![Las muestras cofrades en el Museo Diocesano](https://s1.ppllstatics.com/diariosur/www/pre2017/multimedia/noticias/201603/17/media/95947828.jpg)
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ELÍAS DE MATEO
Jueves, 17 de marzo 2016, 00:45
En 1975, Ramón Buxarrais, entonces obispo de Málaga, decidió crear un Museo Diocesano de Arte Sacro. Esta iniciativa tenía un doble propósito. Por una parte, recopilar y poner en valor obras pictóricas, escultóricas y de platería dispersas por la diócesis sin una función de culto directa. Por otra, reconvertir los usos del conjunto arquitectónico del Palacio Episcopal, sobre todo la zona colindante con la plaza del Obispo. Quería, según las directrices del Vaticano II, suprimir la pompa ceremonial del inmueble (traza palaciega, conserjes uniformados, residencia oficial del prelado.). El Palacio Episcopal debía transformarse en Obispado. Las dependencias administrativas se trasladaron a calle Santa María y el núcleo palaciego de la plaza del Obispo, se abriría al pueblo como un museo, un centro de actividad catequética y cultural.
Su puesta en marcha fue encomendada directamente por Buxarrais al joven profesor del departamento de historia del Arte, Agustín Clavijo (1946-1988). La financiación, muy escasa, procedía del dinero obtenido de la Agrupación de Cofradías a cambio de la cesión de San Julián.
Entre 1975 y 1978, Agustín Clavijo, «hombre dinámico, de aquellos que vendían salud y optimismo a todo aquel que le acercaba», según Julián Sesmero, reunió en torno a sí un equipo humano formado por un grupo de alumnos (José Luis Romero, Lorenzo Pérez del Campo, Antonio Mayorga, Pedro Davó, Fernando Rueda, Antonio Cruces, Francisca Aparicio. y yo mismo), junto al bohemio y veterano pintor Luis Molledo, al también pintor Paulino Jiménez, al dorador José Aguilar y algunas personas más. Con más entusiasmo que medios y conocimientos, nos pusimos manos a la obra. El 6 de julio de 1978 tuvo lugar la inauguración oficial. La colección permanente quedó ubicada en la primera planta. La antigua capilla del prelado se convirtió en el salón de actos. La galería abierta del patio y una sala de la planta baja se destinaron a exposiciones temporales.
Agustín Clavijo tuvo claro, desde el primer momento, que el nuevo centro debía ser dinámico atractivo, abierto a todas las manifestaciones culturales, tanto del pasado como del presente. Desde luego no debía convertirse en un lugar aburrido, ñoño, anticuado, estancado, moribundo, con olor a sacristía en el peor sentido del término. Y para conseguir ese objetivo desplegó toda su enorme capacidad de trabajo y seducción. Implicó en sus actividades y proyectos expositivos a entes tan diversos y, en ocasiones, contrapuestos como el Ayuntamiento, la Diputación, la Universidad, el Liceo de Málaga, la entonces Caja de Ahorros de Antequera y El Corte Inglés, recién instalado en Málaga.
Revolución
En la vida cultural malagueña de finales de los setenta y principios de los ochenta se produjo una auténtica revolución. La percepción popular de lo que era un museo, cambió radicalmente. El proyecto de Clavijo se adelantó a su tiempo. Él desterró para siempre en nuestra ciudad el estereotipo del museo como un panteón donde las obras de arte dormían el sueño eterno, donde no iba nadie y donde había que quitar el polvo hasta a los conserjes.
Desde el principio, sin interrupción y de manera frenética se sucedieron en el Museo Diocesano conciertos corales e instrumentales, recitales, presentaciones de libros y revistas, conferencias, mesas redondas, concursos de fotografías, exposiciones dedicadas a artistas contemporáneos y a belenes en Navidad. Destacaron, por derecho propio las temporales dedicadas a Picasso, a Santa Teresa, a la construcción de la Catedral y a la Virgen de la Victoria.
Asimismo, Clavijo tuvo claro que el mundo cofrade de la época necesitaba, a la vez, un espacio donde proyectar su dimensión cultural y artística y una intensa labor de pedagógica que le hiciera tomar conciencia del valor excepcional de su patrimonio histórico-artístico y de la necesidad de preservarlo y ponerlo en valor.
