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Alberto J. Palomo Cruz
Jueves, 2 de abril 2015, 21:34
UNA ROSA BLANCA CON EL CRISTO DEL DESCENDIMIENTO
La plataforma del trono sobre la que descansa el grupo escultórico del Sagrado Descendimiento las más de las veces se confecciona con un monte de corcho, salpicado de bouganvillas y claveles. El cromatismo que aporta estos elementos, unido a los ropajes oscuros que visten Nuestra Señora del Santo Sudario y el resto de imágenes secundarias hace resaltar la contemplación de la rosa que emerge justamente bajo la mano izquierda desplomada y desenclavada del Señor que esculpiera Luis Ortega Bru. Se trata aquí de evocar líricamente cómo de una gota de la sangre divina caída sobre la tierra nació una flor, como si se tratara de una versión cristianizada del mito griego de Narciso.
Esta flor suele ser regalada por la entusiasta cofrade María del Carmen Gallego en la mañana del Viernes Santo. Aunque el simbolismo requeriría que fuera roja, la donante la elige blanca a efectos de que resalte en la composición del abigarrado misterio, como queda dicho. Otras hermandades malagueñas además del Descendimiento y los anteriores citados ejemplos de las cofradías de la Pollinica y de los Dolores de San Juan, recurren a estos adornos tan especiales; caso de las azucenas que los cofrades del Amor plantan ante la Dolorosa que siempre acompaña al Crucificado del Amor.
LOS PEBETEROS DEL SANTO TRASLADO
El primer trono donde se procesionó el grupo escultórico del Santo Traslado, allá por 1951, estaba provisto de cuatro hachones que provenían del trono del Cristo de Ánimas de Ciegos de las Cofradías Fusionadas. Pero cuando se procedió al estreno en 1964 de las andas que talló Pedro Pérez Hidalgo, y del que el actual es una recreación, se desecharon estos elementos sustituyéndolos por unos pebeteros capaces para quemar incienso, adosados a las esquinas e integrados en el resto del conjunto procesional. La idea partió del que fuera miembro de esta corporación trinitaria, Federico París, hombre muy capaz que se ocupó muchos años de todo lo referido a temas artísticos, llegando incluso a diseñar enseres y la decoración de la actual capilla de los titulares en la iglesia de San Pablo.
Pese a esto hay que exponer que hay un precedente de estos pebeteros, ya que el trono de Nuestro Padre Jesús de la Puente del Cedrón que se estrenó un año antes que el del Santo Traslado y que era igualmente obra de Pérez Hidalgo, contaba también con cuatro de estos perfumadores, paralelos a los grandes faroles que daban luz a aquellas enormes andas. En este caso la idea partió del cofrade de la Paloma, Francisco Hermoso.
EL CORAZÓN DE LA VIRGEN DE LA CARIDAD
La primera de las imágenes de la Caridad que veneró la Cofradía del Amor y que era una obra de Nicolás Prados López, tenía como distintivo una guirnalda o corona de flores que sujetaba en ambas manos, omitiendo el rosario o el pañuelo, porque en realidad su porte y su indumentaria se aproximaba más a una Virgen letífica que a una Dolorosa. Desconocemos qué simbolismo quisieron plasmar aquellos cofrades que la veneraron en los primeros años de la década de los cuarenta, aunque estos adornos siempre han estado ligados al entorno femenino y a realidades deleitosas, como las gracias que los devotos obtienen de María.
Sin embargo, con la nueva efigie de Nuestra Señora de la Caridad, bendecida en 1947 y que fue la primera de las obras que realizara Francisco Buiza para Málaga, este atributo desapareció, siendo sustituido por un corazón con llamas colocado en el pecho. Esta pieza, realizada a base de pedrería y lentejuelas de un llamativo color rojo, cabe relacionarla más como emblema de la Caridad, que como el corazón traspasado de las dolorosas o el que, asaeteado, es escudo de la orden agustiniana tan vinculada a esta Hermandad. En la actualidad la titular del Amor suele asirlo en una de sus manos.
LA PALOMA DE LA PIEDAD
Según se cuenta, contiguo o cercano al taller donde trabajaba el maestro Francisco Palma García, existía un palomar. Cuando éste se encontraba, allá por 1926, en pleno proceso de tallar el grupo de la Piedad para la recién fundada cofradía de este nombre, una de estas avecillas entró en el local y se posó plácidamente sobre la escultura. El intrascendente, y a la vez poético suceso, enterneció tanto al artista, que cuando el misterio procesionó por vez primera en la Semana Santa de 1929, colocó en el travesaño de la cruz desnuda del trono una paloma blanca, según se observa en las fotografías de la época.
Muchas décadas después, ya con la segunda versión del grupo rehecho por Francisco Palma Burgos, la familia de estos artífices regalaron a la hermandad la terracota de una paloma para que no se perdiera tan entrañable recuerdo. La modeló Lourdes Casares, emparentada con la saga de los Palma.
LAS INSTITUCIONES CON EL SEPULCRO
El precedente del acompañamiento de instituciones en un cortejo puede que se encuentre en el siglo XVII, y en dos corporaciones de prestigio como fueron las cofradías de la Soledad de Santo Domingo, y las Angustias de San Agustín, extinguida en la actualidad. Ambas cofradías contaban con un paso secundario de un Yacente y se puede intuir que por algún litigio en relación a esta dualidad la ciudad y la Iglesia, tomaron la costumbre de asistir corporativamente y en años alternos a las estaciones que celebraban una y otra cofradía. Con el devenir del tiempo este privilegio quedó reservado para la segunda de las citadas, y posteriormente, desde su fundación a fines del siglo XIX, ha recaído en la Hermandad del Sepulcro.
Actualmente figura en la presidencia del Viernes Santo el alcalde y concejales, portando el más joven de ellos el pendón de Málaga. También figuran representantes de los Ejércitos, de la Universidad y hasta una representación de caballeros de la Orden del Santo Sepulcro. Desde el segundo año del pontificado del obispo Jesús Catalá, las representaciones religiosas quedan situadas tras el catafalco del Señor, mientras que las civiles preceden al trono.
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