ELÍAS DE MATEO
Jueves, 1 de diciembre 2016, 01:30
Hace más de un siglo, concretamente, en el otoño de 1894, un grupo de devotos se reunieron en el santuario, actual basílica de Santa María de la Victoria, para crear una nueva cofradía. No corrían buenos tiempos para nuestra ciudad ni para nuestra religión. Pero la fe y la devoción hacia los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo movieron, mueven y moverán montañas. También la voluntad de aquel gran obispo de Málaga, el hoy beato Marcelo Spínola, que tuvo a bien aprobar sus primeros estatutos.
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Aquellos hombres piadosos pusieron en marcha una corporación nazarena sin la cual hoy no se entendería Málaga y su Iglesia: Francisco de Linares Enríquez, Juan Rodríguez Gutiérrez, Francisco Masó Torruella, José Martín Macías, Joaquín Guerrero, Juan López Espinar y Juan Serrano Ruano.
Como siempre ocurre, los primeros años de andadura de la nueva hermandad no fueron fáciles. Hasta 1898 no consiguieron sacar en procesión la imagen de Cristo yacente a la que rendían culto los hermanos de la nueva corporación y muchos otros fieles devotos del santuario de la Victoria. Su primero trono, obra del tallista Andrés Rodríguez Zapata, respondía a los cánones de una estética neogótica, tan del gusto de la época, y situaba la imagen yacente dentro de una urna acristalada, siguiendo la iconografía del Santo Entierro, heredada del Barroco.
La Hermandad del Sepulcro de Málaga podía haber seguido una trayectoria similar a la de otras hermandades de Pasión de la ciudad. Pero pronto encontró una de sus innegables señas de identidad diferenciadoras: una especial atención del fomento de las Bellas Artes como elemento esencial para llevar a cabo uno de sus fines primordiales: las catequesis plástica a través de su estación de penitencia.
La procesión de 1899
Como otras cofradías, el Sepulcro y la advocación de Nuestra Señora de la Soledad, cotitular desde 1899, van a ir incorporando a su procesión una serie de elementos hasta entonces desconocidos en nuestra Semana Santa: el capirote cónico alto, las túnicas de terciopelo y escapularios bordados en oro, presidencias civiles, escoltas militares.El resultado fue un modelo procesional que, en gran medida, ha pervivido hasta nosotros y cuyas claves estéticas se resumen en una serie de palabras y conceptos como buen gusto, eclecticismo, historicismo y suntuosidad.
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La descripción de la procesión de 1899 no deja, al respecto, lugar a dudas:
«Una sección de caballería de la Guardia Civil abrirá la marcha; después seguirá la banda de cornetas y tambores del regimiento Extremadura, el guión de la Hermandad, ciento diez penitentes vestidos de negro, con cíngulo y portuacha de terciopelo, escapularios bordados en oro; ocho banderines irán intercalados entre los penitentes. A continuación, el Seminario Conciliar con cirios, el cabildo catedral, las parroquias, el trono, haciéndole guardia de honor ocho guardias civiles con uniforme de gala y con armas. A continuación, la Virgen de la Soledad. Representaciones de los cuerpos del ejército, curas párrocos, comisiones de los círculos y sociedades formarán el convite presidido por el Prelado, los Gobernadores Civil y Militar, Alcalde, Comandante de Marina, Presidente de la Diputación y demás autoridades. Cerrarán la marcha la banda de música del regimiento Borbón así como los tambores, cornetas y piquete del regimiento Extremadura».
Moreno Carbonero
Pero la Hermandad del Sepulcro y Nuestra Señora de la Soledad fue aún más allá. Decidió contar con el concurso de los mejores creadores, de los mejores artistas plásticos malagueños del momento para enriquecer su ajuar procesional.
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Y lo consiguió con creces. Comenzando por la cumbre. Y la cumbre, en aquellas primeras décadas del siglo pasado, era un pintor, hoy hasta cierto punto olvidado, pero que representa lo mejor de la Escuela Malagueña de Pintura y, sobre todo, de su proyección nacional e internacional: José Moreno Carbonero, el pintor de la aristocracia y la realeza española y europea del momento.
No resulta difícil imaginar al entonces hermano mayor, Francisco de Linares Enríquez, acompañado de diversos directivos y hermanos eminentes de la hermandad, como el III Marqués de Larios, el banquero José Álvarez Net o el Marqués de Guiriol visitando en 1915 al que fuera académico de San Fernando y de San Telmo en su palacio de calle Serrano (porque Moreno Carbonero vivía y pintaba en un palacio, como un príncipe) para pedirle un óleo para el nuevo estandarte del Cristo.
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El feliz resultado de aquella gestión lo conocen ustedes tanto como yo. El Cristo Yacente del Sepulcro crea un prototipo iconográfico que llega hasta nuestros días. Un dibujo cuidadísimo y una gama de colores muy especial dulcifica la figura de Cristo y la atmósfera que lo envuelve. Según el profesor Juan Antonio Sánchez López, «es una visión patética de Cristo muerto que tendido en la sábana y abandonado sobre la losa, vuelve su rostro al espectador. Para plasmar la carga dramática, recurre a la crudeza de la sangre sobre el rostro, la sequedad de los labios, los ojos sin vida de párpados semicerrados, las mejillas amoratadas; aspectos de un deliberado efectismo...».
