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ANTONIO GARRIDO
Jueves, 8 de diciembre 2016, 00:45
Visitar el Museo de Luis Ortega Bru en su natal San Roque es muy aconsejable, porque es el lugar donde se puede ver los muchos registros de su producción artística, fundamentalmente la escultórica y la pictórica. Su ciudad, la terrible ciudad en la que su familia fue despreciada porque eran unos 'rojos peligrosos'. Su familia, con el fusilamiento de sus padres. Él que sufrió en los campos de concentración y en la cárcel, que sobrevivió a tanto dolor y al surrealismo trágico de un régimen que le entregaba la Cruz de Alfonso X el Sabio y, por otra parte, le prohibía abandonar España y disfrutar de una beca más que merecida.
Ortega Bru, escultor e imaginero, que con ambos títulos aparece en la esquela de su defunción, es un artista en el que sus dos caminos fundamentales de creación parece que se oponen. El más que conocido por nosotros como creador de imágenes y es menos conocido como artista de vanguardias. Nunca dejó de frecuentar ambos senderos que tienen en común la fuerza, la expresividad, la rebeldía y el dolor transformado en arte.
Por formación teórica soy poco dado a conectar biografía y producción; en este caso, es imprescindible. Ortega Bru sufrió mucho y sus criaturas también, aunque sin rendirse nunca, como frase que él pronunciara. Se ha escrito que fue un hombre atormentado, ¿quién no lo sería con una vida de tanto padecer? Solo su afán lo redimía de un universo gris y teñido de sangre, de su sangre.
Después de una vida muy complicada, descansa a los pies de su admirable creación, el misterio de Santa Marta de Sevilla, como es conocido. El grupo del Cristo muerto. Con esta obra triunfó aunque, como afirma su hija, nunca estuvo del todo satisfecho con ninguna de sus obras, y eso es bueno para un artista de verdad.
Recomiendo a los que no lo conozcan los dos magníficos volúmenes publicados por Tartessos con una nómina significativa de colaboradores. El autor se consideró siempre autodidacta y en buena parte lo fue. El alfar de la familia le permitió familiarizarse muy pronto con el modelado, a lo que unió una capacidad notable para el dibujo. Lo anterior se completa con una enorme curiosidad y conocimiento de los movimientos artísticos. Toda su vida se enfrentó a las nuevas formas expresivas y me voy a referir a la clara influencia de Picasso al que rinde homenaje en algunas obras, especialmente en 'La huida de Málaga' de 1969. Dos mujeres, un hombre y un niño, segmentados en una volumetría escultórica por manchas de color, elevan sus manos en un gesto de desesperación. Son los que intentaron huir, como él y su padre, por el camino hacia Almería y fueron masacrados. 'El Guernica' está en el horizonte.
En esta misma línea picassiana el relieve en yeso 'Éxodo de Málaga' de 1950. Se trata de dos bloques rectangulares donde aparecen caballos y hombres en intensa expresión de fuerza, con los músculos al máximo y que reflejan el patetismo de la 'desbandá'.
Una obra singular en esta exploración de formas es 'Estudio, Arquitectura' (Perspectiva) de 1950. Está formada por un juego de volúmenes macizos, los bloques de barro, unidos por alambres y por los vacíos. El espacio lleno, aplastante en su macicez, se equilibra con el hueco y entre ambos elementos del diálogo, la fragilidad de los alambras que dan a esta escultura antropomorfa el valor simbólico de la debilidad. En lo que podemos considerar cabeza el eco picassiano es también evidente. Gigante desmembrado como la propia naturaleza humana, escindida, rota, y al mismo tiempo tocada por un misticismo que Bru sentía en lo más íntimo de su fe.
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