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ANTONIO GARRIDO
Jueves, 3 de noviembre 2016, 01:12
En los estudios culturales, desde hace años, se ha desarrollado una corriente importante de investigación que tiene como objeto el análisis de un hecho o un conjunto de hechos desde la perspectiva de lo que se denomina 'el otro'.
En el conocimiento de la Semana Santa ha predominado casi siempre una aproximación emocional y sesgada en dos campos opuestos e irreconciliables: los panegiristas, que nunca ven nada que no sea perfecto y admirable por una parte, y los adversarios, que consideran esta compleja realidad como formas casi supersticiosas que deben ser erradicadas. Esta visión es la propia de una perspectiva anticlerical de larga y triste tradición que ha provocado pérdidas patrimoniales de valor incalculable.
En algunos momentos, los dos enfoques han coincidido en el respeto al mucho arte que las cofradías atesoran. Este plano es hoy determinante por el deslizamiento consciente que se ha producido predominando en muchos ambientes la interpretación cultural sobre la religiosa. Ambos puntos de vista adolecen de un error común. La Semana Santa es un signo complejo de comunicación que puede abordarse desde muchos frentes sin que haya contradicción entre ellos, aunque es clave para una cabal comprensión partir de un sentimiento religioso en la base de los fenómenos analizados.
La mirada del otro es aparentemente más objetiva y no es así. El otro, bien en la interpretación o en la creación artística, tiene su modelo del mundo y sus prejuicios. Si vamos de lo general a lo particular podemos establecer una red circular con radios que conectan esos círculos.
España es un país extraño, apasionado, excesivo, peculiar. Esta es opinión muy bien asentada desde el siglo XIX. Es la visión romántica global, consecuencia, entre otras cosas, de la llamada 'Leyenda Negra'. La Semana Santa es una forma extrema de ese exotismo, vinculado a la Iglesia Católica y al fanatismo que se nos supone. La visión atea y protestante tiene su origen en esta certidumbre.
La vanguardia artística es, seguramente, la visión más radical que el otro plantea de la celebración conmemorativa y lo es por una razón doble. La primera es sustancial. La vanguardia es la ruptura en todos los órdenes, la transgresión que ataca en su base los presupuestos artísticos mantenidos durante siglos. La vanguardia es provocativa y radical. La segunda es por la peculiaridad del rito, de sus iconos, de su ceremonial.
Un ejemplo excepcional es 'La crucifixión' de Picasso de 1930 que se encuentra en el Museo Picasso de París. No me cabe duda de que, para muchos, no se entiende como obra de arte e incluso la considerarán blasfema. En absoluto. Se trata de una representación esencial y trágica hasta el extremo empleando las técnicas vanguardistas del maestro.
Llama la atención el color, un colorido muy rico, con predominio del rojo, del amarillo y del azul. Ha reservado el blanco para la imagen de Cristo y para la de su madre. Es un uso simbólico de la LUZ. El blanco es la pureza, es la divinidad, es la unión entre la madre y el hijo. María en la desesperación absoluta, en la boca hecha fauces de dolor insoportable, el mismo horror de María Magdalena; ambas representaciones influidas por el retablo de Isenheim en el movimiento de elevación de los brazos.
Los soldados muertos a los pies de la cruz son la traslación de la calavera de la tradición con más patetismo, más orgánico. Los soldados se reparten la túnica a los dados, la escalera altísima y las fauces del mal que amenazan al inocente son elementos claves en una composición tan compleja y tan revolucionaria. Es la mirada del otro, del más español de los vanguardistas.
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