A PEPE

ANTONIO GARRIDO

Jueves, 9 de febrero 2017, 01:00

No me gustan las necrológicas ni los homenajes 'post mortem' pero es obligado que disponga la pluma para recordar a Pepe París, una de esas personas, muy pocas, que no esperas que cumpla el tributo de todos, fallecer.

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Por suerte me encontraba a Pepe con mucha frecuencia, en la calle. Un abrazo rápido, un saludo y cada uno a seguir cansando el día. Hace tanto tiempo que lo conozco, sí, voy a usar el presente de indicativo, que no tengo memoria de cuándo empezó nuestra amistad.

Una distinción clásica es la de lo público y lo privado; en el primer caso parece más fácil analizar y valorar los hechos; en el segundo, la emoción y la subjetividad influyen el juicio. Intentaré deslindar los campos.

Pepe es un cofrade absoluto, definitivo, entregado, y con mucha pasión, por cierto. Lo veo hablando con un amor total por nuestras cofradías. No dudaba, nuestra Semana Santa es la mejor del mundo e incluso más allá. Nada cofrade le era ajeno. Se implicó en todo lo que fuera beneficioso para nuestras corporaciones nazarenas. Compartimos el honor de ser 'Capirotes de Oro', aquella orden creada y presidida por otro Pepe, mi admirado Pepe Atencia, en cuyos almuerzos reinaba el humor y la agudeza. Quiero que la escritura fluya a modo de flases, de pinceladas.

A su generación le tocó pasar momentos difíciles, pertenece a los que tuvieron que continuar con la reconstrucción del patrimonio de las hermandades. Lo hicieron con pocos medios y toda la ilusión; con mucho esfuerzo y óptimos resultados.

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Quiero resaltar, por la parte que me toca, que fue pionero en un terreno que hoy es normal pero que hubo que desbrozar en su momento: la presencia de la Semana Santa en la Universidad. La relación de Pepe con Gustavo Villapalos y Braulio Díaz Sampedro facilitó que se organizaran cursos de verano y otras actividades de calado en las que tuve el honor de participar. El paraguas de la Universidad Complutense fue muy beneficioso para una aproximación académica a la realidad plural de la gran celebración anual. Los cursos también, y no es cualidad menor, eran lugar de encuentro y convivencia. Pepe los disfrutaba enormemente y ejercía de magnífico anfitrión.

En el apartado personal la frase que lo define no es muy larga: Amor infinito al Cautivo y a la Trinidad. Aquí necesitaría un inventario muy amplio de adjetivos para expresar sus sentimientos. Fue dos veces hermano mayor y su vida estuvo estrechamente a la cofradía. Todos los cofrades creemos, con razón, que nuestra hermandad es la mejor, sin lugar a dudas. Es un axioma y, precisamente por eso, no necesita demostración. Algunos son moderados en sus expresiones y otros no lo somos, nos desbordamos, somos exagerados a la hora de alabar las virtudes de la corporación y la devoción a los titulares; en este caso, ni más ni menos que el Señor de Málaga y la Madre de la Trinidad. Pepe pertenece a este tipo de hermano.

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Es de bien nacidos ser agradecidos. Tengo una impagable deuda de gratitud con la cofradía. Dos veces me han entregado el escudo de oro y tengo en un lugar destacado la imagen del Señor. He intervenido en muchos actos y Pepe siempre requirió mi pobre palabra para glosar la maravilla, la perfección, la belleza. Él me concedió uno de los escudos.

No estaba en Málaga cuando Pepe nos ha dejado y bien que lo siento. Decía al principio que no me gustan las necrológicas, lo que escribo lo siento de verdad.

Te acercas a la luz, lentamente. Has llegado al final de la procesión. Has cumplido de sobra. El cielo tiene una puerta ojival, bajo ella te espera como tantas madrugadas el Cautivo, tiene los brazos abiertos para abrazarte.

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