52
Hace ya unos años, en 1996, presenté una comunicación en el III Congreso Nacional de Cofradías de Semana Santa, celebrado del 8 al 10 de noviembre en la ciudad de Córdoba, dedicada a la desaparecida Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Buena Muerte y ... Nuestra Señora de los Dolores de la parroquia de San Pedro de Málaga. Desde entonces, mi labor investigadora ha continuado y me ha permitido localizar nuevos datos que encauzan la historia de esta corporación, fundada en el barrio de El Perchel. Ahora, y con motivo de la bendición del nuevo titular de la Cofradía de la Misericordia, el Santísimo Cristo de Ánimas, se me presenta la oportunidad para entroncar esa advocación con la de Nuestro Padre Jesús de la Buena Muerte.
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La construcción de la iglesia de San Pedro, que así se denominó por haber ejercido de pescador, al igual que su hermano Andrés, en un barrio dedicado a esas faenas, fue iniciada bajo la mitra de Diego Martínez Zarzosa (1656-1658) y finalizada en enero del año 1659, en sede vacante por el fallecimiento de su impulsor, como «ayuda» de la parroquia de San Juan, donde solo podían administrarse los llamados sacramentos de urgencia: viático (administración de la comunión que recibe un enfermo o moribundo) y extremaunción (sacramento que consiste en la unción con óleo realizada por el cura a los fieles en peligro de muerte), atendiendo, de esta forma, a los vecinos de El Perchel. El templo no alcanzó el rango de parroquia hasta 1833.
La vida religiosa del barrio se desarrolló, independientemente de la que se llevaba a cabo en los conventos de las Órdenes de Predicadores y Carmelitas Descalzos, en torno a su iglesia, con una sola nave y una única capilla, la sacramental. Con respecto al asociacionismo, que es realmente lo que nos interesa, se crearon las siguientes hermandades y cofradías penitenciales, de gloria, benéfico-asistencial y de enterramientos: la Cofradía de Nuestro Padre Jesús de las Penas (hacia 1660), la Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores (en 1737), la Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad (un testamento otorgado en la escribanía de José Antonio de León la daba por existente en 1755), la Hermandad del Santo Rosario de Nuestra Señora del Mar (cuya primera noticia documental data de 1784), la Hermandad de la Misericordia (aprobó sus Constituciones en 1791, si bien estaba creada para 1789) y la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Buena Muerte (entre 1789 y 1790).
Desgraciadamente, no se cuenta con un ejemplar de las primitivas reglas de la Hermandad de la Buena Muerte para que pudiera aportarnos la impronta o modelo que siguió, aunque todo parece apuntar que fuese de enterramiento, poniendo en práctica una de las siete obras de misericordia.
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Según el jesuita Wenceslao Soto Artuñedo, el obispo de Cádiz, Lorenzo Armengual de la Mota (1715-1730), nacido en 1663 en el barrio de El Perchel, dotó con una misión permanente a la iglesia de San Pedro, entregando un capital a la Compañía de Jesús, que lo invirtió en la compra de casas con cuyos alquileres se pagaba la manutención de dos padres predicadores, que tenían obligación de asistir ciertos días de la semana a este arrabal de la ciudad para explicar la doctrina cristiana y exhortar las buenas costumbres a las gentes que, por su trabajo y pobreza, no solían oír la palabra de Dios. El malagueño P. José Colombo fue el principal responsable de esta misión y dio principio a la devoción de la Virgen de los Dolores, siendo trasladada la imagen desde la iglesia del Colegio de la Compañía de Jesús a la de San Pedro el 26 de diciembre de 1737, creándose la Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores. Si tomamos de referencia el recorrido devocional iniciado por la Virgen de los Dolores, podría darse el caso que los hijos espirituales de San Ignacio de Loyola llevasen, a finales de los años ochenta o principios de los noventa del siglo XVIII, la imagen de un Crucificado, bajo la advocación de la Buena Muerte, para que se formase una fraternidad encargada de dar sepultura a los hermanos y a aquellos vecinos que contasen con menos recursos económicos.
Hay que recordar, como manifestaba el historiador Elías de Mateo Avilés, que la 'Buena Muerte' es una advocación vinculada a la labor de apostolado de la Compañía de Jesús. De hecho, en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, de Santiago de Compostela, actualmente recibe culto una imagen de un Crucificado bajo la citada denominación, salido de la gubia de José Rivas.