En consecuencia el Museo Diocesano abrió sus puertas a presentaciones tanto de publicaciones (nueva época de La Saeta), como de enseres destacados (manto de la Soledad de Mena pasado por Juan Rosén), nuevos enseres y ciclos de conferencias como el titulado Literatura y Semana Santa malagueña.
Agustín Clavijo era, sin duda, un manantial inagotable de ideas y proyectos. Pronto concibió un programa de grandes exposiciones monográficas dedicadas a la Semana Santa. Entre 1981 y 1985 se sucedieron puntualmente en cuaresma las siguientes: El cartel de Semana Santa Malagueña (1981), La Semana Santa Malagueña en sus tronos e imágenes desaparecidas (1982), Pintura y Semana Santa (1983), Imaginería y Semana Santa Malagueña (1984) y Bordado y Semana Santa Malagueña (1985).
Atractivo
Lo primero que hay que señalar en estas muestras fue su novedad y enorme atractivo popular. Los días de cuaresma, una gran cantidad de público, cofrade o no acudía a contemplar lo que nunca se habría visto o se había visto mal. Se lograba mucho con muy pocos medios.
También hay que decir, un honor a la verdad, que los criterios expositivos y museográficos eran bastantes primarios y, en ocasiones, inexistentes. Hoy en día causaría escándalo exponer obras pictóricas o escultóricas en una galería abierta, con cambios bruscos de temperatura y humedad, e incluso dándoles la luz del sol. No digamos ya obras en papel como carteles y cartas de hermandad. Nada que ver con los estrictos protocolos de conservación actuales. Y no digamos nada del transporte. Un camión de El Corte Inglés, muchas manos inexpertas y algún que otro percance. Pero el pegamento Imedio o la pericia de Luis Molledo hacían milagros.
En los paneles con fotografías pegadas no había diseño alguno. El fondo rojo intenso, el damasco y el terciopelo eran 'atrezzo' obligatorio.
El equipo de colaboradores, absolutamente desinteresados, creció con las inolvidables figuras de Lola Carrera y Jesús Castellanos, y el grupo de personas que éste aglutinaba en la entonces naciente Cofradía de los Dolores del Puente.
A pesar de todas las carencias, los resultados fueron asombrosos y, en muchas ocasiones espectaculares. Las inauguraciones se convirtieron en acontecimientos sociales y culturales. No faltaban el obispo Buxarrais; el presidente de la Academia de San Telmo, Baltasar Peña; el delegado del ministerio de Cultura, Fernández Berjillos; un teniente de alcalde, por parte del Ayuntamiento; el vicerrector Manuel del Campo; los sucesivos presidentes de la Agrupación, en especial Francisco Fernández Verni y Francisco Toledo y los representantes de El Corte Inglés, Salvador Naranjo y Juan Caparrós.
Los carteles
Desde el 26 de marzo y hasta el Domingo de Resurrección 19 de abril de 1981 tuvo lugar la primera exposición cofrade del Diocesano. Clavijo logró recuperar, no sin esfuerzo, la totalidad de los carteles oficiales de Semana Santa desde 1921. En la muestra y en el gran catálogo editado gracias a la Caja de Ahorros de Ronda, pudimos comprobar las distintas tendencias estéticas y técnicas empleadas, la participación de grandes pintores, cartelistas y fotógrafos y la importancia y el carácter vanguardista de este medio de comunicación visual propio de la sociedad de masas puesto al servicio de nuestra Semana Santa.
Las obras de Jaraba, Ponce, Ramos Rosas, León Astruc, Luis Bono, Aristo-Téllez, Coronado, Hohenleiter, Casares, Roquero, Arenas. estaban ante nuestros ojos. Demostraban, no solo su excelencia, sino la influencia en muchas de ellas de las tendencias más vanguardistas del arte contemporáneo.
