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F. URCELAY
Martes, 20 de mayo 2014, 12:31
Es desde 2007 una de las Siete Maravillas del Mundo pero había sido el Séptimo Arte el que la dió el empujón turístico definitivo. Petra sobrevivió a dos mil años de olvido y ahora lo hace a las hordas de visitantes, empeñadas a menudo en rememorar a cualquier precio la entrada a caballo de Harrison Ford en el Tesoro, el icono de una ciudad que no necesita títulos ni películas para reconocerse como un lugar único.
'Indiana Jones y la última cruzada' se estrenó en 1989, pero 25 años después resulta todavía difícil sustraerse a su localización más famosa: Petra. Aunque la película se rodó, además de en Jordania, en España, Italia, Inglaterra y Estados Unidos, la imagen del Tesoro al final del desfiladero constituye uno de los ejemplos de la magia visual de Steven Spielberg y el mejor reclamo turístico de la ciudad de los nabateos. El resto de la escena, el recorrido por las galerías en busca del Santo Grial, se filmó en estudios, pero eso ya importa poco. La entrada a caballo por el Siq ha acabado siendo prohibida para evitar que el polvo que se levanta dañe aún más los monumentos y hoy los vendedores de postales y los de atrezzo invitan al visitante a sentirse como Harrison Ford pero sólo durante doscientos metros antes de la incursión en la ciudad.
Los nabateos excavaron las montañas de Petra, 236 kilómetros al sur de Amman, durante decenas de años hasta conseguir una ciudad en la que llegaron a vivir 18.000 habitantes y que hoy visitan cada día más de tres mil turistas. La vía principal de acceso, el Siq, se agota en 1,2 kilómetros con acantilados de más de 80 metros y una anchura en algunos puntos de apenas dos metros, lo que garantizaba una defensa fácíl y proporcionaban a las caravanas la seguridad imprescindible. De hecho, los nabateos comenzaron saqueando esas mismas caravanas que transportaban mercancías entre el Índico, el mar Rojo y el Mediterráneo para acabar ofeciéndoles el refugio de la ciudad.
Su redescubrimeinto, en 1812
Alcanzó su apogeo entre el año 300 antes de Cristo y el siglo III, antes de iniciar su particular descenso a los infiernos como consecuencia del cambio de las rutas del comercio y de los terremotos. Encerrada en la cápsula de su propia orografía, Petra dejó de existir hasta su redescubrimiento en 1812 por el arqueólogo suizo Johann Ludwig Burckardt.
Desde entonces, los trabajos de campo han ido sacando a la luz los imponentes templos, la mayoría en realidad memoriales y tumbas, el teatro o las canalizaciones de agua, que escriben una página única de la arquitectura y del urbanismo.
El Tesoro y las Tumbas Reales
El monumento más famoso y más fotografiado es el Tesoro, un memorial de 45 metros de alto y 30 de ancho que debe su nombre a una urna esculpida en lo más alto. A falta de leyendas más verosímiles, se extendió el bulo de que allí estaban escondidas las joyas de algún faraón o reyezuelo y los beduinos intentaron romperla y que cayesen a tierra disparando sus fusiles. Sólo consiguieron llenar de agujeros la piedra y dar nombre el templo. A partir de ahí, la lista de monumentos obliga a una selección para disfrutar de la visita. Las Tumbas Reales son paso obligado -y bien que lo saben los nuevos mercaderes del templo- y de paseo o la carrera instigado por los guías se llega al inicio de la escalada hacia el Monasterio. Son 850 peldaños o en alguos casos simples hendiduras en la roca. Se pueden subir en burro, pero la alternativa no es menos descansada y seguramente añade algún peligro. De cualquier forma, llegar arriba merece la pena. El templo no es muy diferente de los que se encuentran en el valle, pero la vista desde los miradores es espléndida. Sólo hay que evitar volver la cabeza para obviar el café con turistas despatarrados tras la ascensión o las coloridas botellas de refrescos con las que se gana la vida Omar. Un exceso en esas alturas, donde la brisa del desierto invita a serenar el espíritu.
Los antiguos canales, secos
Otra vez abajo, los antiguos canales de agua están hoy secos y los beduinos apagan la sed de los turistas con botellas de agua mineral adquiridas en un 'super'. Pero las obras de abastecimiento demuestran que con toda probabilidad los nabateos sufrían menos restricciones que sus hijos en la Jordania actual. En Amman el agua se suministra un solo día a la semana, según el barrio, lo que ha llenado de depósitos las terrazas. En la antigua Petra el aprovechamiento era también máximo y hay vestigios de fuentes, además de la seguridad de que se practicaban cultivos mediante el riego.
Cuando al atardecer la ciudad se vuelve rosa, el termómetro baja y los turistas abandonan las ruinas, el visitante se queda casi solo ante el Tesoro. En silencio, la mirada se tiñe de historia y de sueños, hasta que la impertinente voz de un yankee quiebra el sosiego: Que bien que Indiana Jones dejase puesto el decorado. Maldito turismo.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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