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En un artículo publicado en la revista La Saeta, el investigador Alberto Jesús Palomo Cruz, exponía que el Cristo de Mena fue descubierto, en 1883, por el presbítero y erudito jesuita Juan Bautista Moga, cuando se encontraba en el retablo de la capilla mayor de Santo Domingo. El 1 de abril del referido año, tuvo lugar una función religiosa oficiada por el P. Moga en honor del Crucificado.
El crítico de arte y especialista en la obra de Pedro de Mena y Medrano, Ricardo de Orueta, apuntaba que, tras la revalorización efectuada del Cristo por el mencionado sacerdote, añadía: «Con esto y con la fama que los jesuitas le dieron, la devoción a esta imagen se extendió bien pronto». No es, por tanto, descabellado pensar que la advocación surgiera a instancia suya. Nuevamente Palomo, en su libro 'Los nombres de la Pasión', afirmaba que: «Hay que buscar el origen de la advocación de este Crucificado en la influencia que algunos padres de la Compañía de Jesús ejercieron en su naciente Hermandad».
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Para establecer una fecha fundacional de la Hermandad de la Buena Muerte de la iglesia de San Pedro debe tomarse de referencia un artículo publicado en La Saeta por la archivera municipal, María del Carmen Mairal Jiménez, quien detallaba las hermandades que habían presentado sus constituciones para su aprobación y cuyos textos se hallaban insertos en los libros de cabildos del periodo comprendido entre 1789 y 1791, no figurando la Hermandad de la Buena Muerte.
Después contamos con el canónigo Cristóbal Medina Conde, quien escribía bajo la identidad de su sobrino, el presbítero Cecilio García de la Leña, por tenerlo prohibido al haber falsificado su linaje, que sí recogía a la «De Jesus de la Buena Muerte», en sus célebres 'Conversaciones Históricas Malagueñas', impresas en 1789.
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Esta anotación viene ratificada por un listado de hermandades y cofradías del año 1795, conservado en los fondos documentales del Archivo de la Catedral de Málaga. En él se relacionan todas las que, por entonces, existían en la Diócesis malacitana, estando obligadas a declarar los ingresos obtenidos en el quinquenio 1790-1794. En la iglesia de San Pedro radicaban la «Hermandad del Santo Rosario de Nuestra Señora del Mar», la «Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores», la «Hermandad de Señor Crucificado con el título de la Buena Muerte» y la «Hermandad de la Misericordia para la curación de los enfermos».
Como puede apreciarse, las antes mencionadas Cofradía de Nuestro Padre Jesús de las Penas y Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad no constan, por lo que debieron haber desaparecido del panorama asociativo.
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La Hermandad de la Buena Muerte tuvo que declarar en 1795, como las corporaciones referidas. Uno de sus mayordomos, Francisco de Paula Écija, que vivía en una casa junto a la plazuela de la iglesia de San Pedro, recibió una notificación para que declarara ante el Tribunal de la Santa Cruzada el óbolo que recibía de manos de hermanos y fieles. Sin embargo, fue el otro mayordomo, José de Salazar, quien respondió a las preguntas del Juez de la Comisión creada a los efectos oportunos, manifestando que se había recaudado en cinco años la cantidad de 8.972 reales de vellón.
A la vista de lo recaudado y comparándolo con lo de las otras hermandades de la iglesia de San Pedro, la Buena Muerte fue la que menos recibió. La del Rosario alcanzó los 26.567 reales y la de los Dolores 19.989 reales. De la Misericordia no se menciona la cantidad. Lo que, en resumen, muestra estos datos es que la que menos 'tirón' tenía era la que se trata en estas líneas, posiblemente por su tipología, aunque las dos primeras citadas también enterraban a sus hermanos en la criptas habilitadas en el templo.
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Del siglo XIX, se conservan unos listados conservados en la Sección de Cementerios del Archivo Municipal de Málaga, que revelan que el número de asociados a la hermandad ascendía en el año 1843, a 50; y en 1852, a 60.
Independientemente de las prácticas funerarias que desarrollara, la Hermandad de la Buena Muerte se ocupó de mantener el culto interno en honor de su sagrado titular y realizar los sufragios por los hermanos fallecidos. Por lo que apreciamos en el periódico El Avisador Malagueño, solían celebrarse en enero o febrero, según la fecha en que cayese la Semana Santa. Para el 21 de enero de 1849, ocupó la sagrada cátedra Gabriel Fajardo, de la Congregación de San Felipe; el 9 de febrero de 1851, Félix María de Cádiz; el 20 de enero de 1856, Vicente Pontes Cantelar, fraile agustino exclaustrado que llegaría a ser preconizado en 1875 obispo de Guadix-Baza; y el 24 de enero de 1858, Francisco Ramón de la Rosa.
