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Desde hace más de cinco siglos, en el monte que corona la ciudad, una ermita se erige desde tan privilegiada atalaya en vigía de Málaga. Allí, cada tarde de Viernes Santo, comienza el desfile procesional de la Hermandad del Monte Calvario. El Cristo Yacente de la Paz y la Unidad es bajado por sus hermanos en unas sencillas parihuelas a través de la Vía Dolorosa en un ambiente de recogimiento hasta llegar al santuario de la Victoria.
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Allí, la imagen tallada por Antonio Eslava Rubio es despositada sobre el primoroso túmulo funerario colocado en su trono procesional, alrededor del cual se sitúa el grupo escultórico que representa la Sagrada Mortaja: Nuestra Señora de Fe y Consuelo, los santos varones José de Arimatea y Nicodemo y las tres Marías: María de Cleofás, María Salomé y María Magdelena. Tras ellos, Santa María del Monte Calvario con la bella Virgen en sacra conversación con San Juan.
La procesión de este año iba a tener unas connotaciones especiales para esta cofradía victoriana caracterizada por el recogimiento y la sobriedad ya que no la acompañaría quien ha sido motor, testigo y uno de los artífices del crecimiento de la hermandad desde su reorganización en los años 70, el padre Manuel Gámez, quien falleció el pasado octubre.
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