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Gómez Olalla, un desconocido cofrade del siglo XIX

Gómez Olalla, un desconocido cofrade del siglo XIX

Rafael, el menor de los dos hermanos, presidió la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Buena Muerte y Nuestra Señora de los Dolores

ANDRÉS CAMINO

Viernes, 15 de enero 2016, 20:11

Las páginas de la historia de la Semana Santa de Málaga están escritas por un sinfín de nombres y apellidos de los que, por desgracia, jamás se conocerán las identidades de la inmensa mayoría de ellos por la pérdida documental sufrida en diversos periodos históricos, especialmente en el del pasado siglo XX. Una vez más, y en esa tarea que me impulsa a rescatar a cofrades desconocidos u olvidados por el inexorable transcurso del tiempo, traigo, pues, a estas páginas de 'Pasión del Sur' una nueva aportación biográfica que trata de un vecino del barrio de El Perchel, Rafael Gómez Olalla, quien presidió en el tramo final de la centuria decimonónica y en el comienzo de la siguiente la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Buena Muerte y Nuestra Señora de los Dolores, radicada en la parroquia perchelera de la Virgen del Carmen.

Rafael Gómez Olalla, hijo de Félix y Josefa, nació en Málaga, hacia el año 1854, siendo bautizado en la iglesia de San Pedro. Rafael tuvo, que se sepa, un hermano, Eduardo, mayor que él once años. Los dos vástagos del matrimonio Gómez-Olalla recibieron instrucción y formación académica, dado que ambos sabían leer y escribir, según consta en los padrones municipales correspondientes a 1891. Esta misma fuente documental revela que Eduardo estaba casado con Claudia Rosas (en documentos posteriores el apellido consta como Rosso) Guevara, y tenía una hija, Cándida, de 20 años; y Rafael con Adela Rosas Guevara, progenitores de dos hijas, Carmen y Concepción, que contaban en esa fecha con 14 y 11 años, respectivamente. Como se aprecia los hermanos Gómez habían tomado por pareja a las hermanas Rosas, residiendo las dos familias en el número 7 de la calle Pavía, hoy día desaparecida del entramado callejero de El Perchel que, por entonces, unía en su parte alta, la calle de los Callejones de El Perchel con la plaza de San Pedro; y en la baja, la citada plaza con la calle Ancha del Carmen, tramo por el que la Cofradía de la Expiración transitó cada Miércoles Santo desde 1921 hasta 1967.

La posición social de las dos familias es desconocida, aunque todo indica un progresivo ascenso en las mismas ya que en los padrones se dice que cada una llegó a contar con una sirvienta y que Eduardo era jornalero (en 1891), comerciante (en 1907) y propietario (en 1914). Para 1907, el año de la «riá», Rafael ya no residía en este domicilio, pero sí su hermano, que contaba con 62 años y su estado civil era el de viudo. Se sabe que Enrique falleció el 30 de marzo de 1926, a los 83 años de edad. En la esquela publicada por el periódico La Unión Mercantil, aparecían los siguientes parientes: su sobrina Carmen Gómez Rosso, el sobrino político Ramón Giménez-Cuenca, los hermanos políticos Adela y Emilio Rosso Guevara y demás parientes. En la nota necrológica se decía que «entregó ayer [29] su alma a Dios el respetable caballero Eduardo Gómez Olalla». El nombre de su hermano Rafael, sin embargo, no figura en esa reseña lo que puede dar a entender que hubiese fallecido con anterioridad a esa fecha.

Buena Muerte

Los orígenes de la Hermandad de la Buena Muerte se remontan al siglo XVIII, en que fue erigida en la iglesia de San Pedro como hermandad de entierros, conclusión a la que se llega tras la revisión documental, no constando, ni una sola mención, que hiciera la procesión con su imagen cristífera en esa centuria ni en la venidera. Independientemente de las obligaciones funerarias que desarrollara, primero en el templo dedicado al apóstol Pedro y después en el cementerio de San Miguel, donde adquirió ocho nichos, la Hermandad de la Buena Muerte se ocupó de mantener el culto interno en honor de su titular como, por ejemplo, los de 1849, 1851, 1856 y 1858. Los cambios políticos producidos en los años sesenta y setenta pudieron sumir, como sucedió con otras confraternidades del espectro pasionista, en una profunda crisis a la hermandad.

Transcurridos unos años y con la instauración de la monarquía en 1874, la hermandad se reorganizó y se fusionó con la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores el 1 de junio de 1884, quedando constituida la «Hermandad de Ntro. Padre Jesus de la Buena Muerte y de Ntra. Sra. de los Dolores». Sería la parroquia del Carmen donde la naciente corporación quedaría establecida canónicamente. El Crucificado, cuya escultura era de gran tamaño, se situó en uno de los altares de la nave izquierda y la Dolorosa en la nave derecha.