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Los cambios políticos y desórdenes acaecidos en la segunda mitad de la centuria decimonónica –especialmente la Revolución de la Gloriosa en 1868 y la instauración de la I República en 1873–, pudieron influir en la postración de la Hermandad de la Buena Muerte, así como de las citadas del Santo Rosario de Nuestra Señora del Mar y de Nuestra Señora de los Dolores.
Para 1883, San Pedro presentaba un estado deficiente de conservación. Por ello, el obispo Manuel Gómez-Salazar y Lucio-Villegas (1879-1886) acordó trasladar provisionalmente la parroquia a la del Carmen, el culto y el archivo parroquial, pero lo que se hizo con carácter transitorio se mantuvo hasta el 26 de junio de 1945, año en que el obispo Balbino Santos Olivera (1935-1946) consagró la iglesia parroquial de San Pedro, que había sido asaltada en 1931 y no reparada hasta después de la Guerra Civil.
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A pesar de la decisión tomada por Gómez-Salazar, San Pedro no se cerró al culto, como manifestó en una publicación el claretino P. Leonardo Mayor Izquierdo. La prensa local, El Avisador Malagueño (1889), La Unión Mercantil (1887, 1900, 1901 y 1902) y algunos documentos pertenecientes a los archivos Díaz de Escovar (1914) y de la Agrupación de Cofradías (1922), dan buena prueba de ello.
Volviendo a la Hermandad de la Buena Muerte, ésta reaparecía en 1884, pero establecida en la parroquia de Nuestra Señora del Carmen, siendo elegido hermano mayor Rafael Gómez Olalla. En unos estatutos impresos en 1886 se recogía que «la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Buena Muerte, y la Cofradía de Ntra. Sra. de los Dolores, eregida en la Iglesia Parroquial de San Pedro, y Ntra. Sra. del Carmen, de esta Ciudad, á partir del 1.º de Junio de 1884, formarán una sola corporación que se denominará: Hermandad de Ntro. Padre Jesús de la Buena Muerte y de Ntra. Sra. de los Dolores».
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En la cita literal aparecen unidas las advocaciones de 'San Pedro' y 'Ntra. Sra. del Carmen', que se mantendrían hasta la reapertura de San Pedro en 1945. Ese cambio provocó más de una confusión. En el periódico El Avisador Malagueño de 28 de junio de 1885, en la sección religiosa, se habla de «Parroquia de S. Pedro y Ntra. Sra. del Carmen». Durante la cuaresma de 1887, La Unión Mercantil facilita una información referida a la imagen de Nuestro Padre Jesús de la Misericordia, anunciando que la imagen se venera en la «Iglesia parroquial de Ntra. Señora del Carmen», desapareciendo en esta ocasión 'San Pedro'. Y, por último, en El Avisador Malagueño del 12 de abril de 1889, se menciona, por un lado, a la «Parroquia de San Pedro y Ntra. Sra. del Carmen» y, por otro, a la «Iglesia de San Pedro» de la calle Pavía.
Ramón A. Urbano Carrere apuntaba en 'La Guía de Málaga para 1898', la imagen de «una Dolorosa» se encontraba en la nave derecha pasada la capilla de Jesús de la Misericordia y la de un «Crucificado, cuya escultura es de gran tamaño» en uno de los altares de la nave izquierda, junto al de las Ánimas, que estaba privilegiado por uno de los pontífices romanos.
No ha de extrañar este apunte de Urbano Carrere, pues durante mis estancias en Roma para llevar a cabo investigaciones en el Archivo Apostólico Vaticano (antes Archivo Secreto Vaticano), he encontrado altares privilegiados concedidos a las Hermandades de Ánimas de Málaga (parroquia del Sagrario) y provincia (iglesia parroquial de San Sebastián de Antequera, iglesia de la Encarnación de Comares y parroquia de Nuestra Señora de la Encarnación de Marbella), las cuales vivieron en el siglo XVIII una etapa de pujanza.
El hecho de que las dos imágenes no ocupasen el mismo espacio, que sería lo más lógico, puede dar a entender que la titular ya radicase y viniese ocupando de antiguo ese emplazamiento en el templo, y que el Crucificado, de la Hermandad de la Buena Muerte, fuese situado en uno diferente al fusionarse, en 1884, con la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores.
