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ANTONIO NÚÑEZ DE HERRERA

ANTONIO GARRIDO

Lunes, 8 de febrero 2016, 18:12

Nació en Campanario, Badajoz, en 1900, y murió en Montegordo, Portugal, en 1935. Empezó como repartidor de segunda clase en Correos con 13 años. La familia se trasladó a Sevilla antes de 1916 y allí prepara oposiciones a la Escala Técnica de Telégrafos. En 1932 ya era jefe de negociado de 3ª clase. Desde muy joven tuvo inquietudes literarias y se incorporó a los jóvenes de la revista 'Mediodía'. Sus colaboraciones en 'El Noticiero Sevillano' y 'La Libertad' de Madrid le dieron fama de columnista.

Fue un republicano convencido e intentó, sin éxito, crear prensa adicta al sistema, pero que no pasó de pocos números. Pertenecía al círculo de Diego Martínez Barrios. En 1932 fue nombrado secretario del Centro de Estudios Andaluces y ese mismo año se embarca en el proyecto de creación de la hemeroteca municipal, que se instaló en el los reales alcázares. Falleció de una neumonía fulminante y un velo de silencio cubrió su persona y su obra.

La editorial Almuzara, siempre atenta a los temas andaluces, ha publicado un volumen de 397 páginas donde se reúnen una cantidad considerable de textos inéditos y un cuaderno de poesía que la familia ha guardado amorosamente durante tantos años y que nos muestra la cauda de la tradición popular en fausta combinación con hallazgos vanguardistas.

El núcleo de la edición, muy bien hecha por David González Romero, es 'Teoría y realidad de la Semana Santa'. Un libro publicado por ediciones Mediodía en 1934, con ilustraciones del pintor y cartelista Ramón Monsalve. Un libro fundamental para conocer, para penetrar en esta fiesta tan compleja y aparentemente tan sencilla. Claro está que Núñez de Herrera se centra en Sevilla, topónimo que está en el título original que después no aparece en otras ediciones, pero su texto tiene perfiles que son comunes a toda Andalucía y, por supuesto, a Málaga.

Aconsejo muy de veras a los seguidores de esta columna que lo lean por dos razones principales; la primera es por su belleza y calidad literarias, en este sentido su prosa es atrevida y admirable; la segunda, por lo que nos descubre, por esa indagación en la esencia de la celebración total que no es otra que el pueblo. Antes de publicar el libro, editó unas 'Estampas de la Semana Santa', algunas de las cuales levemente modificadas con incluyeron en el volumen.

Se trata de textos breves, impresionistas, detalles, que conforman toda una teoría. La brevedad les otorga una intensidad especial y hay que situarlos dentro de ese género de la 'divagación' que cultivaron admirablemente Izquierdo y Romero Murube. No se trata de filosofía ni de método cartesiano o idealista, se trata de un como quien no quiere la cosa, del discurrir plácido de las aguas que se remansan en las observaciones agudas y emotivas porque, claro está, la emoción atraviesa estas páginas. La de la viejecita que va en promesa por el hijo recuperado de las heridas, la del guardia municipal que se esconde en la taberna para cantar una saeta a su imagen querida, la de ese grupo que no ve las procesiones sino que las imagina mientras trasiega unas cañas, la del triángulo que forman el nazareno, el cirio y el amigo que lo acompaña, la de la rivalidad entre las hermandades, la del pulso especial de las calles y las esquinas de la ciudad que nadie puede definir.

Cierto es que la Semana Santa de hoy ha cambiado mucho, pero permanece la raíz del pueblo que ama sus imágenes, con las que tiene una confianza de familia, con las que habla y hasta discute. Esta fe del sur tan especial por humana. Léase.

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