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LOS SECUNDARIOS

Las figuras que componen los grupos escultóricos crean el ambiente, permiten el reconocimiento y contribuyen al dramatismo

ANTONIO GARRIDO

Lunes, 14 de marzo 2016, 12:07

La Semana Santa en la calle es una representación, un teatro sin texto verbal pero con un lenguaje emotivo, un lenguaje hecho de músicas, de perfumes, de saetas, de murmullos, silencios, piropos y también sollozos. Las escenas que van en los tronos son conocidas por casi todos y no necesitan explicaciones accesorias.

La obra que en siete días se nos ofrece por parte de las cofradías es una tragedia, un martirio difícil de imaginar en su cabal dimensión, en su doble plano: real y simbólico. Martirio de un hombre que es Dios para los creyentes y que llegó al límite último del dolor para los que no lo son. En ambos casos, situación extrema y perfectamente definible como pavorosa.

Las antiguas 'rocas' en las que actores representaban las escenas, dieron paso a los tronos con imágenes escultóricas. El barroco se impuso y, con todas las transformaciones que se quiera, permanece en muchos rasgos del texto propuesto en la fugacidad del movimiento y en la brevedad de la percepción.

Las imágenes de Jesús y de María son el eje visual y simbólico, son el centro que capta todos los vectores pero existe una clara diferencia entre la imagen única y los grupos en los que los secundarios cumplen su papel. A ellos dedicó Miró un libro excepcional en su belleza.

Estas figuras deben expresar estados de ánimo y, sobre todo, adecuación al binomio bueno-malo, en esa tensión absoluta que pretende tocar los corazones de los espectadores.

Los sayones son los esbirros, los asalariados, los peones en el nivel más bajo, los que empujan y golpean. Los sayones tienen que ser feos, muy feos y, en consecuencia, muy malos. Jesús de 'la puente del Cedrón' es arrastrado hacia el centro de la ciudad, hacia el espacio del poder dual de judíos y romanos. La cabeza del sayón es un magnífico ejemplo de bestialidad, de ira suprema. La expresión es feroz, el odio se ha encarnado y la verruga es el elemento más característico, el que le da nombre y que se empleaba para asustar a los niños: ¡Qué viene el Coco!, ¡Qué viene el Berruguita!

Lo mismo puedo decir de los sayones que levantan la cruz en la escena de la Exaltación de las cofradías Fusionadas. Una característica común en este juego de contrastes es la tensión que reflejan en su movimiento frente a la mansedumbre de Jesús. El esfuerzo muscular es excesivo, es exagerado porque así lo demandan las reglas del arte.

Entre los secundarios encontramos uno clave, Judas. El discípulo traidor, el que se representa con la bosa de las monedas en la última cena. El beso fue la señal. Jesús sudó sangre en el huerto y Judas se acercó, puso su mano delante del Maestro para pararlo y, a la luz de las antorchas, avanzó la mandíbula en un gesto casi caricaturesco, para marcarlo. El Prendimiento refleja la escena de manera muy expresiva.

Pilatos se adelanta hacia el pueblo y muestra al reo en su Humildad, el Ecce Homo, el hombre que es objeto de la burla y de la mofa. Curiosamente el funcionario romano se representa con apostura, con elegancia, con belleza incluso. A él no le toca la caricatura. Un personaje secundario interesante es Claudia Prócula, la esposa del político, que previno a Pilato con desgracias si no liberaba al justo. El nombre viene de la tradición y no de los textos evangélicos. En algunas representaciones aparta el rostro con un gesto dramático; aquí, avanza el brazo en gesto de impedir la injusticia.

Estos secundarios cumplen un papel muy importante. No son meras comparsas, crean el ambiente, permiten el reconocimiento y contribuyen al dramatismo.

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