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La naciente corporación tuvo como principal objeto, a tenor de lo señalado en los estatutos: «dar culto á Dios Ntro. Señor y atender al bien espiritual de los hermanos».
Los enterramientos de los hermanos difuntos, que solían hacerse en las bóvedas y criptas de las iglesias por parte de las hermandades y cofradías, quedaron completamente prohibidos por razones de materia higiénico-sanitarias, según la Real Orden de Carlos III que databa del año 1781, aunque ésta no se llevó a la práctica hasta bien entrado el siglo XIX. Esto trajo consigo, como apunta en un artículo el profesor Francisco José Rodríguez Marín, que un destacado número de ellas: la Soledad de Viñeros, la Aurora del Espíritu Santo, Llagas y Columna, el Nazareno del Paso, Viñeros, la Concepción Dolorosa, la Oración del Huerto, la de 'El Rico', la Misericordia, la Exaltación, las Fusionadas, La Puente del Cedrón, entre otras, adquiriesen terrenos para la construcción de panteones en el cementerio de San Miguel. Dentro de las posibilidades que tuvo a su alcance la Hermandad de la Buena Muerte compró, una vez reorganizada, ocho nichos, correspondientes a los números 313 al 320, ambos inclusive.
La hermandad solía celebrar en el transcurso de cada año tres cabildos generales: uno, el primer domingo de mayo, para la elección de la junta de gobierno, presentación de las cuentas y nombramiento de la comisión revisora; otro, el domingo inmediato, para la aprobación de las mencionadas cuentas y toma de posesión de la nueva junta; y el tercero y último, el primer domingo de marzo, para acordar todo lo concerniente al culto de los titulares durante la Semana Santa.
Sobre el día que hacía su salida procesional no hay ninguna mención al respecto, recogiéndose únicamente que se podrá «llevar el guion en las procesiones y demás actos públicos».
En la centuria decimonónica existió en Málaga la costumbre de visitar los altares que la gran mayoría de las hermandades y cofradías (también de gloria y asociaciones religiosas) adornaban en tiempos de cuaresma, presentando a sus imágenes titulares fuera de sus capillas. De hecho, no solamente eran asiduamente visitados por el pueblo sino que también lo hacían representantes del Ayuntamiento y de la Iglesia, con el alcalde y el obispo a la cabeza de sus legaciones. Hay que detenerse en la lejana Semana Santa de 1890 para vivir, más de cerca, la expectación que levantaban dichos altares. Durante todo el trayecto, el obispo Marcelo Spínola y Maestre (1886-1896) recibió muestras de veneración y cariño. Al llegar al barrio del Perchel no fue menor la concurrencia que en otros lugares. En la parroquia del Carmen, además del monumento, se encontraban expuestas las imágenes del Señor de la Misericordia, cuyo hermano mayor era Melchor Herrero, y de la Buena Muerte y Dolores, Rafael Gómez Olalla.
Para 1896, la Hermandad de la Buena Muerte participó en la procesión de impedidos, organizada por la parroquia del Carmen para administrar la comunión a los enfermos. El periódico La Unión Mercantil resaltaba la presencia de ésta, con miembros de la junta de gobierno y con el guion corporativo, destacando que su albacea distribuyó diferentes bonos de pan entre los enfermos visitados.
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El dinamismo de la hermandad se veía reflejado con la renovación de los órganos de gobierno, como la que tuvo lugar en el cabildo general celebrado el día 3 de julio de 1898, saliendo reelegido hermano mayor Rafael Gómez.
La compra de cera para la iluminación de las imágenes titulares y el cuidado y arreglo de la capilla y el altar donde recibían culto, suponían unos gastos que la Hermandad de la Buena Muerte y Dolores tenía que hacer frente con grandes dificultades. Por tal circunstancia, el 7 de mayo de 1891 organizó una función o gala en el Teatro Cervantes que, a buen seguro, le reportaría pingües beneficios.
El primer documento de la hermandad conocido en el siglo XX está fechado el 30 de junio de 1900. Exactamente, se trata de un listado de 145 hermanos, siguiendo al frente de la hermandad Gómez Olalla, impulsor de la misma, tras dieciséis años en el cargo.
No puede precisarse por qué la Hermandad de la Buena Muerte no se sumó a las subvenciones que las cofradías de la época solicitaban a la corporación municipal. Quizás esa decisión estuviese basada en el hecho de que el obispo Juan Muñoz Herrera (1896-1919) no autorizase las salidas procesionales de aquellas cofradías que no reuniesen «los elementos suficientes para presentarse en la vía pública».
