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Jesús Hinojosa
Jueves, 26 de noviembre 2015, 18:30
El binomio 'urbanismo-cofradías' siempre ha deparado en una relación complicada. En el último año han aparecido varios ejemplos de ello: los reparos de los técnicos de la Consejería de Cultura a los proyectos de futuras casas hermandad de Fusionadas y Descendimiento, y las dificultades encontradas por las cofradías para pasar por la plaza de Enrique García-Herrera (conocida como plaza de Camas) a raíz de las variaciones introducidas por el Ayuntamiento en una de las pérgolas instaladas en este enclave. Todas ellas son cuestiones en mayor o menor medida subsanables, pero denotan una cierta falta de sintonía o sensibilidad por parte de las administraciones públicas hacia el fenómeno social de la Semana Santa, que marca como pocos esta ciudad andaluza. No se trata de imponer el criterio cofrade por encima de todo, aquello de hacer la ciudad «a golpe de saetas», como afirmó décadas atrás el portavoz de IU Inocencio Fernández, pero sí de tener una cierta predisposición a entender lo que las hermandades significan para Málaga. A muchos arquitectos que trabajan para la administración pública les escuecen los grandes portones de las casas hermandad. Puede que no cuadren con su idea de estética urbana, pero son una seña de identidad del paisaje urbano.
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