Quizás al mismo tiempo, o un poco antes, estas mismas personas lograban que otro gran maestro, Pedro Sáenz, donase otra obra magistral para el estandarte de la Soledad, donde plasma un semblante casi adolescente de la Virgen con un suave toque modernista.
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Vía crucis
Sobre estos dos solidísimos pilares, la Real Hermandad creará lo que hoy conocemos popularmente como la 'pinacoteca del Sepulcro', cuyo segundo gran hito fue el encargo, a principios de los años veinte, a los epígonos de la Escuela Malagueña de doce óleos que debían representar las doce estaciones del vía crucis.
Así, en 1923, quedaron incorporados al patrimonio pictórico de la hermandad obras de César Álvarez Dumont, Antonio Burgos Oms, Federico Bermudez Gil, José Fernández Alvarado, José Jiménez Niebla, Leopoldo Guerrero del Castillo, Luis Berrioblanco Meléndez, Manuel Ruiz Doblas, Salomón Conejo Alonso, José Navarrete Oppelt , Antonio Sánchez Morales y Antonio Soler.
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El trono-catafalco
La década de 1920 del siglo pasado fue testigo, además, de lo que, sin duda, constituye el mayor logro artístico y patrimonial de la cofradía oficial de Nuestra Semana Santa: el trono catafalco estrenado en la Semana Santa de 1927 y que constituye, para la mayoría de críticos y estudiosos, la obra cumbre en su género del procesionismo malagueño.
El actual trono del Sepulcro es el resultado de un perfecto maridaje entre un diseño excepcional del ya citado maestro Moreno Carbonero y de su ejecución por parte de un artífice excepcional de las artes suntuarias dedicadas al culto divino, como el padre Félix Granda.
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Moreno Carbonero, aquel gran pintor (y, desde luego diseñador), concibió un auténtico túmulo funerario, más que regio, divino. En él se conjugan perfectamente dos corrientes hoy no suficientemente valoradas, el eclecticismo y el historicismo francés decimonónico. El resultado, impactante es que el espectador no se encuentra ante un Santo Entierro al uso, sino ante un auténtico Sepulcro para el Hijo del Hombre.
Pero la obra conjunta de Granda y Moreno Carbonero posee muchas más lecturas. Casi tantas como la sensibilidad artística y espiritual de quien la contemple. Desde la nobleza de los materiales empleados hasta la riqueza y simbolismo del programa iconográfico que en él se desarrolla y que logra expresar plásticamente el camino del pueblo cristiano hacia la Salvación.
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Pero ese empeño secular de la Hermandad del Sepulcro de propiciar la creación de obras artísticas de gran calidad y relevancia para fomentar la fe y devoción del pueblo creyente no quedó detenido entonces.
La Academia
En 1981, su junta de gobierno, encabezada por Francisco Miranda, adoptó una doble decisión trascendental.
Por una parte, reemprender el encargo de óleos a relevantes pintores malagueños actuales destinados, en este caso, a estandartes de la sección del Cristo.
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Por otro lado, conceder el título de hermano mayor honorario a la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, a la cual pertenecían o habían pertenecido la inmensa mayoría de los autores de la ya mencionada y famosa 'pinacoteca del Sepulcro'.
De esta forma quedó formalizada una vinculación permanente fraternal y extremadamente fructífera entre la Hermandad del Sepulcro, las Bellas Artes y los artistas que las ejercen, en especial los pintores. Los de antes y los de ahora. Y, a la vez con la institución cultural más veterana y prestigiosa de Málaga, la Academia de San Telmo.
Otros artistas
Desde 1982, se incorporaron a la procesión del Sepulcro obras de Luis Bono, Virgilio Galán, Revello de Toro, Rodrigo Vivar, Torres Matas, Paco Hernández, Eugenio Chicano, Alfonso de la Torre, Esteban Arriaga, Rando Soto, Bonilla Peña, Leonardo Fernández, Antonio Montiel, Díaz Barberán, Celia Berrocal, Susy de Galán, Pineda Barroso, Esther Romero, Miguel Velasco, Manuel Hijano, Sebastián Navas, Rafael Molina, Armando Pareja y Antonio Blanca.
Muy recientemente, el Sepulcro ha recuperado para el culto la iglesia de la antigua Abadía de Santa Ana del Císter. Sin los hermanos del Sepulcro, ese lugar sagrado quizás hubiera perdido para siempre su fin primigenio.
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Distinción
Dicha distinción fue entregada en una sesión solemne en el Salón de los Espejos del Ayuntamiento el pasado día 4 de noviembre de 2016 por el presidente de la Academia, José Manuel Cabra de Luna, al hermano mayor del Sepulcro, Emilio Betés Cuadra.
El presente artículo está basado en la laudatio que, como académico y cofrade, me cupo el honor de realizar en aquel acto por delegación de los académicos Marion Reder Gadow y Antonio Garrido Moraga. Los tres habíamos presentado la propuesta al pleno de la Academia que la aprobó por aclamación.
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