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Tras un pequeño paréntesis, sin que se tengan noticias de la Hermandad de la Buena Muerte, La Unión Mercantil informaba a sus lectores de que, en los años 1913 y 1915, los hermanos tributaron un solemne quinario a la sagrada imagen en su sede canónica.
Durante los años 1918 y 1919, y según señalaba el citado diario, la hermandad realizó el desfile procesional el Viernes Santo, pero solo con la Dolorosa, sin el acompañamiento del Crucificado, pero, a continuación, de la comitiva procesional del Nazareno de la Misericordia. Curiosamente, y a diferencia de años precedentes, la junta de gobierno de la Hermandad de la Buena Muerte se dirigió, en 1918, al Ayuntamiento para solicitar una subvención económica con la que cubrir los gastos de la procesión.
La situación del titular cristífero de la hermandad no está suficientemente clara a raíz de las gacetillas aparecidas en los periódicos locales de 1918 y 1919, en las que se informaba sobre la salida procesional de la Virgen de los Dolores sin el acompañamiento del Señor de la Buena Muerte.
Al año siguiente, y en una noticia publicada por La Unión Mercantil el 17 de marzo, se anunciaba que la Virgen de los Dolores de la Cofradía de la Buena Muerte acompañaría, por primera vez, al Cristo de la Misericordia en la salida procesional. La situación era fácil de entender. Por la razón que fuese, la titular mariana no procesionaba con el Crucificado y el Nazareno no contaba con una Dolorosa. Así que se llegaría a un acuerdo entre ambas directivas para que se formase un único cortejo.
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Tras estas últimas aportaciones, puede haber un cierto paralelismo entre el Señor de la Buena Muerte y el de Ánimas de Ciegos de las Reales Cofradías Fusionadas, en el sentido de que fuese reservado exclusivamente para las misas y sufragios de los hermanos difuntos, aunque esta última imagen empezó a tomar protagonismo a partir de 1935, al ser procesionado en una Semana Santa atípica.
En la junta general de la Agrupación de Cofradías del 27 de marzo de 1926 se vivió un enfrentamiento entre la Hermandad de la Buena Muerte y la Cofradía de la Misericordia, cuando la primera de ellas solicitó el ingreso en la entidad. La petición cogió por sorpresa al presidente Antonio Baena Gómez (1921-1935), quien creía que la segunda ingresó como «Hermandad de dos paso» y no haciéndose constar, en ningún caso, que fueran dos cofradías distintas. La reacción de los representantes de la Misericordia no se hizo esperar, amenazando con retirarse del organismo agrupacional. El amago dio el resultado esperado, pues se negó el ingreso de la Hermandad de la Buena Muerte.
Resulta cuanto menos sorprendente la petición efectuada por los hermanos de la Buena Muerte cuando en un saluda, fechado el 7 de enero de 1926 y dirigido a Antonio Baena por Francisco de Asís Cabrera, constase lo siguiente: «El Hermano Mayor de las Hermandades Fusionadas de Nuestro Padre Jesús de la Misericordia, Nuestro Padre Jesús de la Buena Muerte y Nuestra Señora de los Dolores».
Pero el asunto se complica aún más cuando después de la fecha del 7 de enero y antes de la del 27 de marzo, el 17 de marzo, la «Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Buena Muerte y Nuestra Señora de los Dolores» celebraba un cabildo general extraordinario, siendo elegida una nueva junta de gobierno, en la que figuraban, entre otros cargos, Francisco de Asís Cabrera Anaya de tesorero, Julio Cabrea Orellana (su hijo) de albacea, Dolores Cabrera Orellana (esposa de Francisco de Asís y madre de Julio) de camarera.
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A la vista de esta extrañísima situación, nunca vista hasta entonces, pudo suceder que un grupo de hermanos en una reunión votase a favor de la fusión con la Cofradía de la Misericordia; y otro, no compartiese ese criterio. De todos modos, se hace necesario indicar que los cofrades de una fraternidad pertenecían a la directiva de la otra y al contrario.
El profesor Juan Antonio Sánchez López añade en su libro 'El alma de la madera' que, precisamente, en ese año de 1926, hubo un intento de fusión entre ambas corporaciones que no permitió el obispo Manuel González García (1920-1935).
