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Era de esperar. Junto a una desembocadura de un río, aunque hoy esté seco y no se recuerde la última vez que rebosaba, tiene que haber algún vestigio del pasado. A alguno de esos pueblos que venían a algo más que hacer turismo les tenía ... que parecer interesante estar en una ribera y, más, junto al mar.
Podrían haber sido fenicios, pero en esta ocasión fueron los romanos los que estuvieron allí hace siglos y dejaron sus huellas. Pero el paso de los siglos las enterró junto al espigado Faro de Torrox, que lleva más de siglo y medio vigilando esta franja mediterránea axárquica.
Allí, donde hoy muchos torroxeños y visitantes echan largos días de playa, había una factoría de 'garum', la salsa 'gourmet' que tanto les gustaba a los romanos, ya fuera para acompañar un plato o para usar como medicina. Se hacían a partir de vísceras fermentadas de pescado y seguramente sería una de esos comidas que sabían mejor que olían.
Si alguien tiene curiosidad por su sabor y su aroma, puede intentar hacer alguna de las fórmulas culinarias que se recogen en los milenarios recetarios de la época. También es posible comprar algunos de los intentos por emularlo.
En el caso de que baste con olerlo, lo mejor es pasarse por Villa Antiopa, en Torre de Benagalbón, donde se han encargado de elaborar una muestra de esta salsa, que en tanta abundancia se hizo en aquella Hispania.
En cualquier caso, en el Faro de Torrox no van a encontrar esos aromas. Ni mucho menos. Antes se pueden oler otros preparados gastronómicos.
Porque, aunque Torrox Costa sea conocida como la pequeña Alemania, allí también se siguen defendiendo los espetos autóctonos y se deja espacio para cocinas tan distintas como la china, la hindú o la italiana.
Basta echar a andar desde el Faro de Torrox hacia el oeste para comprobarlo. Lo mismo se nota el olor a curry que a una salsa carbonara o se ve en directo el sacrilegio de quienes echan limón a un espeto de sardinas.
Pero, lo de comer no ha ser lo de primero en esta zona de Torrox Costa. Aunque también hay quienes empiezan el día desayunando como un alemán. Hay algunos establecimientos que están regentados directamente por germanos, aunque afortunadamente tienen las cartas traducidas al español.
Huevos revueltos con infinitas combinaciones, salchichas o pan con quesos europeos. Uno puede desayunar como un alemán por un día para valorar aún más el pan con AOVE y sus muchos posibles acompañantes.
Pero, además de comer, a el Faro de Torrox hay que ir a echar sobre todo un día de playa. Antes de clavar la sombrilla, hay que tener en cuenta que se multa a quien hace como Neil Armstrong con la bandera. Clavarla y después largarse. Los bañistas que lo hacen tienen pensado volver, pero es ahí cuando le puede esperar un paciente municipal para sancionar esa conducta. Hay carteles que lo dejan claro por todo el litoral torroxeño, que nadie se haga el sorprendido. Ya no cuela.
Antes de desplegar la toalla y de que apriete el sol, lo más conveniente hacer un pequeño 'tour'. También se puede dejar todo eso para las últimas horas del día. Es imprescindible ver los restos de mosaicos que hay junto al faro.
Para ello hoy están puestos en valor. Hay que agradecer al farero Tomás García Ruiz que tuviera inquietudes arqueológicas, porque fue el primero en sospechar que, donde años antes se había levantado esta construcción para avisar a navegantes, junto a la desembocadura del río Torrox, tenía que haber algún vestigio del pasado. Y así fue.
A tan sólo unos metros junto al paseo marítimo, hay también restos de hornos romanos, junto a un cartel donde Torrox presume de tener el mejor clima de Europa (dicen que el menos caluroso en verano y de los menos fríos en invierno).
El colofón llega con la vista al curioso mirador del Faro de Torrox. En frente, el Mediterráneo; al este una bonita perspectiva del omnipresente faro; al oeste, el paseo marítimo y su torre de Babel gastronómica.
Y bajo los pies, gracias al suelo de metacrilato, se puede ver lo que queda de aquella factoría del 'garum', esa salsa que a los romanos tanto les gustaba para acompañar a un faisán como para curar una úlcera. Todo este legado fue un día una próspera ciudad romana, Caviclum, que era paso obligado entre Sexi (Almuñécar) y Menoba (Torre del Mar).
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