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Está a más de una hora en coche de la playa más cercana, pero tiene una envidiable alternativa para bañarse cuando el sol más aprieta. Jimera de Líbar, al igual que otros municipios del interior, cuenta en el río con la mejor solución para disfrutar de chapuzones y largos días de playa, aunque ésta sea fluvial.
Esta localidad, situada entre Benaoján, Cortes de la Frontera y Atajate, es una de las que es atravesada por el Guadiaro, ese río que nace en la provincia de Málaga, pero desemboca generosamente en la de Cádiz.
Este curso fluvial se convierte en protagonista cada verano gracias a las auténticas piscinas que se habilitan para posibilitar el baño tanto de vecinos como de muchos visitantes. Así se puede ver en la conocida como la charca de la Ermita, denominada así por estar situada junto a los restos de una antigua capilla dedicada a San Roque (la actual está algo más lejos, al otro lado de la vía del tren).
A esta poza hay que unir la de la Llana, situada a un kilómetro y medio más abajo, en las inmediaciones del complejo rural donde lo mismo hay amplias casas para disfrutar en familias que tinajas de vino convertidas en sandías y pepinos gigantes. Es lo que se llama ahora 'glamping'. Lo saben bien en este alojamiento jimereño, denominado precisamente como Villa Sandía.
Ambas pozas se adecúan cada verano con pequeñas represas que permiten llenar estas auténticas piscinas y, al mismo, tiempo dejan correr el agua. Consiguen así dos santuarios para los que buscan darse un baño en plena naturaleza, con pocos agobios para aparcar (hay espacio a tan sólo unos metros) y sin necesidad de acarrear con una sombrilla.
La protección del sol aquí es más natural, ya que la ribera está rodeada de elevados árboles, en torno a los que los bañistas se van disponiendo según llega la mañana. Ahí se nota la veteranía, ya que conviene saber cómo evolucionará la sombra durante el día para no terminar al solano en los primeros minutos. También hay grandes piedras que sirven perfectamente de mesas. Son las primeras en llenarse de cestas y bolsas de los bañistas dispuestos a afrontar un largo día de playa fluvial.
Los hay perfectamente equipados, con sus propias mesas, tumbonas, colchones hinchables e incluso gafas de bucear, aunque la parte más profunda no esté precisamente cristalina. Aún así, se dejan ver cachuelos, barbos o carpas, que no tienen más remedio que pasar el verano rodeados de piernas. E incluso pasar un momento de estrés causado por algún bañista que se cree capaz de capturarlos con las manos o algún artificio.
Aunque el sol sea generoso durante buena parte del día, el agua se antoja fría a la mayor parte de los bañistas. La mayoría prefieren incorporarse poco a poco. Tienen para ello varios peldaños de gran tamaño con rocas que son similares a las que hacen de mesas. No siempre son estables, pero, al menos, garantizan un contacto paulatino con el agua.
Atodos estos bañistas vigila Martín Gil. No es una persona real, aunque con esa denominación lo parezca. Es una cima rocosa de casi 1.400 metros que es conocida así por los jimereños. No se sabe muy bien si porque por allí vivía alguien con ese nombre o simplemente realizó alguna hazaña. Esta cumbre rocosa, que lo mismo mira a Jimera que a la espectacular altiplanicie de los Llanos de Líbar, es testigo mudo de todo lo que acontece en estas pozas reconvertidas en piscinas naturales durante los meses estivales.
Observa a los niños que por primera vez se bañan en un río. Algunos de ellos dudan en meterse en el agua por algo de ictiofobia. Un posible roce con un pez se convierte en drama durante segundos. También hay cierto rechazo a las avispas que llevan toda la vida disfrutando de entornos ribereños. Ahora no hay quien las eche y menos cuando además tienen alimentos extra de lo que alimentarse. Como en muchas playas malagueñas, allí abundan las piedras. La naturaleza fluvial es así de caprichosa. Va arrastrándolas poco a poco a lo largo del curso, las erosiona y las deja a merced de las pisadas.
Es recomendable llevar un buen calzado para estas pozas. Que se pueda mojar, pero también que sea cómodo para moverse en el río como pez en el agua. Los escarpines pueden parecer apropiados, pero en cuestión de minutos de aquí para allá por el río la planta de los pies se resentirá. Claro, que también hay quienes van descalzos y ni siquiera esbozan una queja.
Las últimas horas de la tarde hacen que la ribera se quede en umbría. Esto hace que muchos comiencen a recoger su despliegue de sillas, mesas y colchonetas hinchables. Incluso alguna piragua o una tabla de pádel surf. Puede ser el momento de disfrutar de la terraza del Alioli Bar y Más, que está al otro lado de la vía del tren. Es lo más parecido a la reconfortante cerveza del chiringuito, pero además puede haber incluso música en directo.
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Alba Martín Campos y Nuria Triguero
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