Con la postración de esta hermandad, como independiente, la imagen titular quedaba incorporada a la Cofradía de la Misericordia y cambiaba, entre 1926 y 1927, su advocación primitiva por la actual del Gran Poder, «tal vez como un signo visible de su transferencia al patrimonio artístico de otra fraternidad en disputa», como asevera Sánchez López. También se ha apuntado que el cura-párroco del Carmen de ese tiempo, era sevillano y muy devoto del Señor del Gran Poder y la opinión del sacerdote prevaleció para se adoptara esa advocación.
Como es sabido, durante los días 11 y 12 de mayo de 1931 una gran parte del patrimonio cofrade fue destruido en el asalto y quema de conventos e iglesias. Efectivamente, la parroquia del Carmen padeció esos mismos rigores. Entre los daños estaba registrada la capilla de 'Ánimas y Buena Muerte', que fue destruida y se descubrió, entre los restos, parte de la cabeza de este Cristo, como subraya el historiador José Jiménez Guerrero en su obra 'La quema de conventos en Málaga'. Líneas atrás se vio que el altar de la Buena Muerte le seguía al de Ánimas. Por fortuna, la Virgen del Gran Poder pudo ser salvada gracias a la intervención del albacea y vestidor de la imagen, José del Olmo Quesada, quien, además, también la rescataría en 1936.
Pasada la Semana Santa de 1935, los hermanos de la Misericordia enviaban un escrito, fechado el 22 de julio, al gobernador civil de la Provincia, Alberto Insúa, comunicando el nombramiento de una nueva junta de gobierno con la denominación que sigue: «Muy Ilustre Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Misericordia, Nuestro Padre Jesús de la Buena Muerte y Nuestra Señora del Gran Poder».
Previamente, en el cabildo general extraordinario celebrado el 30 de junio se confeccionó la directiva y en el del 20 de julio se cubrieron las vacantes bajo la presidencia de José López Merino. Curiosamente, en esta relación aparece el cargo de albacea de Culto de Nuestro Padre Jesús de la Buena Muerte y Ánimas, asignado a Justo López Crespo.
Lo que parecía un camino más despejado se vuelve a embarullar cuando, por una parte, la advocación de 'Buena Muerte' se incluye en el título corporativo y, por otra, en la directiva se designa a un albacea con las advocaciones unidas de 'Buena Muerte' y 'Ánimas', sin contarse con una imagen física. Esta iniciativa lo único que nos lleva a pensar que pudiese deberse a cuestiones devocionales e, incluso, históricas.
A partir de 1938, desaparecía del título la advocación de Buena Muerte, quedando como: «Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús de la Misericordia y Nuestra Señora del Gran Poder».
No sería, pues, hasta 1960, el año en que se actualizase la titulación: «Real, Ilustre y Venerable Cofradía de Nuestro Padre Jesús de la Misericordia, Santísimo Cristo de Ánimas, Nuestra Señora del Gran Poder y San Juan de Dios». Sin duda, la iniciativa tuvo que surgir de la junta de gobierno presidida por Sebastián Peláez Ripoll, quien la rigió entre 1954 y 1972.
En un título de mayordomo de honor concedido el 5 de septiembre de 1960 al diestro Luis Segura, por su devoción y cariño hacia el sagrado titular, ya se reseñaba el «Santísimo Cristo de Ánimas» y, además, el de «San Juan de Dios», patrono del Cuerpo de Bomberos. Sin embargo, en el primer libro de actas existente en el archivo de la corporación perchelera, comprendido entre 1946 y 1978, no se registra ningún acuerdo al respecto. En la edición de la revista La Saeta de 1961 figuraba, por primera vez, dicha titulación que es la que, hasta ahora, se ha mantenido.
Con todo, podrían exponerse un buen número de teorías sobre esa cuestión, pero la que, en mi opinión, parece la más lógica que algún directivo tuviese conocimiento de la existencia, por algún documento localizado, de la advocación de Buena Muerte añadida a la denominación corporativa y que, más tarde, se uniese a la de Ánimas por la cercanía de un altar con otro. Sin embargo, y para evitar las pertinentes confusiones con la Congregación del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ánimas, de la parroquia de Santo Domingo, se apostara por la supresión de 'Buena Muerte' y por la aceptación de 'Ánimas' quedando fijada para siempre.
Investigación realizada con motivo de la bendición del Cristo de Ánimas, de la Hermandad de la Misericordia, que se celebrará el sábado 15 de febrero, a las 20 horas, en la parroquia de Nuestra Señora del Carmen.
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