De otra parte, los tronos e imágenes desaparecidas se convirtieron, por derecho propio, en la joya de la corona entre todas las exposiciones. Se celebró entre el 10 de marzo y el 11 de abril de 1982. Miles de personas, y no es una exageración, contemplaron expuestas, por vez primera, imágenes que ya no se procesionaban. Destacaban, sin duda, el Resucitado de Fernando Ortiz de las Bernardas de El Atabal, que nos recibía en el zaguán del Palacio; la Virgen de la Estrella, propiedad de la familia Souvirón, posesionada entre 1942 y 1945; el Nazareno de Viñeros de Adrián Risueño sobre el trono de carrete de Cristóbal Velasco; y la Virgen de las Angustias, de San Agustín, además de numerosos paneles con fotos anteriores a la guerra civil realizadas por Arenas, Zubillaga, Osuna, Casamayor. Pero, sin duda, lo más impactante fue mostrar los sobrecogedores restos calcinados del Cristo de la Vera Cruz de Fusionadas, tal y como habían quedado tras los incendios del 31. Además, en la muestra se presentó el nuevo grupo del Descendimiento.
En cuanto a la muestra de pintura y Semana Santa, fue abierta al público entre el 1 y el 25 de marzo de 1983. Esta vez se pusieron en valor, sobre todo, guiones y estandartes. Pudimos ver de cerca óleos de artistas malagueños. Destacaban los de los grandes maestros de la escuela malagueña del XIX, como Moreno Carbonero y Pedro Sáez. Luego estaban presentes, además obras de Álvarez Dumont, Bermúdez Gil, Burgos Oms, Martínez Virel, Navarrete Oppelt, Guerrero del Castillo, Bono, Moreira, Ramos Rosas, Revello, Mingorance, Virgilio Galán, Monserrate, Alfonso de la Torre, Rando Soto o Celia Berrocal, entre otros. Junto a estos, aparecía una sección donde se mostraban cartas de hermandad decimonónicas, debidas a excelentes grabadores y que constituyen un singular maridaje entre el documento histórico y la obra de arte. Finalmente, una amplia selección de cristales devocionales nos sumergía en el mundo de la piedad popular vinculada al pasionismo. No faltaron algunas tallas, como el Ecce Homo de Mena, del Císter, que nos recibía a la entrada. Con sumo acierto se eligió como motivo para el cartel anunciador el estandarte de la Virgen de la Amargura, pintada sobre terciopelo por el ya citado Luis Molledo.
Imaginería
Ya en 1984, la exposición de cuaresma del Museo Diocesano era una cita obligada. Esta vez se tituló 'Imaginería y Semana Santa' y estuvo abierta entre el 9 y el 22 de marzo. Las joyas de la muestra vinieron de Antequera. Entre ellas cabe destacar el Ecce Homo y el Cristo del mayor Dolor, obras de Andrés de Carvajal, así como el extraordinario paso del Santo Entierro. La prensa del momento destacaba también un Crucificado de la Diputación que se atribuía a El Greco.
Con la exposición de bordado y Semana Santa, ciertamente no hubo quinto, en este caso quinta mala. La muestra se abrió al público el 1 de marzo de 1985. Allí, el visitante encontraba, en primer lugar, toda la tipología del ajuar cofrade que tenía como protagonista a este arte suntuaria con piezas tan relevantes como la túnica del Señor de la Puente. La sala principal estuvo dedicada al diseñador Juan Casielles. Allí se podía admirar, de cerca, todo el patrimonio procesional de la Cofradía del Mutilado, lo mejor de lo mejor.
Antequera
Y, por si todo lo anterior fuese poco, Clavijo trajo de Antequera el trono de la Soledad, propiedad de la familia García Berdoy, nunca antes procesionado, ni tan siquiera montado, que quedó instalado en el patio del Museo, protegido tan solo por un plástico. No faltaron sendas mesas redondas sobre Casielles y el arte del bordado. En esta última destacó la presencia de las míticas bordadoras hermanas Martín Cruz, de Sevilla.
En junio de 1985 se hizo público la dimisión de Agustín Clavijo como director del Museo Diocesano. Era la versión edulcorada y oficial de un cese fulminante. Algunas actuaciones suyas un tanto heterodoxas al frente del Museo se unieron a una crónica y agobiante falta de financiación y al disgusto de un sector del clero por la apertura del Museo a todo tipo de actividades culturales, no solo de tipo religioso. Varios sacerdotes se sucedieron al frente del Diocesano que entró en rápida agonía hasta su clausura definitiva. Para un articulista de SUR, estos convirtieron rápidamente al Museo Diocesano «en un rancio mausoleo en medio de una sociedad joven, cambiante y repleta de vida». Más de treinta años después, nuestras cofradías aún no han encontrado un espacio de actividad cultural que pueda parangonarse con el Museo Diocesano de Agustín Clavijo.
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