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Hace veintiún años que la reforma de una vivienda en el pueblo de Cútar propició un descubrimiento sorprendente. Detrás de un vetusto tabique había escondidos un ejemplar del Corán y dos manuscritos escritos en árabe. Allí llevaban desde 1500, cuando el imán de la mezquita de la, por aquella época, alquería andalusí decidió esconderlas antes de emprender su marcha.
Es el principio de uno de los relatos que hacen de este pueblo de la Axarquía, situado entre Comares, Benamargosa y El Borge, uno de los lugares de peregrinación para los amantes del pasado andalusí.
El resto de esta historia, protagonizada por Muhammad al-Ŷayyār, que, además de imán, ejercía de alfaquí de aquella población, merece la pena conocerla con detalle en el centro de interpretación de La Alquería de Cútar, que vino a sustituir el pasado año al conocido como Museo del Monfí.
En este espacio, situado en una de esas calles ascendentes de ese laberinto casi vertical que es Cútar, se analiza el contenido de los manuscritos que de su puño y letra dejo el alfaquí. La amargura por abandonar su tierra y la esperanza por regresar son algunas de las percepciones que se llevarán los visitantes de este centro de interpretación, que actualmente abre al público los fines de semana, aunque conviene cerciorarse antes de sus horarios.
Seguramente, hoy sea la mejor, pero no la única excusa para acercarse a este pueblo, en el que la cultura de la pasa moscatel resiste frente a los subtropicales. Mucho antes de saberse la existencia de los libros escondidos en una de sus casas, en Cútar se hablaba del pasado andalusí por tres hitos importantes. El más conocido es la fuente árabe que da la bienvenida a los visitantes que llegan desde Comares o desde Benamargosa. Hoy todavía es conocida como 'Aina Alcaharia' o de la alquería. Este símbolo de la riqueza hídrica de la zona ha llegado a ser usado como uno de los lemas turísticos de Cútar, 'Fuente del Paraíso', ya que, según consta en escritos municipales, se llegaron a contabilizar hasta doce manantiales dentro de la villa.
Pero esta es, sin duda, la más emblemática, no sólo por estar en la entrada del pueblo sino también por su origen medieval. No lo es la bóveda que la protege, pero sí el manantial hoy oculto a la vista del visitante.
Otro elemento para recordar es el propio trazado de su casco urbano, que se adapta a la loma donde se encuentra ubicado, bajo la mirada de Comares, que en su día ejerció de cabecera de la 'Taha'. Conviene olvidarse del coche para adentrarse en sus calles. La angostura de muchas de sus vías hace muy poco recomendable adentrarse con un vehículo a motor.
Se tarda poco más de una hora en hacer el recorrido por todas sus calles, ya que es un pueblo pequeño, con unos seiscientos habitantes. Especialmente tranquilo en los días laborables, es un refugio para los que busquen una escapada sosegada.
La iglesia, de estilo mudéjar, hoy llama la atención por ofrecer una torre libre de cal. Al igual que otros templos levantados en el siglo XVI, se construyó presumiblemente sobre los cimientos de la anterior mezquita, de la que fue imán en sus últimos años el antes mencionado Al-Ŷayyār.
En esta localidad, también se conserva lo que en su día fue una algorfa, es decir, un granero situado sobre una vivienda. Hoy se puede pasar debajo de él gracias a un pasaje abierto entre dos angostas calles, a las que se accede por un tramo peatonal.
Del antiguo Al-Ándalus, en Cútar ha trascendido hasta nuestros días la leyenda del Ave de la Muerte, que sitúa en el pueblo de Cútar el lugar donde se daban extrañas desapariciones. Según esa creencia mitológica, una mujer que se convertía en un gran pájaro raptaba a los hombres del pueblo durante la noche para llevárselos a un palacio de cristal.
Esta historia fantástica es hoy también parte del patrimonio inmaterial de uno de esos pueblos que ha sabido conservar parte de su pasado andalusí.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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