Estatutos

Los hermanos redactaron unos estatutos que contaron con la aprobación eclesiástica el 1 de marzo de 1886. En las páginas 21 y 22 de los mismos constaban las siguientes personas: «Dr. Cayetano Ramos, Eduardo Gómez, R. Giménez, Rafael Gómez, Francisco González Cerezo, Rafael González Urbano, Vicente Milanés, Manuel Jaime, Manuel de la Taza, Francisco Baena, Enrique Fernández y Luis Durán». Éste sería, sin duda, el grupo impulsor que hizo converger a dos corporaciones con objeto de ser más fuertes y registrar un mayor número de inscritos en la nómina de la corporación. Como se ha visto entre los citados se encontraban los hermanos Rafael y Eduardo Gómez, siendo elegido el primero hermano mayor de la novel hermandad.

En las reglas se decía, en el texto introductorio, que: «(...) el principal objeto de esta reorganizada corporación [era] dar culto a Dios Ntro. Señor y atender al bien espiritual de los hermanos (...)». En su articulado, de cuarenta y cinco puntos, no se hacía ni una sola mención a la procesión de Semana Santa, sin embargo sí se ponía de manifiesto la asistencia corporal a los hermanos fallecidos, ocupándose la hermandad de darles cristiana sepultura según las obligaciones de la misma. Esta nota corrobora la afirmación efectuada en las líneas expresadas más arriba, en el sentido de que se trata de una cofradía de entierros en toda regla.

Un año después, el 27 de abril de 1887, ya se aprecia cómo Rafael Gómez Olalla ejercía las funciones de máximo mandatario de la hermandad al dirigirse al Ayuntamiento con objeto de «formalizar la escritura de propiedad de ocho nichos que posee (...) [la] Hermandad en el primer cuadro del cementerio de San Miguel designados con los números 313, al 320 ambos inclusive (...)».

En la Semana Santa de 1890, y con motivo de la visita que los malagueños solían girar a los templos en la tarde del Jueves Santo, la parroquia del Carmen estuvo muy concurrida de fieles. La Unión Mercantil anunciaba que, además del monumento instalado, se encontraban en las capillas expuestas fuera de sus altares las imágenes de Nuestro Padre Jesús de la Misericordia, de cuya cofradía era hermano mayor Melchor Herrero, y de la Buena Muerte y Dolores, que presidía Rafael Gómez.

La obligatoriedad de presentar dos ejemplares de los estatutos ante el Gobierno Civil, según lo establecido en la Ley de Asociaciones de 30 de junio de 1887, hizo que, en 1891, Gómez Olalla cumpliera con ello, entregando dos copias de los aprobados en 1886.

Actos

La hermandad tuvo una intensa actividad durante estos años, manifestándose en los cultos internos y en la participación de los actos organizados por el clero de la parroquia del Carmen, como en la procesión para impedidos de 1896. La Unión Mercantil relataba que: «Precedida por batidores de la Guardia civil y por la música del Asilo de San Bartolomé, se puso en marcha la procesión, siendo saludado el Santísimo Sacramento (...). En pos del guion perteneciente á la Hermandad de la Buena Muerte, iban gran número de niñas vestidas de blanco (...); la banderola de la parroquia, acompañamiento con velas, la Junta de la Hermandad de la Buena Muerte, cruz alzada y ciriales, y el palio, sosteniendo las varas seis seminaristas y con guardia de honor formada por la escuadra de gastadores de Extremadura. (...) Durante el tránsito se dispararon multitud de cohetes y presenció el paso de la procesion un considerable concurso. El albacea de la Hermandad de la Buena Muerte distribuyó, en representación de la Junta de la misma, diferentes bonos de pan entre los enfermos pobres».

Casi finalizado el siglo, en 1898, se celebró un cabildo general reglamentario el 3 de julio, siendo nombrada por unanimidad la junta de gobierno que se detalla: hermano mayor, Rafael Gómez Olalla; tesorero, José Pérez Prieto; contador, Obdulio Trigueros Ruiz; secretario, Rafael González Urbano; mayordomo, Domingo Irrutarregui; vocales: Vicente Milanés Almijo, Manuel Tena Cruz, José Hernández Rico, José Ranea Ibáñez, Vicente Ortiz Herrero y Cristóbal Castaño Delgado; camarera, Carmen Gómez Rosso; y albacea, Francisco Fernández López.

Dos años más tarde, en una relación de miembros que la hermandad se vio obligada a enviar al Ayuntamiento con motivo de las inhumaciones y exhumaciones de hermanos en los nichos que poseía la hermandad en el cementerio de San Miguel, se aprecia la inscripción de su mujer, Adelaida Rosso Guevara; de sus dos hijas, Carmen (ésta ya figuraba en la junta de oficiales descrita) y Concepción; y de dos parientes, Manuel Olalla Urdiales y Rafael Olalla García, de los que se desconoce el grado de consaguinidad.

De 1900 es la última noticia que se ha localizado de Rafael Gómez como hermano mayor de la Hermandad de la Buena Muerte y Dolores. Durante la etapa que estuvo al frente de la corporación perchelera no se tiene constancia que sacara a sus imágenes titulares en la Semana Santa. Sin embargo, la Dolorosa comenzó a salir en procesión a partir de 1918, en la jornada del Viernes Santo, pero ya no siendo hermano mayor el biografiado, sino Francisco Jiménez Fernández.

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